El procesamiento con prisión del dictador Juan María
Bordaberry y de su canciller Juan Carlos Blanco, fue
motivo de festejo en una sociedad uruguaya víctima de
una impunidad arraigada a lo largo 20 años de gobiernos
que, de una u otra forma, impidieron los juicios a las
violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la
dictadura cívico militar que se impuso en el país entre
1973 y 1985.
El
encarcelamiento de dos de las principales figuras del
régimen dictatorial fue presentado en los medios de
comunicación uruguayos por titulares que destacaron
desde un simple: “A la cárcel”, en el matutino El
Observador, hasta una tapa sin texto del cotidiano
La Diaria que se limitó a publicar en su portada
sin títulos la fotografía de dos manos aplaudiendo.
Juan María Bordaberry, presidente electo en 1971,
quien dio un golpe de Estado en 1973 disolviendo las
Cámaras parlamentarias, y su ministro de Relaciones
Exteriores, Juan Carlos Blanco, fueron procesados
con prisión como coautores de los homicidios
especialmente agravados de los ex legisladores Zelmar
Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, y de los militantes
tupamaros William Whitelaw y Rosario Barredo, ocurridos
en mayo de 1976 en Buenos Aires, Argentina.
Los antecedentes
Michelini era entonces senador de la coalición de
izquierdas Frente Amplio, y Gutiérrez Ruiz, del Partido
Nacional, había llegado a ser el presidente de la Cámara
Baja del Parlamento uruguayo. Sus cuerpos fueron
encontrados en un automóvil abandonado en la capital
argentina junto a los de los dos militantes del
movimiento Tupamaros, como conclusión de un operativo
coordinado de represión en el que se intentó asociar a
los dos legisladores con la llamada “subversión”.
El
juicio que ha llevado a la cárcel a Bordaberry y
Blanco se inició en 2002, cuando la Suprema Corte
de Justicia uruguaya aceptó que los dos altos jerarcas
de la dictadura podían ser juzgados al no estar
amparados en la llamada Ley de Caducidad, con la que en
1986 se procuró amnistiar a militares y policías
responsables de crímenes de lesa humanidad, pero
que dejó fuera de ese beneficio a los civiles que
participaron activamente en la dictadura.
Las razones
El
asesinato de Michelini y Gutiérrez Ruiz es considerado
uno de los eslabones del denominado Plan Cóndor
con el que los regímenes dictatoriales de Argentina,
Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay coordinaron
en los años setenta una represión transfronteriza en el
Cono Sur de América contra todo opositor político, con
el beneplácito y apoyo del secretario de Estado
estadounidense Henry Kissinger, según prueban
documentos desclasificados en Estados Unidos.
El
ex canciller Juan Carlos Blanco ya había estado
encarcelado por su coautoría en la “privación de
libertad” de la maestra Elena Quinteros, secuestrada en
agosto de 1976 dentro de los límites territoriales de la
embajada de Venezuela en Montevideo cuando intentaba
pedir asilo político. Quinteros desapareció, y el hecho
se transformó en un gravísimo incidente diplomático que
determinó la ruptura de relaciones políticas entre ambos
países hasta el fin de la dictadura. Blanco
seguía encausado por un delito de homicidio ante la
versión de una oficial Comisión para la Paz cuya
investigación concluyó que la maestra había sido
asesinada.
Juan María Bordaberry,
de 80 años, en cambio, se constituye en el segundo
dictador preso por los crímenes cometidos por los
regímenes militares en la región, luego del
encarcelamiento del general argentino Rafael Videla
en 1986, y cuando en Chile el general Augusto
Pinochet aún goza de una prisión domiciliaria,
beneficio al cual el dictador uruguayo no puede aspirar
en virtud de una ley de “humanización de cárceles”
aprobada en 2005 según la cual los autores de delitos de
lesa humanidad no recibirán ningún privilegio,
aún siendo añosos.
El significado
El
encarcelamiento de Bordaberry y Blanco se
produce a un año y medio de la asunción del presidente
socialista Tabaré Vázquez, quien ha instaurado una nueva
política de Estado en materia de derechos humanos por la
cual se ha permitido que casos ocurridos durante la
dictadura militar sean finalmente indagados por la
justicia penal. Ya hay ocho militares y policías
procesados y en prisión por un caso de desaparición
forzada, mientras se mantiene bajo prisión
administrativa a otros tres militares cuya extradición
ha sido solicitada por la Justicia Federal argentina.
Los
procesamientos referidos a los asesinatos de Michelini y
Gutiérrez Ruiz han conmovido al sistema político
uruguayo. Voceros del hoy minoritario Partido Colorado,
como los ex presidentes Julio María Sanguinetti
(1985-1989 y 1994-1999), y Jorge Batlle
(2000-2004), se han pronunciado en contra de la decisión
judicial, que será apelada por la familia del ex
dictador. Uno de sus hijos que fuera ministro de Turismo
durante el último gobierno colorado, Pedro Bordaberry,
denunció inclusive la existencia de una “insoportable
presión” del gobierno izquierdista sobre los jueces.
Las
organizaciones sociales, en cambio, han celebrado el
pronunciamiento del Poder Judicial y la central de
trabajadores PIT-CNT resolvió convocar ayer, viernes 17,
a una concentración para festejar el encarcelamiento del
ex dictador. El hecho es percibido como un hito
histórico en el reclamo de “Verdad y Justicia” que estas
organizaciones promueven desde el fin de la dictadura
que dejó como saldo dos centenares de víctimas de
desaparición forzada y miles de presos políticos y
exiliados.
Con
el dictador y su Canciller presos en la misma Cárcel
Central donde ya se amontonan militares y policías
violadores de los derechos humanos, los uruguayos
parecen sentir que un viento de cambio ha comenzado a
disipar la impunidad que protegía a los autores de los
crímenes de la dictadura, una impunidad consolidada
durante los cuatro gobiernos constitucionales que
siguieron al régimen de facto. Parece comenzar a
cumplirse una promesa preelectoral del presidente Tabaré
Vázquez en la que aseguró que su gobierno haría “temblar
hasta las raíces de los árboles”.
Roger
Rodríguez
©
Rel-UITA
18 de noviembre de 2006 |
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