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¿Será
posible pedirles a los economistas que anuncian los
desastres, que bajen la guardia en el 2006? ¿Que abandonen
sus agoreros anuncios cada vez que la realidad no coincide
con sus fórmulas? ¿O con los intereses que encarnan?
Finalmente,
cuanto profetizan, solo se vuelve contra ellos. Y cada vez
que escandalizan con el riesgo país, el riesgo país se
vuelve como un bumerán contra sus propios negocios.
¿Será
posible, por ejemplo, pensar que los cálculos matemáticos
con que uno de ellos, César Robalino, predice el futuro,
ocurran independientemente de su condición de representante
de la banca privada?
¿Es posible
aparecer como analistas independientes, fríos, pragmáticos,
libres de toda culpa, si su práctica cotidiana depende del
estrecho círculo del negocio financiero? ¿Robalino ha
perdido la memoria? ¿No fue acaso ministro de una dictadura
que inició el despilfarro del petróleo, y luego ministro de
finanzas por dos ocasiones, una de ellas en un gobierno
surgido del populismo que hoy condena?
De tanto
ser pragmáticos y fieles a sus cálculos, han caído en la
abstracción, y sus predicciones obedecen más a sus teorías
que a los procesos reales.
Me imagino
cuánta nostalgia o amargura acuñarán, al ver que toda su
teoría depende de un juego político que malentienden o que
los rebasa. Que todos sus cálculos solo pueden existir "si
es que…". Ese condicionante que repiten incansables, que
pesa sobre ellos como una maldición. Recuerdo al ministro de
finanzas que anunció la dolarización repitiéndonos en sus
declaraciones de prensa que la dolarización sería un existo
"si es que…".
Sus vidas
se reparten entre los breves paréntesis en que ejercen el
"ministerio del ramo" y en los que intentan vanamente
diseñar el paraíso, hasta que sus progenitores políticos no
pueden sostenerlos o ellos mismos acaban desmoronándose; y
aquellos tiempos en los que se pasan anunciando catástrofes.
Uno de
ellos, Mauricio Pozo, al parecer, cree que el Apocalipsis
arrancó con su salida del ministerio y con la disolución del
Feirep. Todos sus análisis no tienen otro referente que el
día en que se disolvió ese mecanismo, mantenido entre las
sombras, para asegurar a los tenedores de deuda sus
intereses.
Pozo acusa
del desastre a los analistas que "escriben con la izquierda
y comen con la derecha". Pero también existen los analistas
que escriben y comen con la derecha. Los economistas mancos.
Un escritor
inglés afirmaba que la diferencia entre el animal y el
hombre es que el primero solo conoce códigos congelados,
repetitivos, para comunicar el hambre, el dolor, el frío o
el cariño; mientras el segundo cuenta con un lenguaje vivo,
que se desenvuelve y se construye en el diálogo, en la
relación con el otro. Y esa economía que, de tan pragmática,
acaba convertida en fórmulas abstractas, parece manejar
únicamente códigos. Palabras convertidas en mitos congelados
en el vacío: competitividad, estabilidad política, seguridad
jurídica, inversión externa, austeridad fiscal. Son apenas
códigos que no participan del lenguaje vivo, que se manejan
como principios congelados en el tiempo, irreversibles,
indiscutibles. Tan indiscutibles, que ni siquiera admiten
diálogo, lecturas vivas, distintas. Y cuando estas aparecen,
ellos anuncian la catástrofe.
Javier Ponce
Convenio La Insignia /
Rel-UITA
29 de
diciembre del 2005.
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