“Gracias a la vida
/ que me ha dado tanto me ha dado el oído
/
que en todo su ancho...” 1
Según el agente cubano infiltrado en la CIA Manuel Hevia,
Dan Mitrione probaba obsesivamente la aislación sonora del
sótano de su casa en Malvín, donde instalaría un pequeño
anfiteatro para impartir cursos de tortura. Sentado en la
sala, trataba de percibir el sonido del tocadiscos que, a
todo volumen, Hevia prendía en el sótano.
También le pidió que disparase en el lugar con una mágnum.
Cambiaban de lugar, una y otra vez. No se oía nada. Quedó
satisfecho.
* * *
Lo que más se repite en los testimonios sobre tortura es el
recuerdo de una o varias radios prendidas a gran volumen
para cubrir los gritos.2
El dolor no admite órdenes de silencio. Algunas sesiones de
tortura se grababan para después ser pasadas. Sabían que lo
peor era escuchar el sufrimiento del otro. Hablar estaba
prohibido, salvo para responder el interrogatorio.3
Los detenidos eran inmediatamente encapuchados. El sonido
pasaba a ser un arma psicológica. Uno de los manuales de
tortura de la CIA es específico cuando sugiere que la puerta
que se cierra tras el detenido debe hacer mucho ruido, para
dar sensación de enclaustramiento, de desprotección. En el
Batallón de Infantería Blindada número 13, también llamado
“Infierno Grande”, se realizaba una especie de espectáculos.
Había coches con sirenas funcionando, perros ladrando y
muchos soldados a los que se les obligaba a gritar en torno
al torturado. En Argentina hubo varios testimonios
coincidentes en mencionar un secuestrador que se acercaba
sigilosamente a los encapuchados para tocar a su lado un
silbato ensordecedor. También en forma sorpresiva se
aplicaba la tortura conocida como “teléfono”: con las manos
ahuecadas golpeaban ambos oídos, produciendo un gran dolor,
mareos y pérdida de equilibrio. Muchos recuerdan la risa de
los torturadores. Especialmente les hacía gracia las
piruetas del cuerpo al que se aplicaba electricidad.
Pero el órgano auditivo también era fuente de datos. Los
sobrevivientes de Automotores Orletti confirmaron el lugar
por el sonido de la cortina de enrollar que se levantaba
para dar paso al calvario, el tren que pasaba, los niños de
la escuela cercana.
* * *
En dictadura, todos los sonidos fueron sospechosos. Cuando
un informativista radial tosió después de mencionar a un
general, la Policía lo llamó enseguida para averiguar “qué
había querido decir”. A veces, los sonidos fueron realmente
culpables de complicidad. De resistencia. El “tiranos
temblad” del himno uruguayo se esperaba con ansiedad, para
cantarse con una intensidad difícil de reprimir. Al ser
sacada del juzgado, esposada, una presa política escucha que
un joven caminando en la vereda de enfrente empieza a
silbar. Silba la Internacional. Años después la ex presa
cuenta la historia en un comité y la persona que tiene
enfrente le dice: “Ese hombre era yo”.
Los sonidos también pueden cambiar de bando. Las cacerolas
que rechazaban a Allende a comienzos de los setenta se
escucharon después en Uruguay contra la dictadura. Por esa
época volvieron las canciones, con voces prohibidas –de los
nuevos cantores y de los viejos discos que seguían
escondidos– o con censura previa. La censura pedía tres
copias de cada letra que después se cantaría. Finalizando la
dictadura vuelve Alfredo Zitarrosa. Canta en su homenaje
Carlos Molina. Al día siguiente lo citan a Jefatura por no
haber mandado previamente las letras para ser autorizadas.
Carlitos intenta explicar que es payador y por lo tanto sus
sonidos brotan en el momento. Ante la tozudez del
funcionario, insistente en preguntarle qué había cantado, le
responde con una cuarteta también improvisada: “Cuando pulso
un instrumento/ y me pongo a improvisar/ ahí ya me empiezo a
olvidar/ mi copla muere en el viento”. Como lo que la
censura pedía era sólo las letras, el grupo Los que Iban
Cantando abre sus recitales con versiones instrumentales de
canciones prohibidas. Nada desaparece mientras sea
defendido. La cinta conteniendo la grabación del discurso
dado por el Che en el Paraninfo de la Universidad en 1961
fue enterrada en 1973 y desenterrada en 2003. Treinta años
después su voz seguía intacta y actual.
