Ciudadanía rima con democracia. Si no se acuerda del nombre
del político a quien votó en las últimas
elecciones, y mucho menos lo que hizo (o
deshizo), ¿cómo va participar en las
decisiones nacionales? Por eso nuestra
democracia sigue siendo meramente
representativa. Se le da un buen empleo
a un político. Sin darse cuenta de que
son resultados directos de la política
el precio del pan, la mensualidad de la
escuela, la calidad de vida, el precio
del alquiler y la posibilidad de unas
vacaciones.
Ser ciudadano es entrar en un nudo de relaciones.
Desencadenar un proceso socioeconómico
con efectos en la calidad de vida de la
población. Es sencillo: cuando se pide
una factura se evita la economía
subterránea y aumenta la recaudación
fiscal que, al final de cuentas, permite
al gobierno invertir en equipamiento y
servicios esenciales para una vida
mejor: carreteras, hospitales, escuelas,
seguros...
Cuando se le niega la propina a un agente se contribuye a
moralizar el aparato policial. Cuando se
protesta contra la violencia y la
pornografía televisivas, exigiendo que
la sociedad controle el contenido de la
televisión y deje de consumir productos
de los patrocinadores antiéticos (no se
confunda con la censura, practicada por
los dueños de las emisoras), se ensancha
el proceso democrático.
Ciudadanía supone pues conciencia de responsabilidad cívica.
Es como la parábola del niño que, en la
playa, devolvía al mar uno tras otro los
pececitos que la marea había arrojado a
la arena. Alguien le dijo: “¿Qué
adelantas con eso? No vas a poder
salvarlos a todos”. A lo que el niño
respondió: “Ya lo sé. Pero éste -y le
mostró un pececito que bailaba en su
mano- estará a salvo”. Y lo devolvió al
agua.
Nada más anticiudadano que esa lógica de que no vale la pena
llover sobre mojado. Sí vale.
Experimente el recurrir a la defensa del
consumidor, escribir a los periódicos y
a las autoridades, dar ejemplo de
conciencia de ciudadanía. Los políticos
corruptos quieren que les demos un
cheque en blanco para continuar tratando
la cosa pública como negocio privado. Y
eso hacemos siempre que arrugamos el
hocico ante la política con cara
enojada.
Ciudadanía rima también con solidaridad. Cada uno en lo suyo
y Dios con nadie es lo que propone la
filosofía neoliberal.
Sin conciencia de que todos somos resultados de la lotería
biológica. Ninguno de nosotros escogió
la familia y la clase social en que
nació. Es injusto que de cada 10
brasileños 6 hayan nacido entre la
miseria y la pobreza (y nacen al año
casi tres millones de gentes en este
país). Haber sido sorteado ¿no implica
una deuda social?
La solidaridad se practica participando en los movimientos
sociales –iglesias, movimientos
populares, sindicatos, partidos, ONGs,
administraciones políticas volcadas a
los intereses de la mayoría... Una
golondrina no hace verano. Como dice la
canción: el sueño de uno es sueño, el de
muchos auténtica realidad.
Si prefiere “dejarlo todo como está para ver cómo queda”, no
se asuste cuando le pongan una pistola
en la cara o le exijan que trabaje más
por menos salario. Al fin, usted
obtendrá lo mismo que todos cuantos no
se dan cuenta de que ciudadanía y
democracia son siempre una conquista
colectiva que depende del valeroso
empeño de cada uno de nosotros.
Es necesario intensificar la educación para la ciudadanía. Es
equivocada la idea de que los
voluntarios son personas que no
necesitan un trabajo remunerado porque
disponen de rentas. La mayoría de los
que conozco son personas pobres o que
van tirando y que, además de su trabajo
profesional, dedican tiempo a obras
asistenciales o a movimientos sociales.
Repartida por el país, hay una inmensa
red de casas cuna, asilos, escuelas
informales para niños deficientes,
hospitales, talleres de arte y de
artesanía, cooperativas, etc. que
cuentan con la participación de hombres
y mujeres que se sienten allí felices
haciendo felices a otros.
La dificultad para encontrar voluntarios es mayor en la clase
alta, que objetivamente dispone de
tiempo y de recursos para ayudar a los
más pobres. Es como si la educación para
el egoísmo, en función de preservar el
patrimonio, prevaleciese sobre la
educación para el altruismo. Cuando
mucho, un té para recaudar fondos a
pedido de la primera dama. Pero nada de
contacto con los pobres, “esa gente
sucia que sólo sabe pedir”..., como oí
de boca de un ejecutivo.
Hay excepciones, claro, generalmente personas que pasaron por
algún trauma enfermedad, separación,
muerte de un hijo...- y que descubrieron
que la solidaridad es el mejor remedio
para las angustias individuales. Como
enseñaba Carlos de Foucauld, los
pasatiempos son un lujo para el que no
se preocupa con el problema de los
demás. El amor al prójimo es la mejor
terapia, basada en una motivación ética
o espiritual.
Recuerdo mi alegría infantil al repartir en un hospital
pediátrico juguetes y ropas que sobraban
en mi armario. Hoy muchas escuelas
tienen acuerdos con asociaciones de
pobladores y movimientos populares,
educando a sus alumnos en servicios a la
población más pobre, tales como
alfabetización, teatro, aprendizaje de
habilidades profesionales. Una de ellas
promueve, cada fin de año, una excursión
de los alumnos al Valle del
Jequitinhonha (MG), donde pasan un mes
prestando ayuda en salud y en educación.
En esos casos quien va a enseñar regresa
lleno de nuevas lecciones aprendidas.
En esa misma línea actúan también los programas “Escuelas
Hermanas”, vinculado al programa Hambre
Cero, y el “Joven Voluntario. Escuela
Solidaria”.Muchos se quejan de que el
mundo va mal, que el gobierno es
incompetente, que los políticos son
oportunistas; pero ¿qué hago yo para
mejorar las cosas? Nada más ridículo que
la persona que se queda sentada,
erigiéndose en juez de todo y de todos.
Es, al menos, un mediocre.
Había en São Paulo un travestí, Brenda Lee, a quien bauticé
como Cleopatra en mi novela “Alucinado
son de tuba”, que antes de morir
asesinado se ocupó de cuidar a sus
compañeros contagiados de vih/sida. No
esperó a que el poder público lo
hiciera. Transformó la pensión donde
vivía en hospital de campaña. Fue el
primero en obtener, en la Justicia,
pública aprobación para su iniciativa.
El dilema es educar para la ciudadanía o dejarse “educar” por
el consumismo, que rima con egoísmo.
Frei Betto*
ALAI AMLATINA
5 de
octubre de 2006
*Frei Betto es escritor, autor, junto
con Paulo Freire y Ricardo Kotscho, de
“Esa escuela llamada vida”, entre otros
libros.