-Señora Presidenta: voy a hacer algunas
puntualizaciones previas antes de fundamentar mi
voto, convencido y estudiado, radicalmente
contrario a la Operación Unitas.
No creo que exista –lo he discutido desde hace
tiempo atrás con mis compañeros– una cultura de
gobierno y una cultura de oposición. El mejor
ejemplo que puedo poner es el de Emilio Frugoni.
Él vino acá con un compromiso de clase y dijo
que iba a ocupar su sitio en la banca como
portavoz de la clase obrera, y fue consecuente
con eso. Sin embargo, desde la oposición informó
proyectos de gobierno, y desde luego no tenía
ningún inconveniente en aportar y señalar todo
lo que estaba convencido que se debía realizar
desde el gobierno, pero lo planteaba desde la
oposición.
De otros maestros importantes, como Carlos
Quijano, los uruguayos hemos recibido notables
ejemplos. Él supo optar en algunos momentos de
su vida por sus principios, aun al precio de la
soledad.
Tampoco creo –aunque fue citado aquí y se lo
atribuyó a un editorial de don Carlos– en la
ética de la convicción y de la responsabilidad.
Con esa máscara se votó la ley de la impunidad,
y yo no estoy de acuerdo con que haya más de una
ética. Por suerte, ayer escuché al compañero
Gargano decir exactamente lo mismo en una
entrevista de televisión, porque esta es una
convicción muy arraigada en muchos socialistas.
Diría más: debemos tomar posiciones que pueden
parecer estúpidas –lo reconozco– hasta en
problemas de método.
Por ejemplo, yo no doy ninguna recomendación
para cargos y jamás entrego una tarjeta de
presentación siquiera. Cuando alguien me dice
que quiere hablar con tal Ministro o con tal
dependencia pública, etcétera, le contesto:
"Señor –o compañera– vaya usted y que le
atiendan como corresponde que se atienda a
cualquier ciudadano. Si lo atienden mal, venga
que el que protesto soy yo". Tenemos la
obligación de asumir esas actitudes en los temas
de fondo, y aun en estos detalles que pueden
parecer estúpidos.
En ese sentido, Ernesto "Che" Guevara habló
alguna vez de la propaganda de la conducta y él
fue, por cierto, un héroe americano que supo
decir lo que pensaba, y actuaba de acuerdo a su
pensamiento en toda circunstancia.
Estos días he releído las versiones
taquigráficas de numerosas sesiones
parlamentarias en las que se debatió sobre la
Operación Unitas. Tengo en mi banca los
planteamientos que yo mismo hice en nombre de mi
sector y como integrante del Frente Amplio en
1993, en 1994, en 1996 y en 2002. Las he leído
con el mayor cuidado y, debo decir con toda
sinceridad, también con cierta angustia. ¿Y por
qué razón es esa angustia? Porque toda
discrepancia puede conspirar contra la unidad
política de la fuerza del cambio que con inmenso
sacrificio se ha ganado el gobierno.
La vida me ha enseñado que la unidad de los
trabajadores y la unidad de la izquierda son
fundamentales para alcanzar los objetivos
programáticos que concitan la esperanza de
amplios sectores de nuestro pueblo y, en
general, de estos pueblos del sur.
Siento, desde la razón y el corazón, que entre
la fidelidad a lo que, desde mi punto de vista,
debemos empecinadamente sostener y las
discrepancias que honradamente sostienen otros
compañeros, hay diferencias y se deberán
desencadenar desacuerdos. Pero si los procesamos
en las bases y en los máximos organismos de
decisión de nuestras fuerzas políticas, con el
respeto que nace de las experiencias de lucha y
de acciones que han costado vidas, que el Frente
ha librado –que nace, además, de ideas que
están, a mi modo de ver, en las raíces de
nuestros compromisos, de ese debate maduro, con
la firmeza y la serenidad que siempre han
aportado a nuestros militantes sus
convicciones–, puede surgir una profundización
de la unidad. Pero este es un tema que deberá
ser analizado en instancias de máxima
representación de nuestra fuerza política. Lo
que no acepto es que se me diga que hoy votamos
esto, pero que lo vamos a discutir porque se va
a abrir un amplio debate. A mí no me parece bien
primero votar y después discutir.
