Colombia

A 15 años del asesinato de Carlos Pizarro Leongómez

El guerrillero que quiso ser presidente

Balas de paramilitares acababan, en 1990, con la vida de uno de los dirigentes históricos de la guerrilla colombiana, que por entonces negociaba su retorno a la escena política tras el abandono de la lucha armada: Carlos Pizarro.

 

“Comandante Pizarro. ¿Hastá cuándo? Hasta siempre”, fue el grito de dolor y rabia que el 26 de abril de 1990 invadió la carrera séptima de Bogotá, colmada por una muchedumbre que marchó a la Plaza de Bolívar tras el asesinato del máximo comandante del grupo guerrillero M-19 Carlos Pizarro Leongómez. Pizarro cayó, como antes otros candidatos presidenciales (Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Jaime Pardo Leal), en la plenitud de su juventud y de su ímpetu revolucionario. Sucedió en Santo Domingo, una localidad rural en donde acantonaron las tropas del M-19 tras un pacto con el gobierno nacional para trabajar los futuros acuerdos de paz que darían fin a la actividad armada de esa organización.

 

En ese paraje, bañado por un caudaloso río y rodeado por una naturaleza exuberante, compartí con él la vida cotidiana durante varios días en un campamento donde todo era expectativa. Pizarro navegaba sobre las turbulentas aguas de las disquisiciones internas para dar el gran paso del retorno a la sociedad civil, no derrotado sino animado por la esperanza de ganar la batalla mayor que lo llevaría a la conducción del Estado sobre la base de una nueva Constitución Política y como fruto de una Asamblea Constituyente, tal como lo soñaba también su antecesor en la comandancia del M-19, Jaime Bateman, muerto en un accidente aéreo.

 

En una rústica mesa de madera, bajo el alar de una choza de tablas y zinc llamada “La Comandancia”, el líder insurgente, con su infaltable sombrero blanco que se constituyó en símbolo, rayaba papeles y un cuaderno trabajando su punto de vista sobre la situación del país y las perspetivas que se abrían con los acuerdos de paz. Uno podía escucharlo durante horas sin agotarse ni interrumpirlo, en razón de su extraordinaria capacidad de comunicación que acompañaba siempre con una oratoria fluida, mezcla de realidad, romanticismo y surrealismo. Se podía, por ejemplo, oírle decir: “los colombianos sin excepción debemos lograr que el dios de la guerra y la diosa de la paz hagan el amor, para parir un nuevo país”. “El comandante papito”, gustaban llamarlo también los jóvenes por su especial energía para comunicarse con las mujeres. “La mujer –me dijo una vez– es el templo donde se forma el hijo del hombre”.

 

Dos fechas y dos imágenes quedan en mi mente al cumplirse 15 años de la inmolación de Pizarro: su rostro de una extraña belleza el día que lo vi dentro del féretro en el Capitolio nacional, y la de una venerable anciana de pelo blanco y rostro dulce que el 26 de abril último depositaba una rosa blanca sobre la tumba del guerrillero, el soñador y político. Se trataba de doña Margoth Leongómez, la madre de este hombre que conquistó uno de los sitiales más importantes en la historia de Colombia.

 

Carlos Pizarro no logró realizar su sueño de ser presidente, pero sus ideales sobre la Constituyente y una nueva Constitución Política se hicieron realidad en 1991. Quienes pertenecemos a su generación y las generaciones del presente y futuro debemos asumir su legado político para continuar abriendo brechas hacia la construcción del verdadero Estado social de derecho en Colombia.

 

 

Luis Alejandro Pedraza

© Rel-UITA

25 de mayo de 2005

 

  

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