Al finalizar “Monsieur Verdoux” (1947) una de las
creaciones de Chaplin, un
sacerdote ofrece la confesión al
condenado a muerte. Con calma,
Monsieur Verdoux agradece,
pero aclara: “No; mi conflicto no es
con dios, mi conflicto es con el
hombre”.
El sentido humano de Charlot también está presente en
el discurso final de “El gran
dictador”, en el que plantea: “Lo
lamento, pero no quiero ser
emperador; ese no es mi negocio. No
quiero gobernar ni conquistar a
nadie. Me gustaría ayudar a todos,
si fuera posible: judíos y gentiles,
blancos y negros. Todos deberíamos
querer ayudarnos; así son los seres
humanos. Queremos vivir con la
felicidad del otro, no con su
angustia. No queremos odiarnos y
despreciarnos. En este mundo hay
sitio para todos; la tierra es rica
y puede proveer para todos. El
camino de la vida podría ser libre y
hermoso. Pero hemos perdido el
camino. La codicia ha envenenado el
alma de los hombres y ha construido
barricadas de odio en el mundo. Nos
han hecho marchar a paso de ganso
hasta la angustia y la sangre
derramada. Hemos dominado la
velocidad, pero estamos encerrados.
La maquinaria que da abundancia nos
ha dejado en la privación. Nuestra
sabiduría nos ha hecho cínicos.
Nuestro ingenio, duros y faltos de
bondad. Pensamos demasiado, sentimos
muy poco. Más que maquinaria
necesitamos humanidad. Más que
ingenio necesitamos bondad y
amabilidad. Sin estas cualidades la
vida sería violenta y todo estaría
perdido.
La aviación y la radio nos han acercado entre nosotros. La
misma naturaleza de estas
invenciones clama por la bondad del
hombre, grita por la humanidad
universal, por la unidad de todos.
Incluso ahora mi voz está llegando a
millones de personas en el mundo:
millones de hombres, mujeres y
criaturas desesperados, víctimas del
sistema que provoca que los hombres
torturen y aprisionen a gente
inocente. A aquellos que puedan
escucharme les digo: no desesperen.
La angustia que nos cubre no es sino
el paso de la codicia, la amargura
de hombres que temen el camino del
progreso humano. El odio de los
hombres pasará, y los dictadores
morirán, y el poder que arrebataron
al pueblo volverá al pueblo. Y
mientras los hombres mueren, la
libertad no perecerá.
Soldados: no os entreguéis a los brutos, a los hombres que os
desprecian y esclavizan, que
regimentan vuestras vidas, os dicen
qué debéis hacer, pensar y sentir,
os reglamentan, os hambrean, os
tratan como ganado, os usan como
carne de cañón. No os entreguéis a
estos hombres artificiales: hombres
máquinas con mentes mecanizadas y
corazones mecanizados. Vosotros no
sois máquinas. Vosotros no sois
ganado. Sois hombres. Tenéis el amor
de la humanidad en vuestros
corazones, no odiáis. Sólo quienes
no son amados odian; los no amados y
los no naturales.
Soldados: no luchéis por la esclavitud sino por la libertad.
En el capítulo 17 del Evangelio de
San Lucas está escrito: “El reino de
Dios está en el hombre”. No en un
hombre, no en un grupo de hombres,
sino en todos los hombres. Vosotros,
que sois el pueblo, tenéis el poder
de crear máquinas, el poder de crear
felicidad. El pueblo tiene el poder
para que esta vida sea libre y
bella, y de convertir a esta vida en
una magnífica aventura. Entonces, en
nombre de la democracia, usemos ese
poder. Unámonos. Luchemos por un
nuevo mundo, un mundo decente que
dará a los hombres una oportunidad
de trabajar, que dará a la juventud
un futuro y a la comunidad una
seguridad. Por la promesa de tales
cosas los brutos han llegado al
poder. Pero han mentido. No cumplen
esa promesa; nunca lo harán. Los
dictadores se liberan a sí mismos,
pero esclavizan al pueblo.
Ahora, luchemos para cumplir esa promesa. Luchemos para
liberar al mundo, para terminar con
las barreras nacionales, con la
codicia, con el odio y con la
intolerancia. Luchemos por un mundo
de la razón, un mundo donde la
ciencia y el progreso conduzcan a la
felicidad de todos los hombres.
Soldados: en nombre de la
democracia, unámonos”.