Decenas de miles de personas manifestarán probablemente este
viernes por las calles de Montevideo, como todos los 20 de
mayo desde 1996, en reclamo de verdad y justicia para los
desaparecidos uruguayos durante la dictadura, pero
esta décima edición de la “Marcha del Silencio” se da en un
contexto político totalmente novedoso.
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Entre los desaparecidos no hay inocentes.
Todos fueron culpables de
querer un mundo mejor.*
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Las Marchas del Silencio han congregado hasta ahora a entre
40.000 y 70.000 personas que, bajo una única pancarta que
año a año elabora la Asociación de Madres y Familiares de
Uruguayos Detenidos Desaparecidos, marchan sin corear
consigna alguna por la céntrica avenida 18 de Julio, la
principal de Montevideo.
En esta ocasión, se produce en un clima de expectativa
mayor, puesto que el flamante gobierno de izquierda,
estrenado el 1 de marzo, ha proclamado su intención de
investigar a fondo el destino de los desaparecidos uruguayos
bajo la última dictadura cívicomilitar (1973 - 1985) y ha
dado algunos pasos en ese sentido.
De hecho, por primera vez desde que la manifestación comenzó
a realizarse todos los años, en 1996, un presidente de la
república en ejercicio, el socialista Tabaré Vázquez,
participará de ella, junto a buena parte de su gabinete.
Entre las novedades producidas en las últimas semanas
destaca también el ingreso de un equipo de universitarios
(antropólogos, arqueólogos, geólogos) al predio del batallón
13 del Ejército, donde, según coincidentes denuncias, se
habría sepultado a opositores desaparecidos en los años
setenta.
Este miércoles 18 una versión difundida por el diario El
Observador daba cuenta de que en ese predio se habían ya
encontrado restos óseos, que habían sido enviados a
laboratorios para que se les practiquen exámenes de ADN a
cotejar con las muestras sanguíneas de los familiares de
desaparecidos.
La versión fue sin embargo desmentida hoy viernes a otro
matutino, La República, por “voceros de la Presidencia de la
República” según lo cuales se trataría de restos de
animales.
Por otra parte, esta semana se supo que la fiscal Mirtha
Guianze pidió el procesamiento con prisión del ex presidente
Juan María Bordaberry y el ex canciller Juan Carlos Blanco.
A ambos les imputa el delito de “homicidio muy especialmente
agravado” por su responsabilidad en el asesinato, el 20 de
mayo de 1976 en Buenos Aires, de los ex legisladores
uruguayos Zelmar
Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz.
Es precisamente en recuerdo de esa fecha –en que, además de
los ex parlamentarios, fueron asesinados dos uruguayos
exiliados en Argentina y vinculados a movimientos
guerrilleros, Rosario Barredo y William Whitelaw, que a
iniciativa del actual senador de izquierda Rafael Michelini,
hijo de Zelmar, comenzaron a realizarse en 1996 las Marchas
del Silencio de los 20 de mayo.
También en las últimas semanas se han conocido testimonios
coincidentes de personas que afirman haber visto, entre 1976
y 1977, enterramientos clandestinos en diversos lugares.
Según consignó el semanario Brecha citando a uno de los
testigos, la razón de que esas personas hayan esperado casi
treinta años para efectuar sus denuncias es que “ahora se
puede”, en alusión al nuevo escenario político existente en
el país.
El presidente Vázquez ha manifestado hasta ahora, en estos
temas, una actitud mucho más firme ante las Fuerzas Armadas
que la demostrada por sus predecesores conservadores que se
sucedieron en el poder desde la restauración democrática de
1985.
En particular ha obtenido de los jefes de las tres armas el
compromiso de realizar una investigación interna para ubicar
el paradero de los restos de los opositores uruguayos
desaparecidos en el país.
El total de uruguayos secuestrados y posteriormente
desaparecidos en los años setenta y principios de los
ochenta supera los 210, pero la gran mayoría de ellos fueron
detenidos en Argentina, en el marco de operaciones de
coordinación represiva entre las dictaduras del Cono Sur de
América Latina enmarcadas en el Plan Cóndor. En territorio
nacional se denunció la desaparición de una treintena de
uruguayos y de cinco argentinos, entre estos últimos la
nuera del poeta argentino Juan Gelman, secuestrada en Buenos
Aires y trasladada a Montevideo en 1977.
Pese a todos los avances en materia de esclarecimiento de
las violaciones a los derechos humanos en el pasado reciente
producidos tras la llegada al poder del Encuentro
Progresista–Frente Amplio, se han reavivado discrepancias al
interior de la propia izquierda.
Esas fricciones se resumen en un tema central: si es
esperable que las investigaciones en curso conduzcan a
sanciones contra los responsables de estas aberraciones.
Tabaré Vázquez ya ha dicho que se limitará a cumplir “con la
totalidad” de la ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva
del Estado, que en 1986 eliminó cualquier posibilidad de
sanción penal contra militares y policías acusados de haber
cometido asesinatos, desapariciones y torturas entre junio
de 1973, fecha del golpe de Estado, y marzo de 1985. Un
artículo de ese texto, el cuarto, prevé de todas maneras la
realización de investigaciones para conocer “la verdad”
sobre los casos de desapariciones.
