Crímenes
de la dictadura que asoló a Uruguay
Hay pistas sobre crímenes cometidos por el régimen
“cívico-militar” que asoló a Uruguay
a partir del 27 de junio de 1973. El
Poder Legislativo y el Ejecutivo están
en condiciones de investigar. Si hay
voluntad, podrán hacerlo.
De los asesinatos de dos ex presidentes de la Cámara de
Representantes, Zelmar Michelini
y Héctor Gutiérrez Ruiz, cuyos
cadáveres aparecieron junto a los de los
jóvenes William Whitelaw y
Rosario Barredo, hay datos, también,
al alcance del Ministerio del Interior,
que deben conducir al éxito de una
investigación.
También es posible seguir pistas que conducen al secuestro y
asesinato del maestro, profesor y
excepcional periodista uruguayo Julio
Castro.
Cuando se produjo su secuestro, el Ministerio del Interior
publicó un primer comunicado junto a una
fotografía de Julio Castro con el
título “Se busca”, en el cual se
solicitaba información “a quien pudiera
aportarla”.
Un segundo comunicado informó que Julio Castro había
viajado a Buenos Aires en un vuelo de
PLUNA, cuyo número se aportó. Pero
los voceros de la dictadura actuaron con
tal torpeza que, de inmediato, un
periodista responsable les desmintió,
informando que el aludido vuelo -para el
cual él mismo tenía pasaje- no se había
concretado por malas condiciones
atmosféricas.
Hoy, el Ministerio (o la Comisión de Derechos Humanos del
Parlamento) están en condiciones de
saber quién o quiénes redactaron esos
comunicados. Los responsables de los
mismos, sin duda funcionarios de la
dictadura, deben informar por orden de
quién los redactaron.
Los medios de prensa que los difundieron están en condiciones
de indicar cómo obtuvieron esa
información de la cual, como es obvio,
la responsabilidad corresponde a
jerarcas del Ministerio. ¿Alguien podrá
pensar que una información de esa índole
se redacta y difunde sin conocimiento de
los jerarcas?
Los periodistas que publicaron los comunicados deben indicar
cómo los obtuvieron. En la Oficina de
Prensa de la Jefatura de Policía de
Montevideo hay quien puede aportar
información. ¿No es posible ofrecerle
garantías para que indique la fuente de
la cual la recibió?
Sólo de esa manera, cuando llegue la hora de la investigación
-¡que llegará!- no habrá funcionarios
que deban ser procesados como cómplices.
Un detalle complementario: los secuestradores robaron,
además, el auto de Julio Castro,
que comercializaron en Brasil y
es perfectamente rastreable.
Por los días del secuestro supimos que Julio fue
conducido, en primer lugar, a una
dependencia policial ubicada entonces en
las proximidades del monumento a
Aparicio Saravia, en la Avenida
Millán. ¿Quiénes ejercían el mando en
esa dependencia?
¿Qué se establece, al respecto, en el expediente sobre la
desaparición de Julio Castro?
¿Cuáles son sus conclusiones?
Todos estos datos permitirán, sin duda, “tirar de la manta” y
determinar responsabilidades. No hacerlo
sólo aportaría desprestigio a la
institución policial y al país.
El Ministerio del Interior debería referirse a estos hechos y
aclarar todo lo que sea posible ante la
Comisión de Derechos Humanos de la
Cámara de Representantes, que sin duda
está en condiciones de reclamar
respuesta a las interrogantes que tiene
planteadas el país sobre una de las
etapas más sombrías de su historia.