La
experiencia en ese país
en
años del gobierno
del
Mariscal Tito
fue
enriquecedora
En 1961-62 tuve la suerte de vivir en Beograd, capital de la
entonces Yugoslavia, con una
beca del Instituto de Periodismo de
Yugoslavia, inaugurado por
esos días. Además de asistir a
clases de preparación en serbo
croata, idioma que en primera
instancia parece más difícil de lo
que resulta en realidad para los que
hablamos español, la experiencia en
ese país en años del gobierno del
Mariscal Tito fue
enriquecedora.
Comprendimos entonces las razones de la discrepancia de
Yugoslavia con Stalin, su
sentido nacional y de independencia
logrado por la Liga de los
Comunistas de Yugoslavia y la
integración obtenida por la lucha
encabezada por el Mariscal Tito
contra los ejércitos invasores
de Alemania, Italia y
sectores antinacionales de la
derecha yugoslava.
Cuando dichos sectores se alineaban con los ejércitos
victoriosos de Alemania,
Italia, y la extrema derecha
yugoslava, el Partido Comunista, que
al comienzo de la guerra no contaba
con más que 34.000 afiliados (en un
país que en ese momento tenía cerca
de 9 millones de habitantes)
galvanizó el sentimiento nacional de
todas las regiones mediante acciones
de coraje y audacia que despertaron
la entusiasta adhesión popular.
Por ejemplo: uno de los dirigentes de la Liga de los
Comunistas, Rankovich, herido
en un enfrentamiento, se encontraba
hospitalizado y preso. Los ocupantes
alemanes e italianos estaban en la
plenitud de su poderío. Un comando
de la Liga de los Comunistas
Yugoslavos asaltó el hospital y
liberó a Rankovich, en un
operativo que despertó la entusiasta
admiración popular, y prestigió y
fortaleció la guerrilla que encabezó
la resistencia popular.
La consigna “Bogljie grob nego rob, boglije rat nego packt”
(“Mejor tumba que esclavo, mejor
guerra que pacto”), expresó el
sentimiento de todos los pueblos y
nacionalidades de Yugoslavia.
A partir del coraje, la decisión de
lucha, y de una geografía montañosa
especialmente apropiada para la
guerra de guerrillas, Tito,
con un alto precio en vidas, llevó
una lucha heroica por la liberación
nacional y obtuvo a la victoria.
En el año que vivimos en Yugoslavia fue detenido
Milovan Djilas, una
personalidad que había tenido un
papel importante en las luchas por
la liberación. Nos pareció
importante plantear, con serenidad y
respeto, ante los dirigentes de la
Juventud (que era la organización
que nos había invitado a visitar el
país) la situación de Djilas,
e hicimos llegar la nota siguiente:
“Estimados amigos: Por medios no
oficiales, pero que me merecen
absoluta confianza, he podido
enterarme de un hecho que me permito
poner a vuestra consideración. Se
trata de las condiciones en que se
encuentra detenido el ciudadano
Milovan Djilas. Como ustedes
podrán comprobar, está alojado solo,
en una celda sin luz natural, en la
que dispone de una tarima de madera
como cama sin que se le haya, hasta
el momento, autorizado a escribir.
Ustedes sabrán comprender la
inquietud que me lleva a reclamar
vuestra atención a este problema.
Pero, como militante revolucionario
e internacionalista convencido,
siempre he considerado que es un
deber exponer con sinceridad los
problemas ante amigos y adversarios.
No puedo invocar, para este planteo,
la representación de la Juventud
Socialista del Uruguay o del
Partido, ya que no he podido
consultarlos al respecto. Pero estoy
seguro de actuar dentro del espíritu
socialista, que coincide con la
libertad y el humanismo más alto”.
Cuando planteé personalmente el tema
a Trivo Injich, secretario de
la Juventud Comunista Yugoslava, el
diálogo fue severo. Trivo me
respondió que a Djilas había
que fusilarlo. “Tu podrás sostener
la pena de muerte -repliqué-, pero
no podrás justificar las condiciones
en que se le mantiene preso, porque
nadie puede apoyar las torturas”.
Durante bastante tiempo intenté averiguar cuál era el
domicilio de la familia Djilas.
Nadie me lo informaba. Hasta que un
día supe que sería llevado al
Juzgado. Con un compañero cubano
-que estudiaba inglés en el
Instituto de Idiomas y allí era
condiscípulo de la esposa de
Djilas- fuimos hasta el Juzgado
donde se dictaría sentencia. No nos
permitieron entrar, porque se
trataba de un juicio, eso se nos
dijo, por “violación de secretos de
Estado”. (Djilas había
publicado “La nueva clase” y
“Conversaciones con Stalin”).
Pero a la salida del Juzgado, el
amigo cubano nos presentó a la
señora de Djilas, que luego
nos recibió en su domicilio, en un
segundo piso del número 8 de la
calle Palmoticheva, a poca distancia
del edificio del Parlamento y a
pocas cuadras, también, del lugar
donde yo residía en esos momentos.
Del diálogo con ella, y con otras fuentes, pude informarme
cómo algunos aspectos de la
autogestión que, en teoría,
resultaban un paso importante en el
camino democrático, eran
desvirtuados. Porque en teoría, por
ejemplo, el director de una fábrica
era elegido entre los nombres
propuestos por los trabajadores, por
el municipio de la zona en la que
estaba radicada la planta, y por el
Partido. En los hechos, los
candidatos propuestos por los
trabajadores y por el municipio
eran, también, propuestos por la
Dirección política.
En la opinión pública Tito contaba con un inmenso
apoyo. Un ejemplo: en una
oportunidad, una señora me dijo
“Hervatski ni jiedno e dobro”
(“Croata no hay ninguno bueno”). ¿Y
Tito?, repliqué. Y ella
sonrió, diciendo: “¡Ah, samo jedno!”
(¡Ah, sólo uno!).
Por esos años de mi vida allá pude recorrer distintas zonas,
desde Liublijana (la palabra
significa ciudad amada) hasta
Skopje, la capital de Macedonia, al
sur, o desde Croacia a
Servia, Bosnia y
Herzegovina.
Tito
era la figura que todas esas
regiones reconocían como el gran
factor de unión y del proceso
liberador. La actual división en
diversas regiones, que incentivó
viejas discrepancias, tiene
múltiples causas; entre otras, una
esencial: el interés ajeno,
promovido por los enemigos de
Yugoslavia. Tito es, hoy,
el recuerdo de un ejemplo y del
camino de la unidad para afirmar la
libertad de todos, que muchos
parecen haber dejado de lado.