Con Jair Krischke
El
Estado no asegura
la
soberanía y la democracia
en la
región amazónica
Ante la
ola de violencia rural desatada
recientemente en los estados del norte
de Brasil, Sirel dialogó con nuestro
amigo y compañero Jair Krischke,
presidente del Movimiento Justicia y
Derechos Humanos (MJDH, Brasil), sobre
el origen de esta violencia y las
acciones necesarias para erradicarla.
-¿De dónde viene esta violencia?
-En Brasil es un viejo tema que tiene que ver
esencialmente con la ausencia del Estado
y la total impunidad de los poderosos en
esa región.
Hemos pasado por muertes que han tenido repercusión
internacional muy fuerte, como la de
Chico
Mendes en 1988, y más recientemente, en
2005, la de la religiosa estadounidense
Dorothy Stang.
En esas oportunidades los asesinatos pararon durante un
tiempo, tal vez seis meses, y después,
como la memoria es corta y en Brasil
prácticamente ni siquiera tenemos
memoria, los homicidios sociales
recomenzaron.
Porque hay un simulacro de justicia que
hace que los responsables no aparezcan,
o cuando lo hacen terminen liberados o
con penas ridículas. Es asustador. ¿Cómo
puede ocurrir esto en el Brasil del
siglo XXI?
-¿Quiénes son los responsables de esta violencia?
-Cuando se comete cualquier tipo de crimen –más aún un
homicidio- hay que analizar quién saca
ventaja de él. En el caso de estas
muertes vinculadas con el uso de la
floresta y la propiedad de la tierra,
los mandantes suelen ser los que extraen
madera industrialmente, los usurpadores
de tierra y grandes ganaderos y
agroindustriales que en general son
invasores de tierras fiscales.
Esta cultura está arraigada en estos sectores y sus comparsas
incrustados en las entidades públicas
locales, y por eso se sigue matando a la
gente con absoluta impunidad.
Entre ellos siempre negocian y se ponen de acuerdo para
repartirse una torta que parece
infinita, pero matan a los dirigentes
sindicales, ambientalistas, líderes
comunitarios de grupos que apenas se
reúnen para defender sus necesidades
básicas.
Todo
aquel que se rebela, que no se somete a
esa autoridad ilegal e informal, son
candidatos a ser asesinados.
Existen listas de condenados a muerte
que están incluso en poder del gobierno.
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La secretaria de Derechos
Humanos, María do Rosario,
afirmó que es imposible dar
seguridad a estas personas,
que el Estado no puede
hacerlo. Es lamentable.
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-¿Y qué dice el gobierno?
-Las organizaciones sociales le han entregado documentos y
listas de marcados para morir, pero
justo ahora nuestra secretaria de
Derechos Humanos, María do Rosario,
sale a decir que el Estado no tiene cómo
protegerlos. Ella afirmó solemnemente
que es imposible dar seguridad a estas
personas, que el Estado no puede
hacerlo. Es lamentable.
-Las víctimas padecen la discriminación de la pobreza y el
ninguneo del Estado…
-Invariablemente son los más pobres, y sufren esa persecución
por estar en esta región tan rica, que
se puede vivir sin demasiados problemas,
no hace frío, hay ríos y arroyos
cargados de peces, hay frutos
selváticos, en fin, se puede vivir de la
floresta como lo hacen muchos de los que
allí están asentados y lo han hecho
durante muchas generaciones.
Hay
entre ellos quienes ni siquiera tienen
partida de nacimiento. Son brasileños
absolutamente anónimos. Incluso parecen
invisibles para el Estado. Ellos son inmensamente vulnerables.
La iglesia católica está haciendo allí un trabajo de apoyo
muy importante, hay religiosos entre
esos amenazados de muerte, y la propia
Dorothy que era monja son
ejemplos de que esa violencia no se
detiene ante nada.
-¿De quién dependen los jueces en esas
regiones?
-Hay jueces que son provinciales, del estado local, y que en
general tratan estos temas. La justicia
federal desde hace tres años admite
juzgar casos relacionados con los
derechos humanos, como serían estos
referidos al derecho a la vida. Pero es
muy difícil que la fiscalía y la
justicia federales los acepten. Entonces
quedan en manos de la fiscalía y la
justicia provinciales.
-¿Por qué es difícil que acepten estos
casos?
-Hay que meter la mano en lodo, hay que ir hasta allá, hay
que ensuciarse, ir a un Brasil
que pocos quieren ver. Hay lugares donde
toma una semana de barco llegar hasta
allí, con poco personal policial, a
veces uno o dos agentes, sin jueces, sin
vehículos, no se pueden trasladar, etc,
etc. Habría que encontrar gente
dispuesta a trabajar duro…
Pero se está matando gente desde hace años, y se sabe que
continuarán.
Es
necesaria una acción fuerte del Estado
tomando cinco o diez casos ejemplares
para quebrar la cultura de la impunidad,
individualizando a los ejecutores y los
mandantes y aplicándoles todo el peso de
la ley.
Entonces las cosas podrían empezar a
cambiar.
Pero esa presencia debe permanecer, porque de lo contrario
tendremos que admitir ante el mundo que
en Brasil hay una parte del
territorio que no le pertenece al
soberano, a las instituciones
democráticas, al gobierno, sino que es
un territorio salvaje donde rige la ley
de la selva y sobre el cual el Brasil
formal no tiene soberanía.
Y esto es muy peligroso, es una anticivilización. Esta
realidad ofende a todos los brasileños y
hay que acabar con ella de una vez por
todas, aunque por ahora no vemos ningún
gesto, ninguna propuesta articulada,
seria y programada de parte del
gobierno. Apenas hay reacciones
puntuales ante situaciones agudas.
Si
no, esto recién acabará cuando se acabe
la floresta…
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