Atentados
en Londres
De vuelta a
noviembre |
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A primera hora de la
mañana de ayer, siete de julio, me encontraba en el servicio
de urgencias del Hospital Clínico de Madrid. Cito el lugar
porque los lugares pueden determinar las emociones de forma
absoluta: Londres en el punto de mira, y no es lo mismo
recibir la noticia en el trabajo, en casa, en un vagón de
metro, que hacerlo donde el miedo, el dolor y la muerte
están presentes de manera habitual y en primera persona.
Ni
nuestra capacidad de sentir es ilimitada ni estamos ligados
por cordón umbilical alguno al resto de la especie, pero la
intervención del pensamiento altera lo que de otro modo
sería un panorama bastante sombrío. La razón no es sólo un
instrumento para el análisis; sobre todo es un gran
multiplicador que revienta los candados de esa gran
supremacista llamada naturaleza y es capaz de crear espacios
únicos. Por ejemplo, la solidaridad real. La que no espera
contrapartidas. La que puede hacer que personas en
situaciones límite, el hombre a punto de ser operado, la
madre que ha perdido un hijo, la abuela que llora
desconsolada mientras repite ¿Cómo se lo voy a decir? tengan
corazón, también, para las víctimas de un atentado en otro
país, y en tales circunstancias, casi en otro mundo.
Esto es lo que vi ayer. Esto, lo que digo ahora:
El once de marzo del año 2004, el Hospital Clínico recibía a
docenas de heridos de los atentados de Santa Eugenia, El
Pozo y Atocha. Madrid volvía a ser el centro de una guerra
que nadie puede merecer, y ella, seguramente, menos que
nadie. Era un mensaje, dicen, uno escrito con la sangre de
casi mil setecientas personas entre muertos y heridos, como
décadas antes lo estuvo también aquí, entre estas mismas
paredes: el Clínico, que debía inaugurarse en octubre de
1936 para festejar la finalización de la Ciudad
Universitaria, fue protagonista de uno de los episodios más
feroces de la defensa de Madrid frente al fascismo, planta
por planta, habitación por habitación, hasta que en
noviembre sólo quedaron los escombros.
Los dos mensajes dicen lo mismo. El primero en la línea
temporal no pudo escribirse con letra más clara ni más dura,
pero su advertencia cayó en saco roto y llegaron los peores
años de la historia de la humanidad. ¿Se leyó el segundo?
Estoy ligado a Londres a través de hechos y personas que
constituyen una parte muy importante de mi vida; eso me
permite hablar desde emociones más permanentes que el luto
de la conciencia y, desde luego, me obliga de otras muchas
formas. Por eso, empezaba hablando de lugares y
determinaciones, de razón, de solidaridad, y termino con los
nombres de los culpables:
-Anthony Blair, George W. Bush, Ariel Sharon, testaferros de
un capital que nos condenará al pozo de Al Qaeda si no
reaccionamos a tiempo.
-Todos los que alientan la ofensiva contra la razón, que ha
distorsionado la historia hasta el punto de que ya no se
habla de ricos y pobres, sino de norte y sur, identidades
nacionales, tribus, religiones, mierda para que la masquen
los imbéciles y los fanáticos.
La serpiente ha vuelto al nido. Presentar respetos a los
muertos y actuar después como si no pasara nada, nos llevará
de vuelta a noviembre. Pero esta vez no habrá defensa. Sólo
una larga y sorda derrota.
Jesús Gómez Gutiérrez
La Insignia
8 de julio del 2005
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