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Estados Unidos y Europa tienen una vara para medir la rebelión árabe y otra para la resistencia hondureña.
En las últimas semanas occidente asiste sorprendido a la llamada “revuelta árabe” desde Túnez hasta Egipto, pasando por otros varios países de la región y hoy explotando en Libia, quizás pronto en Argelia y Marruecos.
En estos países existían -y aún persisten, hasta que la lucha no dé frutos nuevos- regímenes dictatoriales antiguos, comandados por militares de carrera o de fortuna, cuya labor principal ha sido asesinar, reprimir, violentar los derechos de las personas y moldear las sociedades en el miedo.
El terror hecho gobierno, con oropeles de honorabilidad como medallas doradas, galones brillosos, uniformes de gala hechos a medida en las sastrerías italianas, cirugías plásticas a domicilio y grandes o pequeños ejércitos de vándalos ascendidos a generales y coroneles.
El mundo rico y poderoso de occidente los aceptó, a algunos desde el momento en el que los seleccionó para colocarlos en el poder, como a Mubarak, a otros cuando el negocio lo impuso, como a Gadafi, recientemente exonerado de todo crimen gracias a la acción exorcizante del petróleo bendito.
Los tiempos cambian, las alianzas están hechas para romperse en el momento adecuado, y el imperio corporativo new age necesita mentiras nuevas, frescas.
Los países ricos hacen coro para reclamar democracia, libertad de expresión, de organización, libertad de elección y estructuras democráticas de gobierno… siempre y cuando todo eso se limite a los países árabes, donde ya se empieza a derramar la baba de los intereses corporativos tras “nuevos arreglos” para extraer los recursos naturales a menor precio.
Europa y Estados Unidos se declaran prontos a imponer duras sanciones a Gadafi mientras afirman estar dispuestos a ayudar “de todas las formas” a los rebeldes.
Asistir a esta eclosión de solidaridad, de conciencia humana por parte de los países ricos produce una enorme indignación, no porque la rebelión popular sea injusta, o porque la solidaridad sea privativa del progresismo. No. Indigna por la terrible cuota de cinismo que encierra esta posición oportunista.
Para demostrarlo basta recordar el caso de Honduras, en Centroamérica, donde un golpe de Estado derrocó a un Presidente constitucional en junio de 2009, Manuel Zelaya Rosales. Un golpe “asistido” por Estados Unidos para derribar a un político de origen liberal pero con sensibilidad social. Elegido democráticamente.
En este caso Estados Unidos maniobró hasta la vergüenza para sostener al dictador Roberto Micheletti, mientras fingía reclamarle un “retorno a la democracia” con sabor a gatopardismo.
Europa reaccionó con tibieza, observando desde lejos cómo Estados Unidos cobijaba a los golpistas que le rendían servicio ahogando algunas “escaramuzas” en su patio trasero. Para hacerlo, el Ejército y los escuadrones especiales de la Policía hondureña no dudaron en derramar sangre reprimiendo masivamente las manifestaciones pacíficas del pueblo, sembrando el terror, persiguiendo a dirigentes sociales y a sus familiares, clausurando radios unidas a la resistencia.
Como ahora en los países árabes en rebelión, desde junio de 2009 y durante varios meses el heroico pueblo hondureño resistió en las calles, pacíficamente, la legalización de esa dictadura. Y lo pagó con decenas de muertos, ante la mirada crecientemente indiferente de los mismos gobiernos que hoy dicen asumir "la defensa de la democracia y la libertad" en los países árabes.
El cinismo de los poderosos hizo posible que se celebraran elecciones espurias en las que -¡oh, sorpresa!- resultó ganador el caballo del comisario, en este caso representados por Porfirio Lobo y Estados Unidos.
Desde entonces el conflicto, la resistencia del pueblo hondureño ha desaparecido de las agendas de los poderosos y, como consecuencia, de los medios masivos de comunicación internacionales.
El golpe en Honduras no se dio para “salvar a la democracia y la libertad”, sino para proteger y ampliar los negocios sucios de una casta enriquecida gracias a la impunidad y el terror. Esto se expresa con claridad en la zona del Bajo Aguán, donde centenares de familias campesinas organizadas luchan contra un pequeño grupo de terratenientes liderado por Miguel Facussé Barjun -uno de los poderosos que estimuló y apoyó a los golpistas-, que usurpa tierras legalmente concedidas a los campesinos hasta por el actual presidente Porfirio Lobo.
Facussé y los demás terratenientes son plantadores de palma africana, un cultivo muy promocionado en las tierras del Sur desde Estados Unidos y Europa, que aguardan con ansiedad el agrocombustible y el aceite barato producido por una maquinaria paramilitar que siembra el terror en el Bajo Aguán, teniendo a la justicia como cómplice y a la Policía como espectadora.
Este duro y cruel conflicto es completamente ninguneado por los medios globales de comunicación y por los gobiernos de los países ricos que hoy se rajan las vestiduras gritando “democracia y libertad” mirando a los países árabes.
Parecería que en Honduras está todo bien, porque es una dictadura “confiable”, incluso se podría decir que para este imperio del cinismo y la mentira es una “buena dictadura”.
Los Mubarak y Gadafi de Honduras continúan asesinando, reprimiendo, persiguiendo, torturando, robando, practicando el terrorismo de Estado para quebrar la resistencia popular sin que se escandalice ningún congresista liberal o demócrata del primer mundo. El pueblo hondureño, sin embargo, continúa resistiendo, organizándose pacíficamente, reclamando justicia y el fin de la impunidad, luchando por un futuro digno para el país y su gente, por democracia y libertad en serio.
Alguien dijo que “Todos somos iguales ante los ojos de Dios”, pero está claro que para este dios unos son más iguales que otros.
El capitalismo, por si lo habíamos olvidado, tiene una sola religión y una sola fe: los negocios y el dinero. Y un solo color, el de la sangre.
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Ilustracion: Boligan, CartonClub
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