El 70
por ciento de los niños que trabajan en el
mundo lo hace en el sector agrícola. Es
decir, siete de cada diez niños, y con
un agravante: cerca de 20 por ciento de
los trabajadores infantiles tiene en
promedio menos de 10 años.
Juancito F.
ya no puede ir a la escuela. Los dolores
de cabeza son cada vez más intensos y
las náuseas casi no lo abandonan. Su
mamá no sabe qué hacer porque en el
establecimiento de salud le han dicho
que todo está “normal”. “Mañoso será
pues, si no quiere ir al colegio tendrá
que trabajar”, dice Teresa, su
madre, una campesina peruana de 43 años.
“Yo sí sé qué le pasa, está intoxicado
con tanto agrotóxico”, dice con
resignación Ana López, su
maestra, mientras lanza un suspiro y
pasea su mirada por los alrededores de
su escuelita rural. Sus ojos cansados
parecen saberlo todo. “He visto tantas
veces estos síntomas en mis alumnitos
que no necesito ser experta, estos niños
fumigan por largas temporadas, los
padres creen que es un trabajo sencillo
y los mandan a fumigar a ellos, sin
saber el peligro al que los exponen”,
dice. “A Juancito ya no lo van a
mandar al colegio, lo obligarán a
trabajar más y a fumigar más”, añade,
dolida.
Estamos en un caserío del Callejón de
los Conchucos, en la vertiente
occidental de los Andes peruanos.
Aquí, como en numerosos poblados rurales
de la región andina y del mundo en
desarrollo, la fumigación es una
actividad que forma parte de la
cotidianeidad de cientos de niños y
adolescentes campesinos.
Lo que
sus padres ignoran es que la exposición
permanente a pequeñas dosis de
plaguicidas altera sus procesos
hormonales y resquebraja sus sistemas
inmunológicos. En consecuencia, muchos
desarrollarán alergias, presentarán
extrañas picazones en el cuerpo o hasta
llagas y tendrán los extraños síntomas
de Juancito, pero muchísimos más tendrán
secuelas internas: trastornos
neurológicos, déficit de atención,
incapacidad o lentitud para aprender y
hasta cáncer en diversos órganos con el
paso del tiempo. Las niñas sumarán a
esos riesgos, cuando estén en edad de
concebir, abortos espontáneos,
alumbramiento de bebés con trastornos
genéticos, etc.
Las niñas no sólo son
retiradas más rápidamente de
las escuelas que los
varones, sino que además de
las tareas agrícolas deben
combinar su jornada de
trabajo con las tareas
domésticas, entre ellas el
acarreo de agua y de leña
desde fuentes distantes |
Así lo demostró un estudio realizado en
la década de los 90 por el Centro
Internacional de la Papa y el Centro
Internacional de Investigaciones para el
Desarrollo (IDRC, por sus siglas
en inglés) de Canadá, en la
provincia ecuatoriana de El Carhi,
entre una población altamente expuesta
al uso de agroquímicos en los sembradíos
de papa. El estudio demostró que
infantes y adolescentes de las áreas
rurales están expuestos por varias vías
a estos potentes agrotóxicos: los
envases son almacenados en condiciones
precarias dentro de las viviendas,
participan o están presentes durante la
fumigación y no toman las precauciones
debidas para la eliminación de los
envases, patrones que ellos mismos
reproducirán más tarde cuando sean
adultos.
Con razón, la Organización de las
Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación (FAO), la
Organización Internacional del Trabajo (OIT)
y la Organización Mundial de la Salud (OMS),
así como numerosas organizaciones no
gubernamentales que velan por la salud
de los menores de edad, señalan a los
plaguicidas como uno de los peores
peligros al que se enfrenta la infancia
y la adolescencia en las zonas rurales
de los países en desarrollo.
Lamentablemente no es el único problema.
