De ahora
en adelante Uruguay también recordará
"su" 11 de setiembre: el día en que por
primera vez la justicia procesó y envió
a prisión a militares y policías
acusados de delitos de lesa humanidad.
El "milagro", visto que más de 20 años después de la
restauración de la democracia este país
permanecía como un "paraíso de la
impunidad" en el Cono Sur de América
Latina, se produjo cuando en la tarde
local del lunes 11 el juez Luis Charles
encontró que existían "elementos
suficientes para atribuir a los
imputados asociación para delinquir y
reiterados delitos de privación de
libertad".
Quienes desde ese día están alojados en la Cárcel Central de
Montevideo en condición de procesados son los coroneles Gilberto Vázquez, Jorge Silveira
y Ernesto Ramas, el teniente coronel
José Nino Gavazzo, el capitán Luis
Maurente, el ex capitán Ricardo Arab
(este último expulsado del Ejército por
delitos comunes), y los policías
retirados Ricardo Medina y José Sande.
Otros dos oficiales debían haber corrido
la misma suerte: el coronel retirado
Manuel Cordero, prófugo de la justicia y
fugado hacia Brasil, y el coronel
retirado Juan Antonio Rodríguez Buratti,
quien, según la versión oficial, en la
noche del domingo se suicidó en su
domicilio de un disparo en la sien poco
antes de ser detenido.
Rodríguez Buratti era el único de los nueve ex represores que
permanecían en Uruguay que estaba libre.
Los otros ocho ya se encontraban en
detención administrativa en espera de
que se resolviera un pedido de
extradición en su contra cursado por la
justicia argentina.
Los militares y policías fueron procesados por los delitos de
privación ilegítima de libertad y
asociación para delinquir, y podrían
pasar encarcelados un máximo de 12 años.
Luego de cumplir esa pena estarían en
condiciones de ser extraditados hacia
Argentina. A todos se los acusa del
secuestro y posterior desaparición en
Buenos Aires, en 1976, de Adalberto Soba
y Alberto Mechoso, militantes del
Partido por la Victoria del Pueblo de
Uruguay.
No hubo nadie en este país que no considerara que la jornada
de este 11 de setiembre fue "histórica".
Así lo hicieron gobernantes, políticos
de todo signo, medios de comunicación.
Eso sí: hubo quienes festejaron y
quienes clamaron que Uruguay había
vivido un día "luctuoso". De un lado,
los familiares de las víctimas, las
organizaciones de derechos humanos, los
partidos de la izquierda; del otro, un
puñado de militares. "Este puede ser el
comienzo del tan esperado fin de la
impunidad de los violadores de los
derechos humanos. Nosotros ya sabíamos
que eran culpables, pero con este fallo
la sociedad por fin decidió
condenarlos", comentó Sandro Soba, hijo
de Adalberto Soba. Sandro, hoy de 38
años, tenía apenas ocho cuando fue
secuestrado en Buenos Aires junto a su
padre y su madre y conducido al centro
de detención clandestino de Automotores
Orletti, el principal cuartel de
operaciones de los represores uruguayos
que actuaban en Argentina en el marco
del Plan Cóndor de coordinación entre
las dictaduras del Cono Sur.
El entonces niño pudo "despedirse" de su padre torturado
antes de ser trasladado por oficiales
uruguayos hacia Montevideo junto a su
madre. "Luctuoso" este 11 de setiembre
lo fue, por ejemplo, para el general
retirado Iván Paulós, uno de los mayores
jerarcas de la dictadura, quien , en un
discurso que pronunció tras el entierro
de Rodríguez Buratti aseguró que las
Fuerzas Armadas estaban perdiendo la
"guerra psicopolítica" luego de haber
ganado en el plano militar la guerra
contra la guerrilla. De su camarada
aparentemente suicidado Paulós dijo que
era "la primera baja" del campo militar
en la "guerra psicopolítica", y de los
procesados por el juez Charles que
habían sido sometidos a un "linchamiento
político y mediático" inscrito en una
"campaña de desprestigio y vilipendio a
las Fuerzas Armadas". El procesamiento
de los ocho represores fue posible
porque el actual gobierno presidido por
el socialista Tabaré Vázquez interpretó
de manera muy distinta de sus
antecesores una ley que hasta ahora
había consagrado la impunidad de
militares y policías involucrados en
delitos de lesa humanidad.
