Uruguay
Elipsis
1981-2004.
Tantos parecidos |
Las banderas azul,
blanca y roja, las rojas, incluso las rojinegras; esa
consigna, "Cambiemos", que allá era "Cambiar la vida"; hasta
los monumentos y sus rotondas, el de la Bastilla y el de la
plaza Libertad. "La fuerza tranquila", decían los
socialistas mitterrandianos.
La fuerza tranquila, insinuaban
el domingo pasado, imponían, sin decirlo, los
frenteamplistas uruguayos. Y las campañas del miedo
precedentes, tan tradicionales, tan calcadas de otras y de
otras, tan eficaces en el pasado, en los dos casos: en
Francia se venían los comunistas, aquí los tupamaros.
Después la fiesta: más larga allá, tres o cuatro días, una
explosión que se fue diluyendo en una madrugada acá. En mayo
de 1981, la llegada de la izquierda al poder en París
marcaba el fin de una época, no sólo en Francia, también en
Europa. La de 2004 en Uruguay, también.
Hace 23 años ya no eran demasiados los que en París
esperaban "la revolución", pero la simbología estaba.
Aquella fiesta era en gran parte la de los veteranos de
guerra, que se confundían, tal vez por última vez, con buena
parte (otros ya habían hecho el viraje que los llevaría a la
deriva) de los sobrevivientes del 68. Consignas
anticapitalistas, puños en alto, la revancha histórica. Se
cantaban "La Internacional", "La Carmagnole", "La
Marsellesa", en el estrado del acto oficial de festejo
comunistas y socialistas celebraban la misa unitaria de la
izquierda, y todos se aferraban a los sueños, aunque
sabiendo, o presumiendo, que eran limitados. Apenas
veinteañeros, llegados hacía cuatro, cinco, seis años, los
jóvenes latinos la mirábamos de afuera, admirados pero
incrédulos: si aquí lo tienen todo, si viven en la
opulencia, si no se juegan realmente nada, si... Además,
estábamos en otra y ya nos venían con el cuento: ¿"éstos"
cambiar el mundo? Y nos sentíamos más cercanos a esa otra
izquierda, "extraparlamentaria", "radical", acaso descreída,
sarcástica, mucho más social que política; más cercanos a
otros jóvenes, franceses, que tenían otros íconos, otras
lecturas, otras referencias. Pero era difícil no dejarse
llevar.
Y cayó el muro, se desplomó el socialismo real, se ronroneó
sobre el fin de la historia, y el pasaje de la izquierda por
el poder en Francia se hizo hábito, se institucionalizó, se
normalizó. La "alternancia" se volvió costumbre, la vida
política se pacificó, los socialistas descubrieron la Bolsa
de Valores, el mercado, crearon su casta de nuevos ricos,
tuvieron sus casos de "manos sucias", con ellos se comenzó a
hablar de "nuevos pobres", y de la mano de su abandono de
"lo social" empezó a crecer y a enraizarse la extrema
derecha. Los festejos que de ahí en adelante pautarían las
nuevas llegadas de la izquierda al gobierno ya no serían
bajo el signo del "cambio" sino del alivio: uff, Le Pen no
pasó, uff, se evitó la peste negra. Hacía ya mucho tiempo
que en la izquierda "la ideología" había dado paso al
"pragmatismo".
BALCÓN CON MAREA AL FONDO. Allí está la plana mayor
del Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría en el
primer piso del hotel Presidente. Abajo, la maroma.
Imposible no dejarse llevar.
ESTADO DE GRACIA. Ahora o nunca: legitimada por el
balotaje, con más del 50 por ciento de los votos a favor,
mayoría absoluta en el parlamento, y una derecha grogui y
dividida, era en los primeros meses de gobierno que se pedía
a los recién llegados que "dijeran algo de izquierda". Lo
dijeron. Más allá de toda una batería de medidas que hoy
sonarían a pura antigualla, y otras que no tanto (ni
siquiera, probablemente, hoy) hubo una, y de las primeras,
que simbolizó el cambio de época y que perduraría. Era
"impopular", se decía incluso que había algunos dirigentes
socialistas y comunistas que lo acompañaban sólo por
"disciplina partidaria", pero en 1981 el parlamento francés
terminaría votando un proyecto de ley de abolición de la
pena de muerte. Una medida "valiente", se comentó entonces.