Ninguno de nosotros teme al imprescindible
debate que tiene que surgir de los
pronunciamientos sobre el tema que estamos
considerando. Todos sentimos que, como marcara
en la Biblia el Apóstol Juan, la verdad nos hará
libres. Y sabemos, como enseñara Lenin, que sólo
la verdad es revolucionaria. Busquémosla, desde
luego, pero entre todos.
En el tema que consideramos no he escuchado ni
un solo argumento que pueda convencerme de que
las circunstancias que han determinado nuestro
pronunciamiento en sucesivas votaciones
anteriores, hayan cambiado. Realmente, he
escuchado y esperado con ansiedad esos
argumentos. La realidad me dice que los factores
de la situación política y militar mundial no
han cambiado; lo que veo y analizo,
honradamente, me dice algo más: observo que las
razones del centro imperial no sólo no han
cambiado sino que, en mi propia y modesta
valoración, y de las lecturas de la realidad que
hacen Ramonet, Chomski, entre otros, y los
propios asesores del señor Presidente Bush, o
importantes líderes latinoamericanos, como esa
gran figura de Marcos en México y de todos los
líderes más importantes hacia el sur, observo
que las circunstancias se han agravado. Y variar
mi voto cuando soy consciente de los riesgos de
un alineamiento con intereses ajenos a Uruguay,
a la Patria Grande Latinoamericana, a los
explotados del mundo, conspiraría tanto contra
lo que siento son valores con los que
personalmente he estado y con los que estoy
comprometido, que me sentiría herido por mí
mismo.
Como señalé, se dice que habrá un gran debate,
que se abrirá un gran debate para determinar los
lineamientos de defensa. ¡Bienvenido!, pero
primero debatamos y después votemos; lo
contrario, a mi juicio, significaría una
contradicción.
En su "Historia del Imperialismo
Norteamericano", un gran maestro –empleo la
palabra en el sentido más hondo de la palabra
compañero–, Vivian Trías, señala que la política
rara vez es color de rosa. Y que la Operación
UNITAS no es, por cierto, la inocua operación
rosada que se pretende presentar. Estoy
convencido de que no es una operación aséptica,
que no es la colaboración con la cual sólo se
plantea, desde el centro imperial, donar
generosamente información técnica a quienes no
están al día en los avances tecnológicos.
Siempre he sostenido que la Operación UNITAS
forma parte de una política, de una estrategia.
Y hoy estoy más convencido que nunca, aunque el
riesgo de alineamientos es mayor, porque ni
siquiera hay adversarios fuertes ante ese
enemigo principal que pudieran ser el pretexto
para enmascarar al asesoramiento que ofrecería
la Operación UNITAS.
En un libro que está aquí, en la Biblioteca del
Palacio Legislativo, que se titula "Armas y
política en América Latina", escrito por Edwin
Lieuwen –no es alguien opositor al imperio–, se
informa que desde mediados de siglo pasado el
Congreso de Estados Unidos dictó la Ley de
Seguridad Mutua, que organizó la asistencia
militar con ayuda técnica, porque el
adiestramiento de las Fuerzas Armadas
latinoamericanas está entre los objetivos del
Pentágono. Y en toda la política respecto de
algunos países –está demostrado en América
Latina– se actúa como en la antigua Roma. Tengo
aquí un libro de Brezczinsky, asesor principal
de gobiernos norteamericanos –que no voy a leer
porque hasta es ofensivo–, que trata la conducta
de nuestros países como propia de los vasallos.
Porque ellos hablan muy claramente. En ese libro
al que me refería, Lieuwen explica que todo el
aparato militar del Pentágono en el sur está
destinado a atraerse a las élites militares para
convertirlas en salvaguardas del "status quo".
Esta ha sido la historia reciente, pero puedo
mencionar otros hechos. ¿Qué nos dice la
historia? A mi juicio, indica, expresa, grita,
denuncia y lo hace con dolor de pueblos, que son
muchos los casos en los que protestas o
movimientos liberadores fueron aplastados por
militares reaccionarios, preparados y asesorados
en las escuelas del norte. Esto es tan así que
no permite negar que Washington haya tenido
éxito en su política.
