En
Argentina, palabras, conceptos, sensaciones que remitían
a situaciones de un pasado reciente pero que se creía en
vías de superación, volvieron a emerger. Uno de esos
conceptos es el de “desaparición forzada”.
Una de esas sensaciones es miedo. La paradoja -o tal vez la
explicación del fenómeno- es que esa emergencia se da en
un contexto en que, como nunca desde la recuperación de
la democracia la justicia está actuando para castigar a
los culpables de tantos horrores.
Lo cierto es que desde que cuatro meses atrás el ex militante
Julio López fue secuestrado en Buenos Aires tras
declarar en un juicio contra un represor, comenzó a
gestarse un escenario que suena a conocido. De López
-que sobrevivió a un anterior secuestro en los años
setenta- nada se sabe desde que el 18 de setiembre
desapareciera de las inmediaciones de su casa, poco
después de haber prestado testimonio en el proceso que
permitió condenar a cadena perpetua al ex comisario
Miguel Etchecolatz.
Poco a poco comenzó a hablarse de López como del
“desaparecido 30.001”, partiendo de la cifra de 30.000
secuestros denunciados por los organismos de derechos
humanos argentinos.
Pero no fue ése el único caso de secuestro con connotaciones
políticas producido hacia fines del año pasado. Entre el
27 y el 29 de diciembre, Luis Gerez, testigo clave para
impedir que el ex subcomisario Luis Patti pudiera asumir
como diputado nacional por su participación en el
genocidio cometido bajo la última dictadura argentina,
permaneció desaparecido. Gerez apareció con vida,
abandonado en un descampado por sus raptores, pero con
claros signos de haber sido torturado.
Héctor Bustos, un joven militante vinculado a la agrupación
HIJOS, de hijos de desaparecidos, estuvo aun más tiempo
“chupado”. Entre el 13 y el 27 de diciembre no se tuvo
noticia alguna de su paradero. Antes de liberarlo, sus
secuestradores le tatuaron una esvástica en el pecho.
Previamente, había habido numerosas denuncias de
amenazas de muerte a testigos en varios juicios a
represores y a militantes de organizaciones
humanitarias, así como ataques contra jueces, fiscales y
abogados que intervienen en esas causas. Atemorizados,
algunos testigos desistieron de volver a presentarse
ante la justicia, otros están bajo un régimen especial
de protección.
No sólo esta serie de hechos de violencia hizo pensar en una
suerte de miniretorno al pasado. También cierto tipo de
comentarios. Por ejemplo, el que formuló -según el
diario Página 12- un vecino de la localidad bonaerense
de Escobar, donde residen tanto Luis Gerez como el
torturador Luis Patti. “Seguro que este -dijo el vecino
en cuestión refiriéndose a Gerez, que aún permanecía
secuestrado- debe estar tomando el sol en Europa y
pasándola bien”.
Desde el otro extremo, los propios familiares de la víctima
se negaban a aceptar en un primer momento la posibilidad
de una desaparición (Luis está viejo y estresado, dijo
uno de ellos para explicar la ausencia). Una y otra
negaciones fueron habituales -por muy diferentes
motivos- treinta años atrás, hasta que se pudo hablar de
las desapariciones políticas como realidad innegable.
Hoy la aberración vuelve, y con ella se cuelan por la ventana
sensaciones y reflejos que se creían desterrados.
Incluso vuelven consignas, como aquella que fuera
emblema de las organizaciones humanitarias apenas
recuperada la democracia, la de “aparición con vida“,
que con el paso del tiempo fuera remplazada por otras y
que ahora suena extraño escuchar otra vez. La
desaparición de Julio López retrotrajo a aquel pasado.
“Por momentos da la impresión de que el reloj hubiera ido
marcha atrás”, dice un militante de la agrupación HIJOS.
“Creo de todas maneras que en estos años hemos avanzado
mucho: hay represores presos, los juicios siguen
adelante gracias a que se anularon las leyes de
amnistía, y el discurso gorila de quienes niegan que lo
que se denuncia haya sido verdad ha perdido legitimidad
en la sociedad”.
“Hay que evitar que el pánico nos gane”, advirtió por su lado
un integrante de la Multisectorial de organizaciones de
defensa de los derechos humanos. “Infundir otra vez el
miedo en la sociedad es el objetivo de quienes llevaron
a cabo estos actos. Si lo logran, aun si están en franca
retirada, habrán ganado una batalla“.
“Pero también hay que evitar que la desaparición de Julio
López y todo lo que ha estado sucediendo en estos meses
salga de la agenda informativa”, advirtió por su lado
Nilda Eloy, que testimonió junto a López en el juicio a
Miguel Etchecolatz.
En Montevideo,
Daniel Gatti
© Rel-UITA
3 1 de
enero de 2007 |
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