La guerrilla carcelaria, desencadenada el fin de semana del
13 y 14 de mayo, visibiliza la precariedad del sistema carcelario
brasileño. Si rejas y muros aseguran físicamente a los presos, los
avances electrónicos y la negligencia de las autoridades permiten que,
de dentro hacia afuera, comanden acciones criminales. Celulares ingresan
en la barriga de la corrupción favorecida por los bajos sueldos que
reciben policías y carceleros descalificados. Otros se hacen de la vista
gorda ante las amenazas a sus familiares, blancos de los cómplices de
los detenidos. Las facciones criminales, otrora recluidas al interior de
las cárceles, hoy poseen ramificaciones en la calle y son comandadas
para lo que antes parecía inverosímil: ¡el crimen organizado ataca la
policía!
São Paulo vivió su fin de semana de Irak, con la policía
cercada por tácticas de guerrilla: ataques sorpresivos, escaramuzas,
etc. Y las reacciones de las autoridades no escapan de los viejos
esquemas: imitar a Estados Unidos en la construcción de presidios
(presuntamente) infranqueables; legalizar la pena de muerte; aumentar el
pie de fuerza policíaco-militar. Nada que enfoque las causas de la
criminalidad y la ineficiencia de nuestro sistema carcelario.
Entre Río y São Paulo hay cerca de 2,3 millones de jóvenes,
entre 14 y 24 años, que no terminaron la educación básica. En ese
contingente se encuentran el 80% de los asesinos y de los asesinados. En
síntesis, no se reducirá la criminalidad sin educación de calidad, sin
combate al desempleo y sin que los niños concurran a la escuela 8 horas
diarias. La violencia no deviene de la miseria, y sí de la falta de
educación. Y de una cultura belicista, como la de Estados Unidos, el
país más violento del mundo, a pesar de ser el más rico. Sus cárceles
encierran a más de 2 millones de personas.
Nuestro régimen penitenciario no difiere mucho del adoptado
en la época de la esclavitud. Se amontonan presos en mazmorras exiguas;
se mezclan autores de delitos distintos; se condena a todos a la más
explosiva ociosidad. No hay cursos para alcanzar una profesión, ni
reducción de penas de acuerdo con el progreso escolar. Ni tampoco hay
actividades culturales, como teatro, pintura y música, o equipamientos y
espacios adecuados para la práctica deportiva.
Como queso suizo, nuestras cárceles están repletas de
agujeros por donde entran dinero y armas, celulares y drogas. El
detenido es guardado, no reeducado; castigado, no recuperado. Y el alto
precio de la penitencia –de donde viene penitenciaría– jamás es la
absolución, y sí la exclusión social. El preso cumple la pena sin que el
sistema lo prepare para la reinserción social, y sin que la sociedad se
disponga para acogerlo. De ahí el alto índice de reincidencia.
La causa mayor de la criminalidad es la desigualdad social,
que está reduciéndose en Brasil desde el 2001. La violencia intrínseca a
las estructuras sociales, como la agraria, sustancialmente arcaica,
provoca en los excluidos la reacción de revuelta. Se busca a hierro y
fuego el "lugar al sol" tan enfatizado, indiscriminadamente, por la
propaganda televisiva. Ella socializa el derecho de todos a la felicidad
adinerada, ligada a los bienes de consumo. No hay por qué esperar de un
joven empobrecido una actitud abnegada frente a su carencia y
sufrimiento. La droga es el recurso más a mano para evadirse de esa
realidad, sea por el "encantamiento" que proporciona, sea por el dinero
fácil que atrae. ¿Y por qué obedecer las leyes si políticos corruptos y
delincuentes de cuello blanco permanecen en libertad? ¿Si la muerte es
cierta y la vida carece de sentido, por qué temer la ley del talión? Lo
grave es cuando la sociedad y la policía deciden adoptarla, como si la
eliminación de bandoleros significase la erradicación del crimen.
Hay que liberar los recursos públicos aprisionados por el
excesivo ajuste fiscal y multiplicar la inversión en educación y en la
reforma carcelaria. Caso contrario, en breve, la propia policía estará
impregnada de este pavor que ataca a la población de nuestras grandes
ciudades: el miedo de salir a las calles.
Frei Betto *
Agencia Latinoamericana de
Información - ALAI
(Traducción:
ALAI)
* Escritor, es
fraile dominico y asesor de movimientos sociales, autor de "Gosto de
Uva" (Garamond), entre otros libros.