* * *
Hay silencios y silencios. En 1985, diariamente se filmaba
el juicio a los nueve integrantes de las juntas que habían
comandado la dictadura en Argentina. Pero desde el gobierno
se había hecho el acuerdo de brindar a los medios sólo tres
minutos diarios, sin audio. Entre otras cosas, para no
irritar más a los militares. Era un silencio temeroso.
Cuando se casó una hija de Gavazzo, familiares de
desaparecidos se instalaron en la puerta del registro civil
con los carteles. En silencio. Era un silencio valiente,
veterano de esperas en juzgados y ministerios, de
innumerables viernes instalados en la plaza Libertad, de
enfrentar llamadas anónimas amenazantes. Los guardaespaldas
se acercaron y a los gritos los rompieron.
Ana Victoria Fellini fue la hija de un detenido desaparecido
en Argentina. Murió joven, de un cáncer en la boca. Se
enteró tardíamente de la historia de sus padres y, aturdida,
nunca quiso hablar sobre el tema. En la búsqueda de terapias
alternativas una bruja le dijo: “Vos quisiste gritar y no
pudiste”.
* * *
Marcha del Silencio se llama la caminata que, contra la
impunidad, los 20 de mayo4
realizan miles de personas desde hace una década. En las
bajadas, todos miran para atrás y calculan la cantidad de
concurrentes. A más gente, mayor es el peso del silencio.
Con los años, las caras en los carteles se van volviendo
conocidas. Uno intenta imaginarles otros gestos, o cómo
habrían envejecido. Es un silencio que está lejos de la
“discreción”, “mesura para sellar la paz”, “prudencia para
no instigar”. A veces la gente charla en voz baja. En voz
baja, como León Duarte le pidió, en medio del fugaz abrazo
de despedida, al “Perro” Pérez que no volviera –“andate,
estos son unos asesinos”–;5
en voz baja, como entre la oscuridad de las capuchas los
secuestrados se daban ánimos o intercambiaban sus datos por
si alguno sobrevivía; en voz baja, como una abuela de Plaza
de Mayo escuchó de boca de su marido –el día en que éste
falleciera de un ataque al corazón, mientras las multitudes
aturdían festejando el Mundial de fútbol obtenido por
Argentina en 1978–: “¿Vos te creés que no sé que me estoy
muriendo de pena...?”.
Este viernes 20 de mayo a partir de las 19 horas se realiza
la décima Marcha del Silencio. Por los más de 210 uruguayos
detenidos desaparecidos. Por los asesinados y torturados.
Para el pasado, verdad. En el presente, justicia. Por
siempre, memoria y nunca más.
Rubén Olivera
Brecha
16 de Mayo de 2005
1. “Gracias a la
vida”, Violeta Parra.
2. Hasta hace poco,
ex detenidos en Jefatura de Montevideo contaban que se sabía
cuándo torturaban a alguien por el volumen exagerado con que
se ponía una radio.
3. Incluso en una
etapa con los rehenes tupamaros se intentó instrumentar un
plan que implicaba la ausencia de contacto verbal. Se les
daban las órdenes por escrito. Esto se conoció en el
exterior. Cuando una comisión visita a algunos rehenes,
éstos no comprenden por qué sólo se los lleva ante ella para
decir su nombre. En realidad querían confirmar que los
prisioneros conservaban su facultad parlante, como síntoma
de equilibrio. Aunque el plan no se cumplió en forma
estricta, doce años después, cuando volvieron a estar en
celdas compartidas, la capacidad del habla les costó.
Enronquecían pronto.
4. Fecha de la
aparición de los cadáveres de Zelmar Michelini, Héctor
Gutiérrez Ruiz, Rosario Barredo y William Whitelaw.
5. Washington
“Perro” Pérez es secuestrado en 1976 por Hugo Campos Hermida,
José Gavazzo y otros delincuentes, para usarlo de
intermediario con el PVP en un intento de canje de Duarte y
Gerardo Gatti por dinero.