No fue por casualidad que el 11 de setiembre de
1973, cuando Pinochet y sus secuaces asaltaron
el gobierno del gran Presidente Salvador
Allende, todo comenzara en el Puerto de
Valparaíso donde se producía –¿saben qué?– la
Operación UNITAS. Y nadie es tan ingenuo como
para no saber que si el golpe no se hubiese
impuesto con el bombardeo criminal a La Moneda,
la propia flota de la UNITAS habría
complementado la traición de los aviones
extranjeros que apoyaron el operativo contra la
casa presidencial. Aprovecho para decir al pasar
que Pinochet tiene la máxima condecoración de
las Fuerzas Armadas Uruguayas, que le fue
entregada en abril de 1976 por el dictador
Bordaberry y el ministrito Juan Carlos Blanco.
No voy a relatar otros episodios de nuestra
América que nos han marcado a todos y que
estuvieron respaldados por el asesoramiento
técnico y el apoyo militar concreto de gobiernos
de Estados Unidos.
Voy a ir un poco más atrás. En 1954, en
Guatemala había un gobierno progresista, primero
de Juan José Arévalo, un gran maestro, y luego
del coronel Jacobo Arbenz. Como periodista
presencié debates en la Cámara en los que se
acusaba a ese gobierno de comunista. Hoy sabemos
perfectamente que quería que Guatemala fuera de
los guatemaltecos y que ese fue su único delito.
El país estaba dominado prácticamente por
transnacionales como la "United Fruit Company";
el puerto, los ríos, los arroyos eran propiedad
privada. Cuando el gobierno de Arbenz realiza la
reforma agraria y dice que el agua de los
arroyos eran propiedad pública, hasta hubo
sacerdotes que indicaban a los indígenas que no
tomaran de esa agua porque tenía comunismo. Acá,
en la Cámara, costó mucho sacar una declaración.
Recuerdo que en el Partido Nacional estaba
García Austt, y era uno de los pocos que
defendía esto; creo que también lo hacía el
senador Cussano.
Advierto que se enciende la luz indicando que se
está terminando el tiempo de que dispongo, y aún
no he dicho ni la mitad de lo que quiero decir.
SEÑORA PRESIDENTA (Castro).
-Le restan dos minutos, señor Diputado.
SEÑOR CHIFFLET:
-Señora Presidenta: ¿no se puede declarar debate
libre, a los efectos de utilizar unos minutos
más?
SEÑORA PRESIDENTA:
-Sí se puede proponer, de acuerdo con el
Reglamento.
Puede continuar.
SEÑOR CHIFFLET:
-Termino en cinco minutos, señora Presidenta.
En una oportunidad, en una entrevista, pude
hablar con Celia de la Serna, la madre de
Ernesto Guevara, quien me contó hechos
irrepetibles, como que él había visto obligar a
guatemaltecos a cavar fosas, luego se tiraba
napalm sobre ellos y una tapadera.
Ella dijo: "En ese momento, Ernesto se juró algo
a sí mismo". Eso es verdad, porque desde allí
fue a México y se embanderó con la primera
revolución que le ofreció un lugar de lucha.
¿Ha habido o no toda una larga historia de
formación de militares, de preparación técnica
que, en algunos casos, culminó, como en la
Escuela de las Américas, con la confesión por
parte de quienes actuaron al frente de la misma,
de que allí se preparó a los dictadores de los
países del sur? El intercambio que facilita y
promueve lazos fraternos entre la Armada de
Estados Unidos y las del sur en operaciones como
la UNITAS, no es inocente.
Voy más allá: la política de Estados Unidos y,
en especial, su política militar, no coincide
con nuestro interés nacional, con lo que a mi
modo de ver son nuestros objetivos nacionales.
En 1996 –por citar una de mis intervenciones
parlamentarias sobre el tema– terminé diciendo,
precisamente, que estas no son operaciones
inocentes.
(Suena el timbre indicador de tiempo)
-Si se necesitara perfeccionar técnicamente a
nuestras Fuerzas Armadas, debería concertarse
con otros países que no pudieran incidir
negativamente en el espíritu de las nuevas
generaciones de militares. Ese año terminé
diciendo: votamos discordes con la aprobación de
este proyecto, porque consiste en la
materialización de una política continental
militar que no coincide, en nuestro concepto,
con nuestros más altos intereses nacionales.
SEÑORA PRESIDENTA (Castro):
-Por favor, señor Diputado, redondee su
pensamiento.
