Nunca antes un dictador de país alguno había sido condenado precisamente por
eso, por ser dictador. Ahora es el caso de Juan María Bordaberry, enviado a
la cárcel por el máximo que permite la ley uruguaya.
La condena al ex presidente a 30 años de penitenciaría coincide con la
reapertura del debate sobre la supresión de la ley que en 1986 amnistió a
los militares acusados de violaciones a los derechos humanos bajo la
dictadura que en 1973 inició justamente Bordaberry. Y está también en
discusión el futuro de los pocos militares que aprovechando los resquicios
que deja esa ley están detenidos desde hace seis años.
“Había muchos antecedentes, en diversos países, incluso en el propio
Uruguay, de dictadores condenados por diversos delitos considerados de
lesa humanidad, como desapariciones, secuestros, asesinatos, o por
enriquecimiento ilícito, pero por haber dado un golpe de Estado nunca”,
comentó a Sirel la abogada Hebe Martínez Burlé, que desde 2002
lleva adelante la causa contra Bordaberry.
“Pasamos mucho tiempo, siete años, para probar un delito a todas luces
evidente, y la sociedad pasó mucho más, 36 años, para condenarlo, pero
finalmente se hizo justicia”, dijo.
Al ex presidente que el 27 de junio de 1973, disolvió las cámaras
legislativas e instauró una dictadura cívico militar en complicidad con las
Fuerzas Armadas, se lo responsabilizó por coautoría de nueve delitos de
desaparición forzada, dos homicidios políticos y por Atentado a la
Constitución. “El delito de Atentado a la Constitución es la madre de todos
los delitos, porque la Constitución es la madre de todas las leyes, y
Bordaberry es ahora un reo de lesa nación. Cuando alguien quiera dar un
golpe de Estado deberá pensar un poco. Podrá darlo hoy, pero
mañana puede estar, como Bordaberry, terminando sus días en la
cárcel, denigrado”,
agregó Martínez Burlé.
“Es un fallo fundante, una reivindicación de la democracia”, señaló otro
abogado, Óscar López Goldaracena, uno de los principales
animadores de una campaña para anular la ley de 1986.
Bordaberry tiene 81 años, y por su “delicado estado de salud”, según dicen
sus médicos, sería enviado a su casa a cumplir su pena.
La propia Martínez Burlé admite que, en caso de ser ciertos los males
que lo aquejarían -“no se los ha podido probar”- “nadie se opondría” a la
prisión domiciliara del ex dictador. Pero la polémica se plantea sobre todo
respecto a algunos de los nueve militares que están hoy detenidos en una
cárcel especial por haber cometido delitos de lesa humanidad.
El presidente José Mujica impulsa una ley para que todos aquellos
presos mayores de 70 años pasen a cumplir su pena a domicilio. La ley
beneficiaría a cuatro de esos nueve ex represores. “¿Qué sentido tiene
mantener en prisión a esos viejitos? No quiero ser verdugo de mis verdugos”,
comentó Mujica, que pasó 13 años en la cárcel bajo la dictadura.
Todas las organizaciones uruguayas de derechos humanos se oponen a la
pretensión del presidente, aduciendo que los delitos de lesa humanidad que
les son imputados a esos militares son de una gravedad tal que no justifica
ningún tipo de indulgencia. Ser “viejitos” no los absuelve ni debería ser un
atenuante, indican.
López
Goldaracena
cita el caso del criminal nazi Heinrich Boere, condenado el martes
23, el mismo día que Bordaberry, a cadena perpetua por la justicia
alemana. Boere tiene 88 años y asistió al juicio en silla de ruedas.
Otro criminal
de guerra, John Demjanjuk, de 89 años, extraditado desde Estados
Unidos el año pasado, está siendo juzgado en Munich por la masacre de
casi 28.000 judíos en 1943.
“Estos casos
demuestran dos cosas esenciales: que la edad no puede ser atenuante para ser
enviado a prisión cuando se trata de este tipo de delitos, y que el reclamo
de justicia es imparable. Cincuenta, sesenta, setenta años después, ese
reclamo sigue vigente en Alemania, como en España a propósito
de la guerra civil de la década del treinta, o en Uruguay”, destacó
López Goldaracena.
“Tenemos
todavía el obstáculo de la ley de impunidad del 86”, dice el abogado.
Eliminar del ordenamiento jurídico uruguayo esa norma, a la que consideran
una aberración y a la que incluso la Suprema Corte de Justicia tachó de
“inconstitucional” al menos en un caso, sigue siendo la obsesión de las
asociaciones humanitarias, de los sindicatos y de la mayoría de los partidos
de la izquierda.
La ley fue
ratificada en dos plebiscitos (la última vez en octubre pasado), pero ello
no debería ser obstáculo para que sea anulada o derogada en el parlamento,
señalan esas organizaciones. Proyectos en ese sentido están siendo
negociados en estos días.