Sin infancia, sin vida

Millones de niños en países pobres ejercen la prostitución

con turistas del Primer Mundo

 

Hace poco más de un año tuvo lugar en Estados Unidos la detención de Jean Succar Kuri. Este personaje de sesenta años de origen libanés, cuyo nombre a primera vista no parece relevante, coordinaba una red de prostitución infantil en México. Dueño de hoteles, restaurantes y bares, disponía de todo un imperio en torno al turismo sexual con menores. Proporcionaba a sus clientes, principalmente extranjeros, todas las facilidades para que pudieran mantener relaciones sexuales con niños y adolescentes a cambio de una cantidad irrisoria de dinero. Pero no es la única persona que lucra con esta actividad.

El turismo sexual infantil es una práctica que, a pesar de ser aberrante, está muy extendida. Los países más pobres reciben al año millones de turistas cuyo único afán es acceder a una niña de catorce años tailandesa, un mexicano de quince o una nepalí de dieciséis. El perfil de las personas que buscan estos servicios suele ser hombres de países ricos, adinerados, con familias en sus países de origen y con una apariencia de vida "convencional", que transforman nada más bajar del avión y que actúan con total impunidad.

 

Los países pobres, países receptores

Esta práctica se extiende desde hace tiempo, pero en dos zonas concretas del mundo, Asia y Europa del Este, se ha desarrollado extraordinariamente en los últimos años. En el caso asiático, desde la crisis que asoló el continente en el año 1997, muchas familias vieron que la forma de poder comer era la de someter a sus hijas a este mercado de la carne (aunque muchas son introducidas por mafias). Lo mismo ocurrió en el caso europeo, pero motivado por el paso de estos países a una economía capitalista de libre mercado.

Las cifras son elocuentes: en torno al 30% de todos los trabajadores del sexo de la zona de Mekong, en el sudeste asiático, tienen entre doce y diecisiete años; en Lituania se estima que entre el 20 y el 50% de las prostitutas son menores y se han documentado casos de niñas que cuentan con apenas once años. Pero no son éstos los dos únicos puntos del planeta donde se desarrolla esta actividad monstruosa. América Latina también es continente receptor de turistas en búsqueda de sexo. El punto en común entre todos los destinos siempre es el mismo: países pobres.

La Agencia de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) estima que los menores de edad que se prostituyen en todo el mundo giran en torno a los dos millones. Estas cifras no dejan de ser aproximadas ya que en África, por ejemplo, no hay casi datos. En Tailandia, el Gobierno considera que hay entre 80.000 y 800.000 niños en esta situación, una horquilla un tanto sorprendente.

Hay toda una infraestructura montada en torno a esta forma de lucro ilegal. En muchos casos las operadoras de turismo son las primeras que ofrecen a los turistas estos servicios. En 1995 la revista Business Week señaló que en Estados Unidos había por lo menos veinticinco empresas de esta índole dedicadas al turismo sexual. Y una vez en los países a los que se desea viajar, decenas de bares, restaurantes y hoteles facilitan a los turistas el acceso a los niños. Estos negocios mueven al año miles de millones de dólares, por lo que en muchas ocasiones, las autoridades de los países giran la cabeza mirando a otro lado ya que las actividades de la economía sumergida entran en su Producto Interior Bruto.

Iniciativas para acabar con esta lacra

En los últimos años son muchas las iniciativas llevadas a cabo por organismos y asociaciones internacionales para frenar esta lacra que parece aumentar cada año. El 21 de abril de 2004, la Organización Mundial del Turismo (OMT) y la red internacional de protección ECPAT (Erradicación de la prostitución infantil, la pornografía infantil y la trata de niños y niñas por motivos sexuales), alcanzaron un acuerdo para intentar detener la industria del turismo sexual.

Brasil, otro escenario de esta industria, ha visto cómo el Ministerio de Turismo, (a pesar de la resistencia de algunas autoridades locales, sobre todo del Nordeste), ha iniciado a principios de este año una campaña contra la explotación de menores por el turismo sexual. El presidente de la Federación Nacional de Hoteles y Restaurantes, Norton Lenhart, anunció que se distribuirán folletos alertando a los huéspedes que no pueden entrar en esos lugares con menores. Incluso se informará en los aviones que se dirijan a Brasil y en los aeropuertos nada más llegar. Si un turista quiere ir a Brasil, que sea por sus playas paradisíacas, por sus carnavales o por un largo etcétera de atractivos que tiene el país; no por sus niños.

Siguiendo esta línea, en el mes de febrero fue presentado un informe realizado por la Universidad de Brasilia con el apoyo de UNICEF que revela la actividad de explotación sexual comercial de niños y adolescentes en 937 ciudades de Brasil. No hay cifras concretas de niños brasileños que se dedican a esta labor, pero según UNICEF, puede girar en torno a los 20.000. Las niñas se inician en la prostitución a los quince años, y algunas, a los doce. Normalmente desempeñan su trabajo en las playas y casas nocturnas, buscando el "príncipe azul" que les permita comer al día siguiente y aportar dinero a sus familias.

El turismo sexual es una práctica más que ejercen los países ricos sobre los países pobres mostrando su supremacía y relegándoles a una situación de opresión aún mayor. Los niños, sin cultura, sin dinero, sin escuela y a los que se les roba la infancia, en muchos casos llegan a estas circunstancias obligados pero, en otras, ven en esta práctica la única forma de poder subsistir. El respeto a los derechos humanos debe ser siempre una máxima a seguir, pero en el caso de los niños, tiene que estar un punto por encima del resto al encontrarse en una situación de mayor indefensión.

Christian Sellés

Agencia de Información Solidaria

11 de marzo de 2005

 

 

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