No fue necesario un proyecto de despenalización del aborto:
ya tenía cinco años de aprobado.
¿QUIÉN ES EL QUE ERA? Desde el 81 pasaron mucho más
que 23 años. Se (nos) cayó un mundo, y hoy son muchas más
las dudas que las certezas. Aquí y allá, en todas partes. Un
lugar común decirlo, a esta altura del partido. Pero cómo no
pensar al mismo tiempo que lo que hace tres, cuatro décadas
podría parecer elemental, poco ambicioso, "reformista"
("moderado", en la jerga actual) sea ahora casi
revolucionario, hablando en lenguaje de época. La distancia
entre el allá y el aquí no ha parado de ampliarse, y en eso
también ha consistido el cambio de mundo. Así como la
Francia de hoy no es la del 81, ni el Uruguay de hoy el del
71, Uruguay está ahora a mucha más distancia de Francia que
hace veinte o treinta años. El país se ha achicado por donde
se lo mire, y resolver la extrema emergencia social se ha
vuelto cuestión de supervivencia. Personal, colectiva,
nacional. Por esa utopía tan chica y tan gigantesca es que
muchos han de haber salido a la calle el domingo. Más tal
vez que por ilusiones de "mañanas que cantarían". "Amanece,
que no es poco", estuvo a punto de titular BRECHA el lunes.
Parecía mezquino con la fiesta, y el título marchó.
De todas maneras, nadie aguanta (o no debería) en el
minimalismo o en el mediomalismo permanente. "Decir algo de
izquierda" se volverá, en algún momento, un imperativo. ¿Por
qué no pensar que sea posible? Después de todo, aquí se
está, en ese sentido, mejor que en otros lados. En
Argentina, muchas veces se fueron "ellos" sin que llegara un
"nosotros" (¿es este presente argentino el nosotros?). En
Uruguay hay, hasta cierto punto, un "nosotros". Y eso puede
hacerlo, también, más exigente.
PICA. "Así como no quiero perjudicar a este gobierno
sino evitar, con mi modesto aporte, que se suicide, tampoco
quiero afectar al diario, que también se está suicidando."
El periodista económico argentino Julio Nudler era hasta
ahora una de las plumas más brillantes de Página 12. Semanas
atrás intentó publicar en ese diario denuncias sobre "los
crecientes actos de corrupción en el gobierno de Néstor
Kirchner", según escribió en una carta que circula por
Internet. Página 12 no publicó esas denuncias. Nudler
protestó por el acto de "censura", ventiló lo sucedido y se
terminó yendo a otro medio. La dirección del diario alegó
que habitualmente en Página los conflictos se dirimen en la
interna y que lo hecho por Nudler obedecía a una "campaña"
instrumentada por sus nuevos patrones. Sus ahora ex
compañeros del diario respaldaron a Nudler en un comunicado.
En los medios argentinos hay quienes se refieren hoy a
Página 12, que tiempo atrás fuera modelo de libertad
periodística para tirios y troyanos, como "Página K", por
sus lazos con el gobierno de Kirchner. Los principales
columnistas de Página dicen que ese tipo de acusaciones son
"totalizadoras y torpes", según escribió uno de ellos, José
Pablo Feimann. "El diario apoya a un gobierno con el que
comparte varias cosas", pero eso no lo hace obsecuente,
remachó Feimann. Sea cual sea la verdad de la milanesa en
este caso, los límites entre poder político y periodismo son
muy difusos. De un lado y del otro. Más aun cuando el
"nosotros" está en juego. Evitar la contaminación parece lo
más sano.
Daniel Gatti
Convenio Brecha / Rel-UITA
5 de noviembre de 2004
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