Cuando el general Jorge Rafael Videla asaltó el poder
en 1976 -señala el periodista Jorge
García Lupo- nadie sabía quién era.
Pero como otros militares, destacados
por su reconocida arbitrariedad, fue
hijo dilecto de una institución “que se
había ido convirtiendo en una verdadera
maldición nacional, convenientemente
recubierta de bruñido espíritu
patriótico y con una cara presentable
entre gran parte de la sociedad que
comenzó a padecer su autoritarismo en la
vida pública, y sus profundos
desaciertos en el manejo de la economía,
la política y la administración
estatal”.
Desde joven, presentó una marca inalterable: la carencia de
confianzas personales y la lealtad
absoluta e invariable a la institución
ejército. Un condiscípulo lo definió
diciendo que para Videla era
natural no proteger a un camarada y
quedar bien con el superior.
Se cuenta que en una ocasión, el helicóptero que llevaba al
presidente de facto Alejandro Agustín
Lanusse ya había despegado del
helipuerto del Colegio Militar en El
Palomar, pero el director del Colegio (Videla)
seguía haciendo la venia, lo que dio
motivo a Lanusse para decirle a
su acompañante: “Mire qué pelotudo,
vamos a llegar hasta las nubes y va a
seguir haciendo la venia”.
Las tragedias de la “etapa Videla” desangraron a la
República Argentina; las torturas,
desapariciones, determinaron una
polarización que parecía anunciar un
estallido.
Años después debió responder por los horrores de su Gobierno.
Videla -cuentan las crónicas-
escuchó la sentencia como si se tratara
de una condena a muerte. “No sintió
dolor sino rabia, aunque pretendió
presentar una actitud de indiferencia
cuando, el 18 de setiembre de 1985, el
fiscal Julio César Strassera
culminó su intervención planteando el
“Nunca más” que despertó un estruendoso
aplauso.
El juicio que condenaba a los dictadores y torturadores de
ayer -explican María Seoane y
Vicente Muleiro en su libro “El
Dictador”-, “fue uno de los partos más
trabajosos de la democracia
latinoamericana, y un momento traumático
y fulgurante de la historia argentina”.
Se trata de hechos para analizar y no olvidar si se quiere
preservar al futuro de los dolores de
ayer. A la maldición de los militares
militaristas, que ha asolado a países de
Latinoamérica, habrá que oponer las
enseñanzas democráticas de los héroes de
la primera independencia. Héroes cuyo
ideario incumplido está en los
planteamientos de las fuerzas
progresista de países que para su
integración deberán completar su lucha
contra el imperial interés ajeno.