A propósito del envío de tropas a la
República de Haití, cuando la clara
intervención del gobierno del señor
Bush pasó el “trabajo
complementario” a Naciones Unidas, en
diversos ámbitos se reiteró el debate
entre autodeterminación, soberanía, o
intervención multilateral. El representante perma-nente de
Argentina
ante Naciones Unidas, César Mayoral,
por ejemplo, planteó que la conveniencia
o no de enviar tropas a Haití
tiene como telón de fondo cuál es la
cesión de soberanía que los Estados
otorgan a las Naciones Unidas en la
etapa actual. Y con claridad (suicida
para el punto de vista de las soberanías
de los países menos poderosos) planteó
una falsa oposición: el mundo que nos
tocará vivir en el siglo XXI ‑expresó-
estará bajo el signo multilateral o
quedará en manos de un unilateralismo
paternalista.
Encima, para responder a los opositores
a la intervención, indicó que los
cuestionamientos al envío de tropas
estuvieron teñidos, en Brasil,
Chile, Paraguay y Uruguay,
de un fuerte contenido ideológico. Lo
curioso es que este lugar común de negar
“los planteos ideológicos” pasa por alto
que todo razonamiento se realiza
mediante ideas y hasta implica, tácita o
expresamente, una concepción
doctrinaria. monseñor Casaldáliga,
el obispo brasileño, ha dicho, con
claridad: “No hay cabeza que viva sin un
corazón: su ideología”.
En junio de 2004, cuando se planteó en
Uruguay el envío de tropas a
Haití, un destacado jurista,
especialista en derecho internacional,
el doctor Héctor Gros Espiell,
razonó, con prudencia, en una entrevista
pública, advirtiendo riesgos: “En
Haití -explicó- hubo un golpe de
Estado con intervención extranjera”
(...) “La primera resolución del Consejo
de Seguridad sobre Haití, que fue
del 29 de febrero, lógicamente no habla
de un golpe de Estado, sino que dice que
Bertrand Aristide renunció”.
Como expresó entonces el doctor Gros
y hoy está probado, el presidente de
Haití no renunció sino que fue
expulsado mediante un golpe de Estado.
Gros Espiell advirtió, inclusive,
que Jean Bertrand Aristide fue
recibido por la República de Sudáfrica
con honores de jefe de Estado; es decir
que prácticamente se lo reconoció como
si aún fuese un presidente constitucional.
Si hubo un golpe de Estado, y si hay un
conflicto interno en Haití -expresó el doctor Gros
en aquella oportunidad- "enviar tropas
integradas por uruguayos para intervenir
en un conflicto interno, resultado de un
golpe de Estado, ¿no es una forma de
intervención dudosamente jurídica en
asuntos internos de ese país?"
El tema esencial a plantearse cuando se
habla de envío de tropas bajo la bandera
de Naciones Unidas es –como ha dicho el
propio doctor Gros- que “No todo
lo que salga de Naciones Unidas tiene la
bendición divina ni es, a priori,
correcto”. La verdad es que temas
esenciales para el mundo son resueltos
en Naciones Unidas, por el Consejo de
Seguridad, y casi todo allí es resultado
de un pacto o reparto entre los países
victoriosos de la Segunda Guerra
Mundial.
Cada vez más ha ido pesando en la ONU
el poder de las grandes potencias. Y en
la medida en que el mundo se hizo
unipolar, los intereses del imperio
inciden decisivamente. ¿Esa realidad
mundial no indica que no toda
intervención multilateral merece esa
denominación? La historia dirá qué
intereses se han movido en la tragedia
de Haití. A pesar del cerco de
silencio, organizaciones de derechos
humanos han denunciado que en diversas
ocasiones tropas de Naciones Unidas han
apoyado la acción de los escuadrones
militares, asesinando inocentes.
Lo que los países latinoamericanos que
envían tropas (para que soldados mal
pagos ganen algún dinero) no han
planteado, es que esas soluciones
militares no ayudarán a resolver un
drama con raíces históricas. Pero
-volviendo a lo esencial- en la medida
en que no se han investigado los hechos,
que no se piden informes sobre la
actuación de las tropas, que las
masacres pasan inadvertidas, la
justificación de la acción multilateral
atenta contra la autodeterminación y
contribuye a archivar el concepto de
soberanía. La propia organización de
Naciones Unidas aparece cuestionada
cuando sus resoluciones están
determinadas por los intereses del más
poderoso imperialismo de la historia.
Las organizaciones de derechos humanos,
los sindicatos, las organizaciones de
juristas, ya han anticipado algo de lo
que podrá ser, finalmente, el juicio de
la historia. La Asociación
Interamericana de Juristas, por ejemplo,
ha reclamado que se respete el derecho
inalienable del pueblo haitiano a su
autodeterminación, libre de presiones y
coerciones extranjeras. ¿No es hora de
que los gobiernos latinoamericanos
piensen en las soluciones para superar
la miseria insondable de Haití
por vías distintas a la intervención
militar?
Pero esta experiencia debe advertir a
los pueblos (en el momento que algunos
gobernantes ya se pronuncian por la
intervención multilateral al uso actual)
que la autodeterminación y la defensa de
la soberanía corren hoy -como ayer-
paralelas a la defensa de la libertad.
No advertirlo a tiempo será suicida para
las soberanías, especialmente de los
países pequeños.
En Montevideo, Guillermo Chifflet
© Rel-UITA
11 de abril de 2007
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