El transporte de fardos y cargas
pesadas, el pastoreo y crianza de
ganado, las extenuantes jornadas de
trabajo, que a veces se extienden hasta
más de 12 horas, y que incluyen la
apertura de surcos, el manejo de
maquinaria o guiar desde tierra a las
avionetas fumigadoras, son otras
particularidades del trabajo infantil en
el área rural.
Muchas veces los niños son retirados de
la escuela por los propios padres porque
necesitan mano de obra barata en el
campo. “De esta manera, lo único que
consiguen es hacerse más pobres”, se
lamenta la profesora López. “Yo
lo he visto: los papás me dicen: '¿Qué
hago señorita? Lo necesito para que me
ayude en el campo', y se llevan al niño,
lo hacen trabajar de sol a sol, se
enferma, se convierte en una carga, es
marginado y así va marcando su destino”,
relata. “No hay cómo romper este círculo
vicioso”, reflexiona. Y aunque Ana
no lo menciona explícitamente, las niñas
llevan la peor parte pues ellas no sólo
son retiradas más rápidamente de las
escuelas que los varones, sino que
además de las tareas agrícolas
-generalmente deshierbe o apertura de
surcos- deben combinar su jornada de
trabajo con las tareas domésticas, entre
ellas el acarreo de agua y de leña desde
fuentes distantes, a veces a varias
leguas de distancia. Las chicas se
embarazan muy rápidamente después que
dejan la escuela, y pasan de fungir como
mamás de sus hermanitos a ser madres
verdaderas, y como ya no pueden ir al
campo se llenan de hijos muy rápido”,
señala López. “A veces las
encuentro, con su hijito a la espalda,
las manos ocupadas con bosta de vaca o
leña para cocinar, algunas me desvían la
mirada, creo que sienten vergüenza; a mí
se me encoge el alma”, dice.
De acuerdo con la OIT, el
“trabajo infantil” es aquel
que perjudica la salud del
niño, impide que asista a la
escuela y puede poner en
entredicho su desarrollo y
crecimiento futuros |
“Sin posibilidad de asistir a la escuela
y de jugar, sin formación y experiencia
que les respalde, sin instrucciones
precisas, ni conocimientos sobre las
medidas de seguridad y a menudo
utilizando herramientas diseñadas para
manos de adultos, los niños son
particularmente vulnerables a los
riesgos que encierra el trabajo en la
agricultura, la silvicultura, la pesca y
en el procesado, transporte y
comercialización de alimentos y
productos agrícolas”, subraya la FAO
en su último informe sobre la niñez
rural, publicado en diciembre de 2007.
De por sí, la cantidad de menores de
edad que trabajan en el área rural en
condiciones riesgosas para su salud e
integridad física es todo un desafío:
132 millones de niños y niñas entre los
5 y 14 años, según la FAO.
Por su parte, la OIT afirma que
el 70 por ciento de niños que trabajan
en el mundo lo hace en el sector
agrícola. Es decir, siete de cada diez
niños, y con un agravante: cerca de 20
por ciento de los trabajadores
infantiles tiene menos de 10 años, en
promedio, de acuerdo con datos
recopilados por el Programa
Internacional para la Eliminación del
Trabajo Infantil de la OIT.
En América Latina y el Caribe
el porcentaje de niños rurales
trabajadores ha descendido del 16 al 5
por ciento entre 2000 y 2004, según la
FAO. Más aún, el porcentaje de
niños involucrados en trabajos
peligrosos ha bajado en 26 por ciento.
Paraguay, Bolivia y
Perú ostentan las tasas más altas de
niños trabajadores rurales.
Trabajo
infantil vs. explotación infantil
Para caracterizar debidamente el
problema, sin embargo, hay que comenzar
por aclarar los términos, pues los
organismos internacionales no están en
contra de todas las actividades que los
niños realizan en el campo, muchas de
las cuales obedecen a las particulares
características del sector rural.
