El
golpe de Estado parlamentario express que sufrimos el 22 de junio no sólo ha
interrumpido la democracia que teníamos, también ha degradado el estilo de vida
de una mayoría del Paraguay que, a pesar de todos los impedimentos levantados
por el Congreso, poco a poco comenzaba a ser diferente.
Con el golpe, la
virtud de la equidad se ha detenido. Y el protagonista ya no es el pueblo pobre
al que hay que cuidar más para que mejore, ahora el protagonista es la minoría
que produce y consume, es decir: el 2 por ciento que tiene el 80 por
ciento de la tierra, símbolo del poder. El resto, la enorme mayoría, pareciera
que no les interesa.
El golpe de
Estado ha puesto en la calle a miles de empleados públicos para sustituirlos por
correligionarios del partido del presidente Franco. La salud ya no es
gratuita sino “más barata”, aunque no sabemos qué significa eso.
La asignación para los adultos
mayores -la tekopora(1)- y las unidades de salud familiar, ahora dicen
que sobran. El Congreso impedía que estos cambios fuesen más profundos y
generosos, pero eran medidas que se acercaban a mejorar la suerte de los
empobrecidos. Ahora todo esto es peor.
Nuestro estilo de vida es más pobre. Diferente. Con Haití estamos en la cola
de América.
En lo positivo, nuestro pueblo va abriendo los ojos y se concientiza. Ahora
aguanta, pero más indignado, lo cual significa que la bomba de tiempo de la que
hablan los analistas sociales continúa activada, y va creciendo.
Y de todo esto se habla semanalmente en muchas reuniones. Se comenta, se discute
y se toman decisiones. Nuestra vida es diferente para peor. Aunque nuestro
medios de comunicación, unidos al golpe, procuran confundirnos y
desinformarnos.
Alguien me decía por radio: “Yo leo
el periódico, pero creo y hago lo contrario de lo que me dice, porque son
mentiras”. Otros, más radicales: “Yo sólo escucho una emisora: esta es Fe y
Alegría”.(2)
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