Las mentalidades
bipolarizadas son mucho más comunes de lo que uno suele
creer, especialmente en ambientes académicos y
periodísticos. Ayer, cuando yo explicaba, en un curso de
doctorado, que los mestizajes interculturales
latinoamericanos imposibilitan aplicar el concepto de
apartheid para explicar las diferencias y las
discriminaciones etnorraciales en la región, alguien
rebatió diciendo que también en nuestro medio había
racismo. Aclaré entonces que el argumento no quería negar
que aquí hubiese racismo sino afirmar que aquí el racismo
se ejerce de manera diferente que en Sudáfrica o Estados
Unidos, y que justamente el mestizaje como regla (y no
como excepción) es el fenómeno cultural que complica la
teorización de las diferencias culturales y las
interdiscriminaciones que rigen nuestra conflictiva
interculturalidad.
Hoy, poco antes de escribir estas
líneas, consulté por internet un diario guatemalteco y me
encontré con que un columnista de izquierda afirma que en
Guatemala se perpetró una limpieza étnica al igual que en
Bosnia y Ruanda. Esto no es cierto. Pero lo primero que se
le viene a la mente a alguien con mentalidad bipolarizada
es que decir que esto no es cierto implica una defensa del
criminal ejército de Guatemala, pues equivale a negar que
masacró indígenas como parte de su estrategia
contrainsurgente durante el conflicto armado que culminó
con la componenda cupular entre guerrillas y militares, en
1996. Tampoco esto es cierto. Y voy a explicar por qué.
En Guatemala no hubo limpieza
étnica aunque sí hubo masacres de población civil
indígena, porque no cabe en la cabeza de la elite criolla
dominante ni en la de los estrategas contrainsurgentes
acabar con los indígenas debido a la sencilla y horrenda
razón de que, de hacerlo, se quedarían sin mano de obra
barata en el campo y en las ciudades, sin soporte
campesino para suplir las insuficiencias del débil
capitalismo local, sin tropa de choque para su ejército y
sin sujeto turístico que explotar. Los oligarcas y sus
perros de presa militares no se pueden dar el lujo de
acabar con los indígenas. Por eso, se equivoca la
empresaria farmacéutica Rigoberta Menchú cuando habla de
"intento de exterminio"del pueblo "maya" al referirse a
las masacres de civiles indígenas durante el conflicto
armado.
Estas masacres fueron parte de una
táctica militar conocidísima, consistente en "quitarle el
agua al pez". Es decir, en destruir a la población civil
de apoyo a las guerrillas, las cuales quedan así
paralizadas en sus posibilidades de accionar militar. Si
la población civil de las áreas geográficas en las que se
ubicó la guerrilla hubiese sido negra, asiática o blanca,
igualmente hubiese sido masacrada por el criminal ejército
guatemalteco. A los indígenas los mataron por constituir
un apoyo (potencial o factual) para los guerrilleros, no
por ser indígenas o "mayas". Y, por favor, enfatizar en el
crimen de guerra no implica negar que exista racismo en
Guatemala. Implica, sí, afirmar que no es tan fácil
explicarlo aplicándole mecánicamente el modelo sudafricano
de apartheid o el estadounidense de segregación
racial.
El debate sereno (aún pendiente)
sobre si hubo o no genocidio en Guatemala no se centra en
afirmar o negar que hubo masacres de indígenas, sino en
establecer los fines estratégicos de estos crímenes de
guerra. Y la finalidad del criminal ejército guatemalteco
al masacrar a la población civil indígena no apuntaba a
exterminarla por razones supremacistas raciales, sino a
acabar con las guerrillas izquierdistas que habían
escogido zonas geográficas de densa población indígena
para desatar su guerra popular. El hecho de que las
masacres de Guatemala no se enmarquen ni en el genocidio
ni en la limpieza étnica no atenúa su carácter criminal y
horrendo, porque la razón de no exterminar a la población
indígena aunque se la masacre metódicamente es doblemente
perversa, ya que se la mantiene viva para que pueda
reproducirse como fuerza de trabajo barata, sobreexplotada,
marginada y oprimida. Para ser fieles a la complejidad del
problema, a todo esto hay que agregar, además de las
masacres de indígenas cometidas por las guerrillas, la
irresponsable conducción de la guerra popular por parte de
la dirigencia insurgente, que propició estas masacres por
medio de una táctica de provocaciones al enemigo para las
cuales la guerrilla no tenía capacidad de respuesta, y
ante lo cual abandonaba inerme y a su propia suerte a las
comunidades indígenas hacia las que atraía al ejército.
