En Uruguay, el 18 de mayo es el
Día del Ejército. Y toda la
institución militar ha quedado
enjuiciada porque ese mismo día,
en 1976, fueron secuestrados en
Buenos Aires Héctor Gutiérrez
Ruiz, figura del Partido
Nacional, ex presidente de la
Cámara de Representantes, y
Zelmar Michelini, un líder
carismático, diputado, senador,
ministro durante su trayectoria
en el Partido Batllista y
cofundador del Frente Amplio,
organización política que
integran partidos de diversas
vertientes de la Izquierda
(partido comunista, partido
socialista, demócrata cristiano,
entre otros) y sectores
progresistas desprendidos de los
partidos tradicionales
El 21 de mayo, en un automóvil,
aparecieron los cadáveres de
esos dos dirigentes
particularmente prestigiosos,
junto a los de dos jóvenes:
William Whitelaw y
Rosario Barredo. El
cuádruple crimen fue una de las
tantas acciones de la
Operación Cóndor
concertación de las fuerzas
represivas de la región para
eliminar opositores a las
dictaduras. En esa oportunidad
los asesinos se habían propuesto
matar también a Wilson
Ferreira Aldunate, líder del
Partido Nacional, también
exiliado en Buenos Aires y a
quien no encontraron en su
domicilio.
Ferreira,
un político inteligente,
especialmente amigo de
Michelini
y
Gutiérrez Ruiz,
denunció de inmediato los
secuestros, atropellos y robos
cometidos por los asesinos y sus
cómplices en carta al dictador
Teniente General
Videla.
La carta es un importante
documento histórico, que detalla
los hechos (la complicidad de
policías y gobernantes
argentinos en el operativo) e
informa que el propio Ministro
de Defensa argentino,
José María Klix,
consideró el crimen
“una operación uruguaya”.
En la dictadura que oprimía a Uruguay se enfrentaban,
en ese momento, dos tendencias
de los militares; una de ellas
totalmente contraria a una
cierta apertura promovida por el
ex ministro Vegh Villegas
con el apoyo, en ese momento, de
la Embajada de Estados Unidos.
El sector más duro de la tiranía
buscó, con los asesinatos,
borrar toda posibilidad de
diálogo. Más de treinta años
después, recién con el Gobierno
del Frente Amplio se ha
planteado la voluntad real de
investigar ese crimen monstruoso
y el destino de los
detenidos-desaparecidos. Cada 20
de mayo, importantes
manifestaciones, cada vez más
numerosas, reclaman verdad y
justicia.
A través de la trayectoria de
Michelini –en especial de
sus intervenciones en la Cámara
de Senadores– es posible admirar
la claridad y valentía con la
que denunció –desde largo tiempo
atrás– las violaciones de los
derechos humanos, las torturas y
todo el proceso que culminaría
en una dictadura ya sin
máscaras. En 1968, cinco años
antes de la disolución del
Parlamento, invocando una
algarada estudiantil –denunció
Michelini– el Gobierno
impuso medidas de seguridad,
disposición destinada a
enfrentar una agresión exterior
o una grave conmoción
imprevista. Paralelamente, se
endureció la política económica,
impulsada por el Fondo
Monetario. “Los trabajadores
–destacó Michelini–
salieron a protestar contra una
congelación de salarios que
significaba, en realidad, la
congelación de la miseria; las
huelgas se trataron de impedir,
los dirigentes sindicales fueron
presos, los sindicatos
allanados, vulnerada la
autonomía de la Universidad, y
numerosos trabajadores sometidos
a torturas.
Michelini
era un hombre de paz. “Elegimos
–dijo– el camino parlamentario,
la elevación de la conciencia de
las masas, la búsqueda de las
grandes soluciones colectivas,
quizá por modalidad propia o
porque siempre fuimos hombres de
paz” “Aún estando en contra del
Gobierno y no votando la
suspensión de las garantías
individuales, fundamentalmente a
los hombres que están en el
Gobierno queremos hacerles
sentir que los caminos que
eligieron no son de paz sino de
guerra”. Reprochó a los
gobernantes negarse al diálogo
para buscar soluciones y
vaticinó “la respuesta violenta
de minorías sacrificadas e
idealistas que se iban a jugar
el todo por el todo, contestando
a la presión, a la arbitrariedad
y a las armas, con las
armas...”, porque “en la
historia del país, nos merezca
el juicio que nos merezca, a un
gobierno prepotente y agresivo
hubo siempre quienes le salieron
con las armas en la mano para
defenderse”.