SEÑOR CHIFFLET:
-Desde entonces a hoy, las circunstancias se han
agravado. El Gobierno del señor Bush ha invadido
países al margen de Naciones Unidas. No se tomó
la molestia, siquiera, de realizar las maniobras
necesarias para contar con el aval del Consejo
de Seguridad de Naciones Unidas en el que, por
otra parte, predominan los intereses de los
países más poderosos. Desde mucho tiempo atrás,
el supuesto subyacente en la política del
gobierno norteamericano es que el sistema de
organización y poder social en ese país y la
ideología que lo acompaña –explica Chomski–,
deben ser universales. Al respecto, hasta hay
hechos casi desconocidos; pensaba relatar
algunos.
Esas son las enseñanzas que se imparten desde el
centro imperial. Es obvio que todos los
adiestramientos, cursos de enseñanza,
operaciones UNITAS, hasta la musiquita de las
bandas...
(Campana de orden)
SEÑORA PRESIDENTA (Castro):
-¿Me permite, señor Diputado?
A continuación está anotado para hacer uso de la
palabra el señor Diputado Peña Fernández, quien
está dispuesto a otorgarle una interrupción si
usted se la solicita.
SEÑOR CHIFFLET:
-Le prometo al señor Diputado Peña Fernández que
no voy a ocupar más de tres minutos de su
tiempo.
SEÑORA PRESIDENTA (Castro):
-Tiene la palabra el señor Diputado Peña
Fernández.
SEÑOR PEÑA FERNÁNDEZ:
-Señora Presidenta: le concedo una interrupción
al señor Diputado Chifflet. Tómese el tiempo que
necesite, señor Diputado.
SEÑORA PRESIDENTA (Castro):
-Puede interrumpir el señor Diputado Chifflet.
SEÑOR CHIFFLET:
-Le agradezco mucho su generosidad, señor
Diputado.
Decía que en un pasaje de un libro suyo llamado
"El miedo a la democracia", Chomski informa que
Horacio Arce, jefe del servicio de inteligencia
de la contra –en la época del sandinismo–, tenía
mucho que decir cuando fue entrevistado en
México después de su deserción. ¿Saben qué
explicó? En particular, describió su
adiestramiento en una base de las Fuerzas
Aéreas, al sureste de los Estados Unidos;
identificó por su nombre a los agentes de la CIA
que proporcionaron apoyo a los contras bajo la
tapadera de la Agencia para el Desarrollo
Internacional –AID– en la embajada de los
Estados Unidos en Tegucigalpa, y destacó cómo el
Ejército hondureño proporcionó información y
apoyo para las actividades de la contra e
informó de la venta de armas de tipo soviético
suministradas por la CIA a la guerrilla del FMLN
en el Salvador, que más tarde fueron presentadas
como prueba de envíos cubanos y nicaragüenses.
Posteriormente, Arce explicó: "Atacamos muchas
escuelas, centros sanitarios y ese tipo de
cosas. Hemos intentado hacerlo para que el
gobierno nicaragüense no pueda proporcionar
servicios sociales a los campesinos, no pueda
desarrollar sus proyectos... esa es la idea".
Evidentemente, el meticuloso entrenamiento
norteamericano, en distintos caminos, logró
hacer progresar esa idea. Esas son las
enseñanzas, los conocimientos tecnológicos que
se imparten por distintas, diversas y muy
estudiadas vías, desde el centro imperial.
A mi juicio, es obvio, además, que todos los
adiestramientos, cursos de enseñanzas,
operaciones conjuntas y operaciones UNITAS,
apuntan a determinados objetivos que no son los
nuestros ni son asépticos. En materia de
preparación nos enviaron hasta técnicos en
torturas. ¿Esa es la incorporación tecnológica?
Nunca es la lógica del enemigo la que nos
beneficia. Nunca está la lógica del centro
imperial por encima de las clases y en defensa
de nuestro pueblo. Todo operativo en la lógica
defensa de la política de dominio mundial se
hace con las mejores palabras –claro está; hasta
con musiquita de bandas–, pero tiene todo un
engranaje basado en una estrategia.
Termino diciendo que hoy se citó aquí a Bolívar,
cuando dijo: "Los Estados Unidos parecen
destinados por la providencia para plagar la
América de miserias a nombre de la libertad".
Recuerdo que, poco antes, en una carta al
Vicepresidente colombiano, había señalado:
"Jamás seré de la opinión de que los convidemos
a nuestros arreglos americanos".
¡Allá ellos con su política! Nosotros tenemos la
obligación de ser consecuentes en la defensa de
lo que yo considero son los más altos intereses
nacionales.
Muchas gracias, señor Diputado.
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