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1978. Argentina ganaba su
primer Mundial. Yo tenía 15 años, y en mi mente quedó marcada para siempre
la imagen de los dictadores celebrando en las gradas del estadio, mientras
en todo el país se torturaba, desaparecía y asesinaba a miles y miles de
personas.
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2009. Mientras en las
calles de Tegucigalpa y San Pedro Sula corría nuevamente la sangre del
pueblo en resistencia, las universidades eran militarizadas, los hospitales
se llenaban de heridos, los detenidos eran golpeados y torturados en el
sótano del Congreso y el olor acre de los gases lacrimógenos se esparcía por
doquier, el Presidente de facto auguraba la victoria para la selección de
fútbol de Honduras que se enfrentaba a la de Costa Rica, las calles se
vaciaban y las cámaras enfocaban las gradas repletas de fervorosos
espectadores.
Después de la
gran Marcha Nacional del martes 11 que llenó las calles de las dos principales
ciudades del país, y de los enfrentamientos en los alrededores de la Universidad
Pedagógica en Tegucigalpa, estaba latente el riesgo de que en esta nueva jornada
de movilización los aparatos represivos del gobierno de facto pudiesen
aprovechar la atención captada por el partido entre ambas selecciones de fútbol
para desatar una nueva oleada represiva.
Ya en la noche
del martes 11 la Policía y personas de civil habían brutalmente atacado los
locales de la Universidad Pedagógica, donde descansaba la gente que había
marchado por más de 120 kilómetros, disparando y lanzando gases lacrimógenos
desde las calles y desde un helicóptero.
Ese mismo día,
varios provocadores infiltrados por la Policía en la Marcha protagonizaron la
destrucción de diferentes negocios comerciales, involucrando a la gente ya
enardecida después de 46 días de resistencia pacífica. Los mismos provocadores
habían introducido varios cócteles molotov en la Universidad, seguramente con la
intención de que fueran el pretexto desencadenante de la represión. La emboscada
del día siguiente ya estaba montada.
“Salimos de la
Universidad hacia los semáforos del Hotel Clarión, cerca de Casa Presidencial,
pero algunas personas comenzaron a exigir que había que ir al Congreso, azuzando
a la gente, y creemos que no eran personas de la resistencia sino infiltrados
–dijo Juan Barahona, integrante de la conducción colegiada del Frente
Nacional Contra el Golpe de Estado–.
Llegando cerca
del Congreso, estas mismas personas empezaron a enardecer a la gente.
Sorprendentemente
–nadie entiende ahora cómo y por qué– apareció allí el
vicepresidente del Congreso, Ramón Velásquez Nazar, quien resultó
agredido cuando alguien le dio una bofetada. Este fue el hecho que desencadenó
la brutal represión. Como respondiendo a una señal premeditada, la Policía y el
Ejército comenzaron a disparar gases lacrimógenos, balas y a golpear a la gente,
a perseguirla por las calles aledañas y a tomar muchos prisioneros.
Hay muchos
heridos y detenidos –continuó Barahona–, y sabemos que hasta el diputado
del partido Unificación Democrática (UD), Marvin Ponce, fue
salvajemente golpeado y está en el hospital. Es un momento muy delicado. Los
ánimos están muy caldeados y para los provocadores es más fácil lograr su
objetivo que es generar los disturbios.
Vamos a
analizar esta situación para devolverle a la resistencia su carácter pacífico.
No podemos permitir que se eche a perder el esfuerzo de tantos días”, concluyó
el dirigente popular.
Mientras las
fuerzas represivas se ensañaban contra la población en la capital, en San Pedro
Sula las miles de personas que permanecían en las calles y en el Parque Central
eran violentamente desalojadas, dejando un saldo de decenas de heridos y
detenidos.
Violaciones descaradas
En Tegucigalpa,
después de la violenta represión, el Ejército militarizó la Universidad
Pedagógica acatando una orden de la Fiscalía que pidió una investigación
criminal por la presunta presencia de cócteles molotov pertenecientes a las
personas que permanecían en el lugar.
Estos mismos
artefactos –una decena de botellas– habían sido secuestrados más temprano por el
servicio de disciplina del Frente Nacional Contra el Golpe de Estado, que
presentó denuncia formal del hecho ante la Fiscalía y la Dirección de
Investigación del Crimen.
En menos de
media hora estas pruebas de la infiltración en el movimiento de resistencia
fueron transformadas en elementos de acusación contra los mismos denunciantes.
En el momento en que se está redactando esta nota, alrededor de 50 personas
están todavía retenidas en el interior de la Universidad, ocupada y rodeada por
una enorme cantidad de militares.
Golpeados y torturados
Sirel
logró
ingresar al Hospital Escuela para constatar el estado de las decenas de heridos
quienes, a lo largo de todo el día, no sólo tuvieron que procurar ser curados de
sus heridas, sino también evitar ser arrestados allí en el Hospital.
“Estaba cerca
del Congreso. Llegaron los policías, me golpearon y me arrastraron dentro del
Congreso –cuenta Rosa María Valeriano tendida en una cama de la
Emergencia del Hospital–.
Me dijeron que
me iban a desaparecer. Una mujer policía y un gordo de nombre Muñóz seguían
golpeándome mientras estaba en el suelo y me fracturaron una costilla. ‘Perra’,
me decían, me amenazaban, y me gritaban: ‘Dile al presidente Zelaya que
venga a buscarte ahora’. Me pegaban y al final me desmayé”, concluyó.
Una enfermera
que no quiso identificarse relató a los periodistas allí presentes que unas
horas antes había ingresado un señor de 54 años severamente golpeado y torturado
con cadenas en el sótano del Congreso, presentando fuertes contusiones y heridas
en su cabeza, espalda y piernas.
Asedio al STIBYS
Mientras
algunas de las personas que habían logrado escapar de la persecución acudían a
las instalaciones del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Bebida y
Similares (STIBYS), llegó la noticia de que el Ejército y la Policía
estaban preparando un operativo para desalojar este histórico lugar.
Atrincherados
detrás de los portones que habían sido cerrados con candados, unas 50 personas,
entre ellos varios sindicalistas y trabajadores de esta organización, se
preparaban a resistir pacíficamente un eventual ataque.
A los pocos
minutos llegaron más de 30 efectivos de la Policía y del Ejército, quienes se
apostaron frente a la entrada del edificio, registrando a todas las personas que
salían y apuntando los números de las placas de los vehículos.
Las calles
cercanas al edificio estaban cerradas por otro contingente de militares, y el
temor de una incursión era latente entre los que estábamos allí encerrados.
Fue sólo
gracias a una nutrida presencia de periodistas nacionales e internacionales,
abogados y miembros de organizaciones de derechos humanos, quienes acudieron al
llamado de la organización sindical, que se pudo romper el cerco y abandonar sin
consecuencias el lugar.
En las semanas
pasadas el edificio del STIBYS había sido objeto de un atentado con un
artefacto explosivo, mientras que en la noche del martes 11, personas no
identificadas habían lanzado a su interior una bomba lacrimógena con una clara
intención intimidatoria.
Al fin de la
jornada, integrantes del Frente Nacional Contra el Golpe de Estado
analizaban las modificaciones a introducir en el sistema de disciplina y
seguridad interno para contrarrestar la nueva táctica de la represión, montada a
partir de los provocadores infiltrados cuyo objetivo es lograr que las
manifestaciones y las marchas pierdan su carácter completamente pacífico,
justificando así una escalada represiva.
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