La
vileza es el último estertor de la tiranía. Generalmente desmedida, es un
acto minuciosamente planeado y cuyos resultados son siempre trágicos. Es una
acción demente contra el anhelo de libertad de quien la sufre. Quien la ve
entrar en su casa se rebela y la rechaza, porque la vileza es doblemente
indigna, ya que además de ejercer su violencia cobarde busca comprometer a
todos tras su huella.
La historia es pródiga
en negarle espacio a la vileza; solamente enaltece a quien la derrota
otorgándole un marco de conmemoración, para que nadie olvide y eso mismo
pueda ocurrir muchas otras veces. Así fue para los alemanes en Guernica y
Stalingrado; lo mismo ocurrió en Dien Bien Phu y Argel para los franceses;
Kinshasa y Katanga para los belgas; Luanda y Cabinda para los portugueses;
Vietnam para los estadounidenses; Afganistán para los soviéticos; Somalia,
Bosnia, Irak y Afganistán para los estadounidenses; Líbano y Palestina para
Israel.
Repito: la historia no
registra a los derrotados, sólo el mérito y la conquista de los victoriosos;
aunque algunas de las vilezas estén apenas comenzando o aún inconclusas,
conocemos de antemano sus resultados. Es una cuestión de tiempo… De ellas
surgirán los monumentos erigidos “in memoriam” de los sacrificados. Siempre
ha sido así, y esta vez no será diferente.
En los medios de
comunicación las informaciones parecen asépticas o neutras, pero encubren su
premeditación, la ideología de la masacre, y eso es alineamiento detrás de
la vileza. Inclusive las víctimas son mostradas con un sesgo de
culpabilidad, como si fuesen ellas las responsables, justificando el crimen.
En este momento de
conmoción, tristeza e impotencia, nuestra memoria es importante. Ella puede
señalizar el camino para que los más jóvenes o los incautos puedan percibir
lo que esta sucediendo sin inducciones, devaneos o diversionismos.
Recuerdo el
recrudecimiento de la vileza en Vietnam, contra el que los monjes budistas
respondieron con autoinmolaciones que recibieron la burla de la prensa y de
los líderes locales que irrespetuosamente calificaron al supremo sacrificio
como “idiot’s barbecue”.
Muchos percibieron allí
el principio del fin de los estadounidenses. Pasaron 20 años para que ellos
pudiesen asimilar una derrota que ya había ingresado en la historia.
Hoy son los Observadores
de Paz de las Naciones Unidas quienes son asesinados. Ahora vemos
horrorizados cómo la vileza israelí, respaldada por la arrogancia de la Casa
Blanca, con su Secretaria de Estado plena de sonrisas y satisfecha con su
“performance al piano fuera del protocolo”, construye su final feliz. La
historia ya estipuló el precio por estas vilezas, que no serán las últimas,
tampoco dejarán de ser registradas.
Israel comienza a
empantanarse y a conocer su propio Vietnam, pero no olvidemos que aquel
pueblo asiático inmoló más de un millón de vidas para alcanzar la libertad.
Sebastián Pinheiro
©
Rel-UITA
2
de agosto de 2006 |
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