En 1989, esa ley fue sometida a plebiscito revocatorio,
promovido por organizaciones humanitarias, el conjunto de la
izquierda y sectores “progresistas” de los partidos
conservadores, pero resultó ratificada.
El Secretariado de Derechos Humanos de la central sindical
única PIT-CNT entiende, en cambio, que Uruguay ha suscrito
convenios internacionales “que tienen supremacía” sobre la
legislación nacional y que definen a las desapariciones como
“delitos permanentes”, es decir que habilitan la posibilidad
del juicio y el castigo.
Observa igualmente que el plebiscito de 1989 se realizó en
un contexto muy particular, dominado por el temor a la
posibilidad de un nuevo golpe de Estado augurado por los
militares y los partidos de la derecha en caso de que la ley
fuera derogada. “El panorama actual en Uruguay es muy
diferente, y desde entonces se ha avanzado mucho en la
jurisprudencia sobre estos temas a nivel internacional”,
observó el dirigente sindical Raúl Olivera, integrante de
ese Secretariado.
Olivera se declaró sorprendido de que en las operaciones de
búsqueda que se están realizando en el Batallón 13 “no haya
representantes de la justicia”. Recordó que en ese predio
puede hallarse el cuerpo de Elena Quinteros, una maestra
secuestrada en 1976, por cuya desaparición hay una causa
penal abierta contra el ex canciller Juan Carlos Blanco, el
mismo que figura encausado en el caso Michelini-Gutiérrez
Ruiz.
“Es insólito que se esté diligenciando una prueba que tiene
que ver con una causa penal (la desaparición de Quinteros) y
no sea dirigida por el juez”, apuntó Olivera, que se dijo a
su vez sorprendido de que el gobierno “no haya tomado
ninguna iniciativa en el ámbito judicial o político para
saber si son ciertas las versiones de que existen otros
cementerios clandestinos además del Batallón 13”.
En el mismo sentido se pronunció el antropólogo forense
Horacio Solla, designado por la justicia como uno de los
veedores de los trabajos en el Batallón 13 pero que aún no
ha ingresado a ese predio porque la Presidencia de la
República no le ha entregado la acreditación
correspondiente.
“No es serio que en este proceso de investigación, que hasta
ahora ha sido del dominio exclusivo del Poder Ejecutivo, la
justicia no haya estado presente desde el primer momento”,
comentó Solla, miembro del Instituto Técnico Forense del
Poder Judicial.
Entre dirigentes de algunos grupos de izquierda y militantes
de organizaciones humanitarias existen sospechas de que el
actual gobierno quiere “liquidar rápidamente” el “tema
desaparecidos” para “dar vuelta definitivamente la página” y
que no desea complicarse con investigaciones que podrían
durar mucho tiempo.
Las Marchas del Silencio no han estado ajenas a estas
polémicas. En sus primeros años, las consignas que presidían
a esas manifestaciones hicieron siempre énfasis en el
reclamo de verdad (“Verdad, memoria y nunca más”, en 1996,
“Queremos la verdad”, doce meses más tarde, “La verdad nos
hará libres”, en 1998, ³¿Qué le falta a nuestra democracia?
Verdad”, en el 99), pero en las ediciones posteriores al año
2000 ya se notaba una inflexión.
“En los comienzos –señala el historiador Aldo Marchesi– se
asumía la imposibilidad de la `justicia´ como consecuencia
de la ratificación popular de la ley de 1986. Sin embargo,
en los últimos 20 de mayo empiezan a surgir otras consignas
que en cierta medida contradicen el sentido original de los
organizadores. `La verdad ya la sabemos, queremos justicia´,
corean grupos juveniles desafiando el consensuado silencio”.
La propia Asociación de Madres y Familiares de Uruguayos
Detenidos Desaparecidos ha incluido en las más recientes
marchas del 20 de mayo reivindicaciones de justicia. La que
preside esta edición dice: “Para el pasado verdad, en el
presente justicia, por siempre memoria y nunca más”.
Más allá de estas polémicas, unos y otros se han manifestado
satisfechos con que por fin suene la hora del castigo para
Juan María Bordaberry y Juan Carlos Blanco. Ambos no pueden
aspirar a ser beneficiados por la ley de 1986, que sólo
abarca a militares y policías.
Además, si el presidente Vázquez cumple con lo que anunció
el 1 de marzo, en su discurso de asunción, de que dejará,
por su propia decisión, fuera de la ley de Caducidad a los
casos de los legisladores uruguayos asesinados en Argentina,
podrían llegar a ser enjuiciados tres militares implicados
en ellos (los oficiales Manuel Cordero, José Nino Gavazzo y
Pedro Mattos).
Claro está que algunos se preguntarán por qué el presidente
resolvió excluir de la ley únicamente a esos dos casos (es
cierto que tal vez los más emblemáticos) y no a otros. “Es
mejor que nada, y por algo hay que empezar”, se consoló un
militante humanitario.
Daniel Gatti
© Rel-UITA
20 de mayo de
2005
* Del libro
"nomeolvides". Textos Carlos Caillabet,
fotografía Annabella Balduvino