“Participar de cierta forma en
actividades de subsistencia de la
familia, en especial si no implica
trabajos pesados o peligrosos, o no
interfiere con la escolarización, es
legítimo y puede ser importante para
desarrollar habilidades necesarias para
llegar a ser agricultor, pescador o
silvicultor en la vida adulta”, aclara
Eve Crowley, de la Dirección de
Género, Equidad y Empleo Rural de la
FAO.
“Por el contrario, no hay excusa para el
trabajo infantil que puede resultar
dañino, sea abusivo o suponga la
explotación de los menores y les prive
de su derecho a la educación”, añade. De
acuerdo con la OIT, el “trabajo
infantil” es aquel que perjudica la
salud del niño, impide que asista a la
escuela y puede poner en entredicho su
desarrollo y crecimiento futuros. Por lo
tanto, aquellas tareas ligeras que no
interfieren con su asistencia a la
escuela son aceptables a partir de los
12 años de edad, al igual que los
trabajos calificados de no peligrosos
para los adolescentes de 15 y 16 años.
En Guatemala la edad
promedio para comenzar a
trabajar como jornaleros
agrícolas es de 6 años |
Al analizar la problemática de infantes
y adolescentes que trabajan en el campo,
un aspecto bastante dejado de lado por
las estadísticas oficiales se refiere a
la situación de los menores migrantes,
la mayor parte de los cuales va a
trabajar al campo, especialmente en las
zonas fronterizas. Ese es un problema
que va en aumento en
México,
por ejemplo.
Según el
Centro Coordinador y Difusor de Estudios
Latinoamericanos de la Universidad
Nacional Autónoma de México, cada año
unos 150 mil menores intentan pasar la
frontera. De ellos, una tercera parte lo
hacen solos, sin la compañía de ningún
pariente o amigo.
Para el Centro, la principal motivación
de esos niños es la económica, y por
ello un gran porcentaje de los 90 mil en
promedio que logran trasponer anualmente
la frontera se queda trabajando en
plantaciones agrícolas de Estados
Unidos, en precarias condiciones
pues no existen ni como ciudadanos ni,
legalmente, como personas.
En Guatemala, por otro lado, la edad promedio para
comenzar a trabajar como jornaleros
agrícolas es de 6 años, según informes
de ONG que trabajan en ese país.
No obstante, no existen estadísticas
oficiales de cuántos menores trabajan en
el campo, la mayoría de los cuales
pertenece a las etnias indígenas de ese
país centroamericano. “No nos gusta
echar veneno (agrotóxicos) porque huele
feo y no nos deja respirar”, fue una de
las respuestas que los niños
trabajadores del campo de Nicaragua
dieron a un grupo de educadores que
realizó una encuesta entre 1.500 niños y
adolescentes que trabajan. También se
quejaron de las herramientas que tienen
que utilizar, “demasiado grandes y
difíciles de manejar”. No obstante,
niños al fin, reconocieron que “aprender
a manejarlas da prestigio y
reconocimiento entre los campesinos”.
Preguntados sobre los riesgos que
confrontan, los encuestados señalaron el
peligro de sufrir un accidente, el dolor
y el cansancio que significa trabajar
muchas horas agachados o en posiciones
poco cómodas, el peligro de contraer
enfermedades y el no poder asistir
regularmente al colegio.
En el Perú, coincidiendo con su ingreso a la primaria,
las niñas rurales se encargan del
pastoreo del ganado, cuidado de animales
menores, recolección de leña y acarreo
de agua, etc., señala la Red de Acción
Social por la Niñez. A medida que crecen
estas responsabilidades se incrementan,
por lo que no disponen ya de tiempo ni
condiciones adecuadas para continuar
estudiando. Como resultado, una de cada
cuatro adolescentes entre los 12 y 17
años deja de estudiar. Otras 200.000
entre los 5 y 17 años nunca han ido a la
escuela, según el Instituto Nacional de
Estadística e Informática.
Zoraida Portillo
SEMlac
10 de junio de 2008