Ese texto, que fue aprobado en 1986 con el pomposo nombre de
"ley de caducidad de la pretensión
punitiva del Estado" y ratificado por un
plebiscito en 1989, exime de castigo a
los uniformados que hubieran actuado "en
cumplimiento de órdenes superiores" por
móviles políticos. Sin embargo,
contempla excepciones y tiene fisuras
por donde se han colado, primero el
poder político, y luego la justicia: no
abarca a los civiles, excluye
expresamente los delitos económicos y
obviamente no puede contemplar los
delitos cometidos fuera del país.
Como la ley determina que es el Poder Ejecutivo el que debe
resolver si un caso está comprendido o
no en ella, en todos los expedientes que
hasta ahora le sometió la justicia este
gobierno se ha pronunciado por
excluirlos del beneficio de la
"caducidad de la pretensión punitiva del
Estado". Así lo hizo, entre otros, en
los casos de Soba y Mechoso
-"disparadores" de los procesamientos de
esta semana-, por haber tenido lugar en
el extranjero.
De todas maneras, y para terminar con las ambigüedades y
"sanear éticamente al país", la central
sindical única PIT-CNT, organizaciones
de derechos humanos, un grupo calificado
de juristas y algunos partidos de
izquierda impulsan la supresión lisa y
llana de este texto. El miércoles 13
todos ellos lanzarán oficialmente en
Montevideo la campaña por la anulación
de la "ley de impunidad" en un acto en
el que anunciarán la conformación de una
comisión nacional pro anulación. El
gobierno de Tabaré Vázquez permanece,
por ahora, apegado a la opción de no
modificar la ley, en el entendido, según
algunos de sus portavoces, como el
secretario de la Presidencia Gonzalo
Fernández, de que permite, pese a todo,
"avanzar en el camino de la verdad y aun
de la justicia". Algunos de los
impulsores de la anulación, si bien
reconocen el "paso positivo" que
significó el procesamiento con prisión
de estos ocho militares y policías, no
excluyen que pueda haberse debido a una
suerte de pacto entre el gobierno y los
propios represores.
"Un
torturador no se redime suicidándose.
Pero algo es algo".
Mario Benedetti |
Estiman en ese sentido que a éstos "les convenía" ser
condenados en Uruguay, en vistas de que
era muy probable que fueran extraditados
hacia Argentina, donde las penas que se
les hubiera impuesto iban a ser más
severas y donde las condiciones de
reclusión hubieran sido seguramente
también más duras. Precisamente este
último punto, el de las condiciones de
reclusión de los uniformados procesados,
es motivo ahora de fuerte polémica.
Mientras el gobierno proyecta construir
para ellos una cárcel especial en un
predio militar, las organizaciones de
derechos humanos, el PIT-CNT y algunas
organizaciones políticas defienden el
principio de "igualdad de todos los
ciudadanos ante la ley". "¿Por qué un
ladrón de gallinas debe ser remitido a
una cárcel común, que por lo general
está en condiciones deplorables, y un
militar acusado de asesinatos, torturas,
secuestro de niños, vejámenes de todo
tipo va a parar a una prisión
previsiblemente de lujo, para peor
construida con dinero hoy bien necesario
para levantar escuelas o viviendas?", se
preguntó Luis Puig, integrante del
Secretariado de Derechos Humanos de la
central sindical. La polémica en
relación a este tema promete endurecerse
en los próximos días, pero por ahora en
el campo de los derechos humanos siguen
siendo momentos de festejo. El regocijo,
para una parte de la opinión, no es sólo
por la condena judicial. Comentando la
muerte de Rodríguez Buratti, el matutino
La diaria resumió el sentimiento de
muchos al titular en su portada con un
texto del escritor Mario Benedetti: "Un
torturador no se redime suicidándose.
Pero algo es algo".
En Montevideo,
Daniel Gatti
© Rel-UITA
12
de setiembre de 2006 |
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