Desde distintas filas se ha planteado cómo hay que
desarrollar la lucha por una
realidad social libre y justa.
Católicos, comunistas, socialistas y anarquistas, entre
otros, han planteado lo que
consideran los mejores caminos para
esa acción. Todos aceptan que, en
los países capitalistas, para actuar
a favor de la justicia es necesario
separarse de los engranajes del
poder y del orden establecido.
Hélder Câmara
(1909–1999), obispo católico
brasileño, uno de los principales
inspiradores de la encíclica
Populorum Progessio, de Pablo
VI, ha dicho, con claridad, que
“la Iglesia siempre ha estado
demasiado preocupada por el problema
de mantener el orden, evitar el
caos, y eso le ha impedido darse
cuenta de que su orden es más bien
un desorden”.
El obispo Câmara se pronunció por la violencia
pacífica; la violencia ya predicada
por Gandhi, Martin
Luther King y Cristo.
“La llamo violencia –explicaba– porque no se contenta con
pequeñas reformas, con revisionismo,
sino que exige una revolución
completa de las estructuras
actuales; una sociedad rehecha desde
el principio, sobre bases
socialistas y sin derramamiento de
sangre.
No basta luchar por los pobres, morir por los pobres; hay que
dar a los pobres conciencia de sus
derechos y de su miseria.
Es necesario que las masas adviertan la urgencia de
liberarse. Y no de ser liberadas por
unos pocos idealistas que se
enfrentan a las torturas como los
cristianos se enfrentaban a los
leones en el Coliseo. Hacerse comer
por los leones sirve de muy poco si
las masas siguen sentadas
contemplando el espectáculo.
Hélder Câmara
consideraba que es posible despertar
la conciencia de las masas y, a la
vez, abrir un diálogo con los
opresores.
Habiendo sido un integralista (un fascista brasileño) en sus
años mozos, explicaba luego: “Yo
conozco el mecanismo de su
razonamiento, e incluso podría darse
el caso de que consiguiéramos
convencerles de que ese mecanismo
está equivocado; que torturando y
matando no se asesinan las ideas,
que el orden no se mantiene con el
terror, que el progreso se consigue
sólo con la dignidad, que los países
subdesarrollados no se defienden
poniéndose al servicio de los
imperios capitalistas”. Y advertía
que “los imperios capitalistas van
de bracete con los imperios
comunistas”.
“La Iglesia –sostenía Dom Hélder, como lo llamaba su
pueblo- siempre ha estado demasiado
preocupada por el problema de
mantener el orden, de evitar el
caos, y esto le ha impedido darse
cuenta de que su orden era más bien
desorden. A veces me pregunto
–plantea– cómo es posible que
personas serias y virtuosas hayan
aceptado y acepten tantas
injusticias.
Durante tres siglos la Iglesia ha encontrado normal que los
negros estuvieran reducidos a la
esclavitud.
La verdad –agregaba- es que la Iglesia católica pertenece al
engranaje del poder. La Iglesia
tiene dinero; al invertir su dinero
se mete hasta el cuello en las
empresas comerciales y se ata a
aquellos que detentan la riqueza.
De esa manera cree proteger su prestigio; pero si queremos
representar el papel que nos hemos
arrogado no tenemos que pensar en
términos de prestigio. Ni siquiera
tenemos que lavarnos las manos como
Pilatos; hemos de
arrepentirnos del pecado de omisión,
saldar la deuda y reconquistar el
respeto de los jóvenes, si no su
simpatía o tal vez su amor.
Fuera el dinero y basta de predicar la religión en términos
de paciencia, de obediencia,
prudencia, sufrimiento,
beneficencia. Basta ya de
beneficencia, bocadillos y
galletitas.
La dignidad de los hombres no se defiende regalándoles
bocadillos o galletitas sino
enseñándoles a decir: me corresponde
jamón.
Somos nosotros, los sacerdotes, los responsables del
fatalismo con que los pobres se han
resignado siempre a ser pobres, y
los pueblos subdesarrollados a ser
siempre subdesarrollados.
Continuando de esa manera damos la
razón a los marxistas, para quienes
la religión es una fuerza alienada y
alienante: el opio del pueblo”.
Marxistas modernos han analizado si la religión es, o no el
opio del pueblo. Estas son algunas
de las conclusiones del arzobispo
Hélder Câmara. El coraje con que
defendió sus ideas de transformación
social le valió ser acusado por las
autoridades brasileñas de hacerle el
juego al comunismo; aunque no fueron
sólo éstas las injusticias que debió
soportar. Sin embargo, no desmayó en
su prédica, que ha quedado como
ejemplo en el mundo.