Uruguay
No son
poses de
"dijunto"
|
Cuando en 1857 la fiebre amarilla diezmó la población de Montevideo, los
carros fúnebres no daban abasto en su tarea de recoger cadáveres. En medio
de tanto dolor y confusión, en más de una oportunidad se trasladó al
cementerio a enfermos todavía agonizantes, y cuentan que un carretero, al
percibir que un supuesto cadáver se encontraba sentado, le propinó un
palazo en la cabeza al tiempo que profería: “esa no es pose de
dijunto”.
La
diferencia entre la situación de aquel enfermo agonizante y la de los
doctores Sanguinetti y Lacalle es que ambos sí están muertos políticamente
y que el palazo lo recibieron el pasado 7 de diciembre. Pero la sentencia
del carretero de la historia les cabe perfectamente, pues ninguno de los
dos asume la pose que le corresponde a un
dijunto.
Pasado el
plebiscito ambos argumentaron que el mismo no tendrá consecuencias
políticas. Y que la enorme mayoría de la ciudadanía que votó SI lo hizo
para ejercer un voto castigo al gobierno, olvidándose que el presidente
Batlle prácticamente no intervino en las etapas previas (si lo hubiera
hecho la mayoría se habría convertido en unanimidad) y que fueron ellos
los principales voceros del NO.
Las
encuestas que miden la intención de voto para las elecciones del año
próximo señalan que ambos personajes ya eran
dijuntos antes del
plebiscito. Y esto me hace recordar otra historia. Llaman por teléfono a
un señor desde una funeraria para comunicarle la muerte de su suegra y
requerir instrucciones sobre que hacer con el cuerpo; ¿entierro común,
momificamos o cremamos? El hombre piensa unos segundos y responde: ¡no
corramos riesgos, las tres cosas! ¿Cuántas veces tendrá el pueblo uruguayo
que matar a estos muertos?
Si ninguno
de los dos se llama Lázaro, ¿qué lleva a estos muertos políticos a
insistir en una imposible resurrección? La explicación se encuentra en que
ambos confunden gobierno con Estado. Veamos:
El
gobierno es la fuente de las decisiones que hacen a la observancia de los
preceptos constitucionales. Es de carácter transitorio, ya que sus
autoridades se renuevan periódicamente de acuerdo a las normas
constitucionales, y quienes lo integran surgen del voto de la ciudadanía,
mecanismo mediante el cual se expresan las preferencias políticas de la
población. En cambio, el Estado es la estructura funcional, que representa
a la sociedad organizada conforme a normas jurídicas, que debe imponer la
ley dentro de los límites geográficos del país y hacer posible su
soberanía en el concierto del mundo.
La
separación entre gobierno y Estado es de suma importancia, pues asegura el
orden jurídico y la eficiencia de las decisiones públicas. Entre otras
cosas, esta separación debería permitir que los funcionarios estatales
accedan a sus cargos por títulos, antecedentes y calificaciones. Es decir,
genera un sistema basado en la
meritocracia. Cuando se produce la simbiosis entre el gobierno
y el Estado, al punto que llegan a confundirse sus respectivos roles, la
democracia se debilita, con todas las consecuencias que eso conlleva y que
los uruguayos padecemos en carne propia. Cuando el gobierno utiliza el
Estado con el propósito de favorecer a los sectores de los deviene su
poder político para consolidarlo, se crea la
dedocracia, tan utilizada
por los gobiernos colorados y blancos que nos han desgobernado.
Y cuando
un gobierno se apropia del Estado –cosa que desde siempre han hecho los
partidos tradicionales– los capitales especuladores y los neoliberales que
los representan, aprovechan para incrementar su ofensiva; no contra el
gobierno para que corrija su proceder, sino contra la estructura agredida,
es decir, el Estado.
¿Quedó
claro porfiados
dijuntos?
Entonces no nos jodan más o tendremos que matarlos de nuevo.
Enildo Iglesias
Convenio
Siete sobre siete – Rel-UITA
19 de
diciembre de 2003
|