Dónde se decide

el destino de nuestros pueblos

  

 

Hay hechos que ayudan a definir y a conocer organismos internacionales. Por ejemplo: hace poco más de una década, Pierre Galand, copresidente del Banco Mundial (BM), renunció a dicha organización. Galand integraba el Grupo de Trabajo de las Organizaciones no Gubernamentales del Banco y de su Comité de Iniciativas.

 

Tomó la decisión de renunciar -explicó- después de haber tenido la oportunidad de observar la conducta del Banco durante tres años. Al principio tuvo la esperanza de que colaborando con el Grupo de Trabajo de los Organismos no Gubernamentales del BM podría  mejorar el destino de los pueblos menos afortunados de la Tierra. Pero comprobó, en cambio, que “la pobreza aumenta, el hambre mata más que las guerras, y el número de los que carecen de atención médica, el de jóvenes analfabetos y sin familia crece día a día alcanzando cifras sin precedentes. Los remedios propuestos por el Banco Mundial para el desarrollo, son medicamentos envenenados que agravan los problemas”.   

 

Galand sintió el deber de decir ¡basta! Y afirma categóricamente en su carta de renuncia: “Ustedes se apoderaron  de los discursos de las ONG sobre el desarrollo, la pobreza y la participación popular, y al mismo tiempo proponen una política de ajustes estructurales que deja indefensos a los países del Sur”.

 

“Las empresas multinacionales llegan al Sur porque ustedes y sus colegas del FMI crearon las condiciones para producir con el menor costo social. La intervención conjunta del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional representa una presión continua sobre las economías para que sean cada vez más competitivas y produzcan cada día más, objetivo que  sólo se logra  con la incesante presión que ustedes ejercen sobre los gobiernos para que reduzcan los beneficios sociales, considerados muy onerosos. Desde el punto de vista de ustedes los únicos gobiernos buenos son los que aceptan prostituir sus economías a favor de los intereses de las multinacionales y de los omnipotentes grupos financieros internacionales”.

 

El Banco Mundial tiene el poder de intervenir en los asuntos internacionales y en los asuntos internos de las naciones. Fija las condiciones del desarrollo, pero no se considera responsable de las consecuencias.  El Banco Mundial ha aprendido a elaborar excelentes análisis, y es capaz de hablar sobre temas trascendentes, como la participación popular, la participación de la mujer y ejerce presión para que se respeten los derechos de las mismas. Y eso lleva a una pregunta que formula Galand: “¿Por qué tan bellos discursos van acompañados de una práctica tan escandalosa? ¿Por qué en la práctica el Banco Mundial condiciona su apoyo a la aplicación de políticas de ajuste estructural criminales desde el punto de vista social?”.

 

El BM está muy bien informado sobre la pobreza y la marginación de enormes sectores de la población del planeta. Por tanto, se trata de puro cinismo. Galand agrega que considera que el Banco actúa de mala fe, porque, más allá de las palabras, es un instrumento al servicio de un modelo ortodoxo de crecimiento basado en la competencia y no en la cooperación.

 

Al finalizar el siglo XX “el crecimiento y la competencia sólo son medios para el enriquecimiento cada vez más rápido de una minoría, sin resultados para el desarrollo y la cooperación. Después de haber participado tres años y medio en un diálogo con el Banco Mundial como miembro de un Grupo de Trabajo, Galand asegura que “no existe ninguna posibilidad de humanizar al Banco Mundial”.

 

Por otra parte, en un libro que tituló “Unificación o caos”, Ricardo Lombardo, ex director ejecutivo alterno en el FMI en representación de Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay, Perú y Uruguay, escribe observaciones muy interesantes. Dice, por ejemplo: “En una fría mañana de invierno de enero de 1990, en Washington, creí haber completado la comprensión de la naturaleza del relacionamiento entre los países poderosos del mundo y su influencia en nuestras acciones cotidianas y hasta en nuestras decisiones más insignificantes. En aquella mesa solemne en forma de herradura se discutían y decidían buena parte de las cosas que afectarían en cascada nuestros actos y quizá nuestros sentimientos. Allí, en idioma inglés, pero con multiplicidad de acentos, austríacos y pakistaníes opinarían sobre la economía egipcia; árabes e indonesios lo harían sobre China, griegos y argentinos se referirían a Estados Unidos. Pero en definitiva lo importante, lo que establecería los grandes lineamientos de la economía mundial estaría pactado  fundamentalmente por los grandes países de Europa, Estados Unidos y Japón: lo que habían dado en llamar el Grupo de los 7. En muchas sesiones se tenía la sensación de estar anticipando los acontecimientos que tomarían luz dos, seis o doce meses después. Algo así como leer el viernes el diario del lunes siguiente”.

 

Tiene interés conocer estos hechos, para saber dónde y cómo se decide el destino de nuestros pueblos.

 

 

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

31 de julio de 2008

 

 

 

 

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