Planteó entonces la necesidad
del diálogo en torno a
soluciones que pudieran volver
al país al carril de la
normalidad. El Gobierno,
alineado contra lo que fueran
reclamos populares, acusaba a
todo movimiento reivindicativo
de obedecer a ideas foráneas y
directivas extranjeras. El
Gobierno –denunció Michelini–
pretendió dividir al país entre
patriotas y traidores y siguió
una política clasista que
mereció por una parte de la
población, una respuesta. El
gobierno avasalló la
Constitución, utilizó los
métodos que ésta le daba y los
que prohibía terminantemente,
allanó, detuvo, no hizo caso a
la justicia, hizo caso omiso de
las decisiones del Parlamento,
burló los derechos
constitucionales y lo hizo
recurriendo a todos los medios
publicitarios a los efectos de
imponer la división entre
patriotas y traidores.
El presidente se niega al diálogo –denunció Michelini–
y ha dicho que con el Frente
Amplio no hablaría nunca,
despreciando a una fuerza
respaldada por multitudes “que
han sido ganadas para la lucha
cívica, que son tan patriotas,
tan uruguayos, tan nacionalistas
y sobre todo tan
latinoamericanos como el que
más”. Reiteradamente y aportando
pruebas, Michelini
denunció las torturas que
llevaban a cabo las fuerzas
encargadas de la represión. Y
advirtió años antes del golpe de
Estado que “los gobiernos que
son tolerantes con los planteos
militares terminan siendo sus
prisioneros: los gobiernos
débiles frente a las exigencias
militares –América Latina está
llena de ejemplos– terminan
sumiendo al país en situaciones
mucho peores a las que
pretendían corregir”.
Responsabilizó al gobierno de
ser el gran culpable de la
violencia que se desencadenaba
sobre el país.
“Nunca es tarde para dar marcha
atrás; nunca es tarde para
comprender la problemática del
país; nunca es tarde para dejar
el orgullo en la casa; nunca es
tarde para buscar otras
soluciones”. Convocó entonces a
terminar con las causas de los
enfrentamientos; la economía es
la subversiva, dijo; lo son el
infraconsumo, el subdesarrollo,
el privilegio, la arbitrariedad,
el abuso, las clases dominantes,
la miseria, la desigualdad. Cada
vez que denunciaba torturas, se
pretendía mostrar que con ello
buscaba desprestigiar a las
Fuerzas Armadas. Un año antes
del golpe dijo, proféticamente:
“cuando se escriba la historia
de este tiempo dramático que
vive la nación, uno de los
capítulos más importantes será
el de los apremios físicos,
morales y espirituales a que han
sido sometidos los detenidos,
culpables o no. Algún día el
propio ejército, cuando tome
debida nota de los apremios
condenará debidamente a quienes
no supieron estar a la altura de
las circunstancias”.
Y recordó la polémica del
general francés
Jacques de Bollardiére
en su célebre debate con el
general
Massu
acerca de las consecuencias
malsanas sobre la moral de un
ejército de la práctica de las
torturas. En momentos en que
algunos políticos cedían ante el
avance militar,
Michelini
sostuvo que de acuerdo a la
Constitución las Fuerzas Armadas
no opinan, no deliberan, no
pueden emitir opinión. Desde el
exilio, continuó la lucha. En
marzo de 1974 concurrió al
Tribunal Russell II, donde
pronunció un discurso memorable,
con documentos que comprobaban
sus dichos, cumpliendo así “con
el deber insoslayable de que
todos los seres del mundo
conozcan la infamia que asola a
nuestra patria”. Orador
excepcional, su voz –de
acusación y condena– fue, a la
vez, de esperanza y fe.
Michelini
era tan brillante, tan
convincente, con tanta fuerza
argumental, que la dictadura
(preparando su asesinato)
comenzó por anular su pasaporte.
Recién hoy, la investigación
sobre este y otros crímenes se
profundiza. Pero ya Zelmar
Michelini, como Gutiérrez
Ruiz, forman parte de una
historia de luchas por las
libertades. Como tantos
asesinados por la dictadura,
como los detenidos
desaparecidos, están en el
recuerdo de un pueblo que
reclama Verdad y Justicia.
En Montevideo, Guillermo Chifflet
© Rel-UITA
18 de mayo de 2007
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