Una
semana después de haber matado de varios tiros a
Dorothy Stang
el 12 de febrero de pasado año, ya estaba detenido por
las autoridades brasileñas el autor material del
asesinato: Rafael De Neves Sales. La monja de origen
estadunidense dedicó 40 años de su vida a organizar a
los campesinos e indígenas de la selva amazónica. Una
parte importante de esa tarea consistió en luchar contra
los poderosos latifundistas del estado de Pará.
De
Neves Sales acaba de ser condenado a 27 años de prisión
luego de un juicio celebrado en la ciudad de Belem. Su
cómplice, Cloaldo Carlos Batista, deberá purgar 17 años.
Ambos confesaron que cometieron el crimen por órdenes de
Amair Feijoli de Cunha, capataz de una hacienda para el
que trabajaban. Este les proporcionó el arma y
posteriormente los ayudó a huir por unos días hasta que
finalmente fueron capturados. Las investigaciones
mostraron que el capataz fue intermediario en el crimen,
planeado, ordenado y financiado por los latifundistas
Vitalmiro Bastos de Moura y Regivaldo Pereira Galvao,
cuya manera de proceder para apoderarse de grandes
extensiones de tierra y combatir violentamente la
inconformidad campesina fue denunciada en varias
ocasiones por la religiosa estadunidense ante las
autoridades y en los medios.
Entre
los grupos defensores de los derechos humanos y la
naturaleza de Brasil, así como entre las organizaciones
campesinas e indígenas del estado de Pará, siempre se
dudó que la justicia alcanzara a los autores materiales
e intelectuales de este asesinato, pues la regla había
sido que quienes sobresalían por su liderazgo en pro de
la tierra y su conservación fueran victimados y los
culpables de hacerlo nunca pisaran la cárcel. Así ha
ocurrido en el caso de más de medio centenar de
dirigentes agrícolas en Pará y en estados como Minas
Gerais, Mato Grosso y Paraná. Esta vez, el gobierno del
presidente Lula sentó un precedente muy importante al
impedir que la impunidad se impusiera de nuevo y que los
intereses de los grandes latifundistas y sus servidores
torcieran, como era costumbre, el brazo de la justicia.
Además, el mandatario aprovechó la ocasión para
reafirmar la soberanía de su país sobre la Amazonia.
El irracional modelo económico que impone
sus leyes en Brasil, y en la mayor parte del
mundo, no ha variado durante el gobierno de
Lula. Contra ese modelo es que, aún a costa
de perder |
Y es
que por los días del crimen mencionado, el francés
Pascal Lamy, frustrado candidato a dirigir la
Organización Mundial de Comercio, había dicho que era
necesario "imponer reglas internacionales en la gestión
de la Amazonia", a fin de detener el creciente deterioro
que registra "el mayor pulmón de vida del planeta". La
idea iba en el sentido de convertirla en Patrimonio de
la Humanidad y como tal ser administrada. No tuvo que ir
muy lejos por respuesta el señor Lamy: diversos
funcionarios del gobierno brasileño le recordaron la
plena autonomía que cada país tiene en la gestión de sus
recursos naturales, asunto que fue muy claramente
definido en la Conferencia de Río de Janeiro de 1992 y
en uno de sus productos más importantes, la Agenda 21.
Le recordaron también que la Amazonia no solamente son
plantas y animales, sino que en ella habitan seres
humanos que dan sentido y vida a culturas de enorme
importancia. Y que en aras de una pretendida
"conservación", Brasil no cedería ni un ápice de su
soberanía.
Preservar lo mejor posible esa enorme biodiversidad,
evitar la deforestación acelerada para dar paso a una
agricultura extensiva que pronto entra en crisis,
dejando una estela de pobreza humana y natural; hacer
que la tierra sea de los que la trabajan y no de
quienes, gracias al dinero y al apoyo de los
funcionarios, han logrado hacerse de enormes extensiones
y controlar a miles de trabajadores agrícolas, fue
precisamente la tarea que durante muchos años realizó
Dorothy Stang. Pero mientras los latifundistas que la
mandaron matar aguardan su sentencia, no cesa la
destrucción de la Amazonia. El irracional modelo
económico que impone sus leyes en Brasil, y en la mayor
parte del mundo, no ha variado durante el gobierno de
Lula. Contra ese modelo es que, aún a costa de perder su
vida, luchan muchos otros líderes agrícolas y los sin
tierra en Brasil y en otros sitios del planeta.
Iván Restrepo
Tomado
de La Jornada
30 de mayo de 2006