El Congreso de Estados Unidos aprobó un proyecto de ley que destina 33.000
millones de dólares para financiar
la guerra en Afganistán. Esos fondos
se destinan, entre otras cosas, a
operaciones encubiertas, muertes de
civiles de las que nunca se ha
informado públicamente y ayuda de
los servicios secretos pakistaníes
al movimiento talibán.
Aunque aprobaron los fondos
adicionales, algunos legisladores
del Partido Demócrata criticaron la
marcha de la contienda en
Afganistán. El congresista
demócrata Jim McGovern dijo
que los documentos publicados en
Internet revelan corrupción e
incompetencia del gobierno
afgano.“Nos dicen que no podemos
extender el seguro por desempleo o
para que los policías cumplan su
misión en las calles, o los
profesores en las aulas, pero nos
piden que votemos un préstamo de
33.000 millones de dólares para
Afganistán, dijo McGovern.
La marcha de la guerra también fue
objeto de críticas en el Senado
Importa plantearse cuáles son los
objetivos de esta guerra, para la
cual se han unido las democracias
más ricas y poderosas del mundo
contra un país que está a la cola
del desarrollo. La propaganda para
esta guerra ha resultado tan
necesaria como para las anteriores y
se ha construido también en nombre
de “nobles fines”. Sus “elevados
propósitos no los defienden adustos
ministros tocados con la cruz
gamada, sino apolíneos presidentes
negros del Partido Demócrata y
jóvenes ministras de Defensa del
Partido Laborista vestidas de
chaqueta y pantalón. Los objetivos
políticos son más complicados que en
el pasado, pero, bien presentados,
han funcionado igualmente.
Se plantea dejar en claro,
determinar, quién se opone a
promover la democracia mas allá de
los mares, liberar a las mujeres del
“burka” (con el que están obligadas
a ocultar su rostro) y acabar con el
terrorismo islámico.”
Una vez conseguido que los
ciudadanos occidentales acepten unos
pocos postulados elementales, que
les impulsan a sentirse a la vez
superiores y solidarios respecto a
las poblaciones bárbaras, los
corolarios que siguen son fáciles de
aceptar: “Vamos más para volver
antes”; “atacamos allí para no tener
que defendernos aquí”, “estamos
colaborando para la reconstrucción
del país”, “es preciso formar a las
fuerzas de seguridad locales”, “la
situación está mejorando, aunque
queda mucho por hacer”, etc.
Para completar la labor de
propaganda existen la ONU, la
OTAN y otros organismos
internacionales que, en nombre de
los derechos humanos y la
democracia, despejan las dudas de
los que se muestran más reticentes
ante la razón de Estado, y las
bondades de la moral y la religión
occidentales.
Con todo, aun persiste al problema
de las consecuencias de los
bombardeos. Los que ordenan ataques
de “conmoción y pavor” dejan el
asunto de los daños a la población
atacada, para las estrellas de la
música pop y los miembros de la
realeza. Estos fotogénicos
personajes, muy comprometidos con
varias causas más, no hablan de la
muerte de niños bajo las bombas,
sino que aparecen en televisión
junto a una criatura algo maltrecha
apoyada en muletas donadas por
alguna ONG, rodeada por personal de
salvamento, con la bandera nacional
ondeando casualmente al lado, y un
mensaje ad hoc: “nuestras fuerzas de
defensa en acción; ¿quieres formar
parte de ellas?”
El problema de las grandes matanzas
ha quedado por completo superado.
Sentencias como la del general
estadounidense Franks, que
mandaba la fuerza multinacional
contra Afganistán en el año 2001:
“nosotros no contamos cadáveres” (de
enemigos), son aceptadas como
doctrina por los líderes políticos y
agradecidas por las multitudes, que
así tienen otras cuestiones más
llevaderas en las que poner su
atención
Cuando, cada cierto tiempo, la magia
de la propaganda se viene abajo por
el peso de los hechos, se cambia un
general de cuatro estrellas por
otro, se lanza una nueva campaña
bélica, incluso una guerra contra
otro enemigo y vuelta a empezar.
Ya se sabe que la memoria es frágil
y hay tantas competencias deportivas
y acontecimientos que son
históricos…