Bolivia
Catavi,
1967
- El
cementerio es como una imagen del fondo de la tierra. Es como esa bruma
que va invadiendo toda la parroquia de Catavi. Es como las nubes que van
llegando con todas las lágrimas de las minas. Es como el viento que va
rompiendo el horizonte y, se viene tras la multitud de cuerpos caídos,
esperando para ser enterrados; tras los muchos pozos que, son como heridas
de esta tierra, cubierta por tanto dolor, por tanta mirada que cae como
una piedra contra los militares que, el día antes sangraron la fiesta de
San Juan en el vecino rincón de Llallagua...
Subida en
el muro del cementerio, una mujer embarazada marca a fuego la muerte
uniformada, marca la dolor con gritos salidos del último país de la alma,
que es como decir de la furia guardada por cientos de años...
-
¡Asesinos!, ¡asesinos!
Y todas
las miradas caen sobre ellos, y todos los odios del decir y del pensar...
Pero los fusiles no hacen caso a la agonía, que es como decir que las
sombras se tomaron toda Catavi y Llallagua. Y ella, la mujer del muro, con
la panza grande como un mundo que va queriendo salir de sus entrañas,
marcha presa por carajear los uniformes, que es como carajear al
presidente de Bolivia, o sea nadie.
Y uno
manda una patada contra ella que, se defiende y le da un sopapo, y el
mismo manda un puñete y sigue mandado golpes, y le apreta la panza con la
rodilla. Y ella se cubre y le araña la cara. Y él sigue mandando patadas.
Y vienen otros cuatro para pegarle, y ella cae...
Cuando
despierta entre rejas, con seis dientes rotos, la sangre chorrea... "Y
como si la fatalidad del destino hiciera -dice-, comenzó el trabajo de
parto. Empecé a sentir dolores, dolores y dolores y a ratos ya me vencía
la criatura para nacer... Ya no pude aguantar. Y me fui a hincar en una
esquina. Me apoyé y me cubrí la cara, porque no podía hacer ni un poquito
de fuerza. La cara me dolía como para reventarme. Y en uno de esos
momentos, me vencía. Noté que la cabeza de la huahua ya estaba saliendo...
y allí mismo me desvanecí. Y cuando volví a despertar estaba toda mojada.
Tanto la sangre como el líquido que una bota durante el parto, me habían
mojado toda. Entonces hice un esfuerzo y resulta que encontré el cordón de
la huahua. Y a través del cordón, estirando el cordón, encontré a mi
huahuita, totalmente fría, helada, allí sobre el piso".
Después,
todas la nubes se hicieron agua y todos los vientos cayeron sobre
Llallagua y Catavi. Después hubo más peleas. Después, algún día de once
años más tarde, dijo a su gente: "Nuestro enemigo principal es el miedo.
Lo tenemos adentro". Y se fue a La Paz con otras cinco, a liberarlo...
Domitila Chungara.
Indígena nacida en Pulacayo, zona minera de Bolivia. Al morir su padre
tuvo que hacerse cargo de sus cinco hermanas porque su madre estaba muy
enferma. Con el correr del tiempo comenzó a preocuparse por la situación
social que vivían las comunidades mineras. El 1952, se casó con una
trabajador minero y empezó a participar activamente en el Comité de Amas
de Casa del Distrito Minero Siglo XXI, del que la nombran Secretaria
General. Su testimonio dio a conocer la masacre de San Juan, en 1967,
cuando el dictador René Barrientos mandó al ejército contra las
comunidades mineras de Catavi y Llalagua. Tras la matanza, ella, que
estaba embarazada, fue apresada y torturada hasta que perdió su hijo.
Posteriormente ayudó en la lucha contra la dictadura del general Hugo
Banzer. En la Navidad de 1978, en La Paz, junto a otras cuatro mujeres
mineras y veinte niños inició una huelga de hambre contra la dictadura. A
ellas se sumó un sacerdote y en poca tiempo se sumaron más de mil
quinientas personas. Con el correr de las horas los huelguista se
multiplicaron por miles. Veintitrés días después de que las mujeres
comenzaron la huelga de hambre, las calles de las distintas ciudades de
Bolivia fueron invadidas por la gente. Otro gobierno militar se había
terminado. Los libros en los que se recopilan los testimonios de Domitila
son: "Si me permiten hablar" y "Las mujeres tienen la palabra", que fueron
traducidos a varios idiomas. En 1980, se produce un nuevo golpe de estado,
y ella debe exiliarse. En 1996 vive en Bolivia junto a cuatro de sus siete
hijos.
(*) Este
texto fue tomado del libro Mujeres del Siglo XX, de Kintto Lucas.
Editorial Abya Yala, Quito, 1997.
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