En la zona bananera
de Urabá, aprovechamos para entrevistar a Ana Inés Miranda R. de Correa,
victima por el asesinato de cinco de sus hijos sindicalistas.
Al final de un
sendero polvoriento se ve una casa humilde. En ella vive una anciana con una
cabellera blanca como la nieve, de mirada noble y maternal, con una sonrisa que
transmite amabilidad y confianza. La encontré sentada sobre una silla de ruedas,
junto a sendos altares para una virgen y un Cristo, desteñidos por el tiempo y
engalanados con flores de papel azul y blanco, con una veladora encendida
“pa’alumbrar la vida que queda y por los que se fueron”, dijo como respuesta al
ver que miraba su santuario con curiosidad, pero con respeto.
Ana Inés Miranda
de Correa
parió doce hijos, haciéndole honor a la tradición paisa* de “tener los críos que
Dios mande”. Sería una campesina más, anónima, de no ser porque en la lista de
víctimas por la violencia registra el asesinato de cuatro hijos sindicalistas y
uno desaparecido.
“Prepare un café pa’
la visita m’ijo”, le ordena a un nieto que la acompaña en el momento de nuestra
llegada.
Saludo a doña Ana,
madre de Ricardo, Emiro, Reinaldo, Juan de Jesús,
sindicalistas asesinados, y de Jesús María, desaparecido y también
trabajador bananero, de Hernán, actual vicepresidente de SINTRAINAGRO,
y de Guillermo, presidente de CORPOLIBERTAD, aún vivos junto a sus
cinco hermanas.
La charla comienza
naturalmente, mientras el aroma del café recién hecho invade la habitación.
-Doña Ana, ¿usted
es de la zona bananera?
-No, yo nací en
Cañas Gordas, Antioquia. Me tocó trabajar desde niña por la extrema pobreza de
mi familia. Los hijos los empecé a parir desde muy joven, y me encargué de ellos
como madre cabeza de familia hasta que Ricardo, mi hijo mayor de 16 años
me dijo: “Nos vamos todos para la zona bananera a encontrar otra vida”. Dejamos
al papá trabajando en el monte como leñador y hasta la luz de este día hemos
estado por aquí en Apartadó.
-¿Y cuál fue su
primer trabajo en la zona bananera?
-Me enrolé con la
Asociación de Usuarios Campesinos (ANUC), en el trabajo de recuperar
tierras. Nos tomábamos fincas y repartíamos para los que no tenían. Nunca me
preocupé por reservar tierra para mí y los hijos, porque en esa época uno
trabajaba para los demás, mejor dicho pa’los mas jodidos.
-¿Y de qué vivía
con semejante número de hijos?
-Pasaba tiempo
pidiéndoles a los alcaldes autorización para que mis hijos varones menores de
edad pudieran trabajar en las fincas bananeras, como no teníamos autoridades del
trabajo, el alcalde era el que autorizaba. Y lo lograba; con eso vivíamos.
-¿Y usted qué
hacía además de recuperar tierras?
-Preparaba muchas
cosas de comer y vendía en las invasiones -que ahora les llaman
así- con eso y lo
que ganaban los hijos nos defendíamos. Las hijas también trabajaban en oficios
caseros, hasta que se fueron casando.
-Todos sus hijos
hombres fueron y son líderes sindicales y sociales, ¿el ejemplo suyo?
-Dios
dirá- dice bajito mientras mira el altar. Luego me mira a los ojos con una
mezcla de dolor y de ternura que le da a su rostro una extraña belleza. -Dios da
los hijos y Dios los quita, eso pasó con los muertos míos; y al desaparecido,
Jesús María, lo siento igual de muerto que a los otros cuatro-.
-¿Por qué cree
que los asesinaron?
-Por toda esta zona
paso la revolución del Ejército Popular de Liberación (EPL), y los
muchachos, en una u otra forma, terminaban enrolados, y los que no pues igual
eran sospechosos de pertenecer. Luego vino lo que se llamó el desarme o
desmovilización, y detrás una mortandad terrible que no respeto niños, mujeres,
ancianos, y menos a los sindicalistas; todavía matan uno que otro.
-¿Quién los
asesinó?
-Las autoridades no
han dicho quién, eso quedará así y habrá que resignarse, porque con la plata del
mundo no se recupera un hijo, ni se alivia el dolor de una madre. Son cinco
hijos perdidos, cinco puñales de punta clavados en la garganta.
-Y después de
tantos años de lucha, ¿ahora cuál es su actividad?
-Ya la salud me
tiene en silla de ruedas, no tengo forma de trabajar, los hijos que me quedan me
ayudan y me entretengo con los nietos que me visitan. Le rezo a la Virgen por la
salud de todos y para que se detengan las matanzas.
Me despido de doña
Ana Inés y me responde con la sonrisa que la encontré: “Hasta lueguito pues, y
por aquí a la orden”, la clásica frase de despedida de los montañeros y
montañeras paisas.