Noam
Chomsky caracteriza al siglo XXI
como el del dominio de un poder
hegemónico (el de Estados Unidos)
que es la mayor potencia del mundo,
gobernada, a su vez, por un sistema
de poder perverso que manipula a los
ciudadanos, y que reúne a dos
grandes partidos (Demócrata y
Republicano) con las corporaciones,
una franja muy especial de abogados,
el poder militar y los grandes
medios de comunicación.
Alguna vez el New York Times destacó
a Chomsky considerándolo “el
más importante de los intelectuales
vivos”. Años después no le concede
espacio ni para una carta de lector
de cinco líneas.
Lo que ha ocurrido, según el propio
Chomsky, tiene una
explicación. Y es que si existiera
un dictador fascista racional,
elegiría al sistema estadounidense
porque allí la censura del Estado ya
no es necesaria, ya que el
totalitarismo ideológico está
garantizado por medios más eficaces
y complejos.
El escritor español Manuel
Vázquez Montalbán ha dicho que
Chomsky, totalmente opuesto
al nihilismo convocado por el
terrorismo fundamentalista, propone
que no se ignore todo lo que el
sistema ha podido hacer para
provocar una respuesta más
antiimperialista que
antiestadounidense.
Su formación en el hogar neoyorkino
de sus padres, un matrimonio judío
inmigrado de Lituania, contó
con un entorno de parientes que
participaron activamente en
movimientos obreristas y de
izquierda. Incluso su primer
artículo, en un diario estudiantil,
fue una reflexión sobre la caída de
Barcelona en la guerra civil
española.
El joven estudiante se interesó en
el marxismo, y a partir de esos
principios planteó una visión
crítica del llamado socialismo real.
Más adelante, Chomsky se
reconocería en la tradición
anarquista, y se vincularía
especialmente al anarcosindicalismo.
Los años 50 no fueron una etapa
hiperpolitizada para Chomsky,
aunque firmó en defensa del
matrimonio Rosemberg,
condenado a la silla eléctrica
acusado de espiar para la Unión
Soviética.
En realidad, Chomsky admite
que llegó tarde a comprometerse con
la acción social. Sólo cuando empezó
la escalada de Vietnam -ha
dicho- “me dispuse a jugar un rol
político verdaderamente activo; temo
que demasiado tarde”.
Pero a partir de los años 60 y hasta
hoy, su papel como agitador mundial
ha sido incansable. No sólo ha
publicado gran cantidad de libros de
reflexión política sino que ha
realizado una prédica intensa en
viajes por el mundo.
Aunque en Estados Unidos el
movimiento de oposición a la guerra
fue importante no logró frenar la
invasión a Irak, pero forzó
al gobierno a recurrir a una masiva
campaña propagandística en
colaboración con los medios para
convencer a un público poco
entusiasmado, de que Irak
estaba involucrado con el
terrorismo; incluso con los ataques
del 11 de septiembre.
El público supo luego que se trató
de puras invenciones, y eso no sólo
debilita la posición de Estados
Unidos sino que provocó un gran
escepticismo y menos credibilidad
para el futuro. Además, Estados
Unidos fue forzado a sobrellevar
la guerra esencialmente solo, y debe
enfrentar los costos y problemas de
la reconstrucción.
Pero lo más importante de la
presencia militar estadounidense en
Irak consiste en afirmar el
control sobre las reservas
energéticas de Medio Oriente, que
son, por lejos, las más
significativas del mundo.
Chomsky
lo vio y lo dijo muy claro desde el
primer momento. Aunque un libro
suyo* sobre los trágicos atentados a
las Torres Gemelas ha sido
silenciado en su país por los medios
de comunicación y no contó con
publicidad, ha alcanzado un número
de ventas realmente notable. Entre
los intelectuales de Estados
Unidos Chomsky es el que
ha ido más lejos en la denuncia del
sistema de poder del imperio.