Las masacres de indígenas son pues una responsabilidad
histórica compartida, aunque el ejército haya cometido el
97 por ciento de ellas y la guerrilla sólo el 3 por
ciento. Aquí, el debate giraría en torno a la primacía de
lo cuantitativo o lo cualitativo a la hora de juzgar los
hechos. ¿Genocidio, limpieza étnica? ¿De parte de quiénes?
Es la explotación sobre la que
descansa el injusto sistema económico y político local lo
que constituye un crimen histórico prolongado en
Guatemala, y esa es también la base material sobre la que
descansa el racismo y los etnocentrismos locales. Para
denunciar esto no hay ninguna necesidad de echar mano de
lo que en este caso resultan ser estridencias victimistas
para consumo de burócratas de agencias de financiamiento
internacional, como las nociones de genocidio y limpieza
étnica. Al hacerlo se escamotea -"racializándolo" y "culturalizándolo"-
un problema económico, de clase, estructural, que se
resume en la sobreexplotación de una masa desposeída por
parte de una oligarquía atrasada y de mentalidad
feudalizante, al servicio de la cual ha estado siempre el
criminal ejército de Guatemala. El culturalismo echa una
cortina de humo sobre esta realidad, y circunscribe las
reivindicaciones indígenas al respeto a su especificidad
cultural, con lo que se benefician sólo cerradas elites de
indígenas intelectualizados que se agrupan en oenegés
financiadas por los países colonialistas, dejando intacto
el problema social de las masas. Son estas elites y sus
huestes solidarias las que se victimizan utilizando
conceptos como limpieza étnica o exterminio, a fin de
conseguir financiamientos para proyectos cuyos resultados
suelen no constatarse nunca. Ser víctima no es denigrante.
Victimizarse sí lo es.
Hablar de genocidio y limpieza
étnica es una irresponsabilidad tan grande como hablar de
apartheid para explicar lo ocurrido en Guatemala.
El bipolarismo de buenos y malos no funciona aquí ni en
ninguna parte. La verdad siempre reside en varios puntos
del amplísimo espectro de grises que existe entre el
blanco y el negro. La razón de hacer este tipo de
esclarecimientos tiene que ver con la necesidad que tiene
el país de establecer la verdad y la veracidad históricas
de su pasado reciente, a fin de poder diseñar los términos
en los que quiere protagonizar su futuro. Explicar lo que
pasó en términos de apartheid, genocidio, extermino
y limpieza étnica tiene como consecuencia tergiversar los
hechos estableciendo una bipolaridad maniquea, conformada
por indígenas buenitos y ladinos malotes, lo cual
desorienta la autopercepción de los guatemaltecos como
objetos y sujetos de su historia. La razón por la que esto
ocurre es que al blandir moralistamente el discurso
"políticamente correcto", inmediatamente se gana uno la
simpatía del neocolonizador, y también sus financiamientos
maternalistas. Es mucho más fácil "explicar" los problemas
bipolaristamente que desentrañarlos en toda su complejidad
contradictoria. Por eso, resulta obvio que habrá de pasar
todavía algún tiempo antes de que una versión ecuánime de
lo ocurrido pueda asentarse en la memoria de las
generaciones venideras, en las que, ojalá, el oportunismo
fariseo dé paso a un sentido más desarrollado de la
responsabilidad, la honestidad y la dignidad
intelectuales.