Ante los reclamos de una acción más
decidida de su gobierno frente la
dictadura hondureña, el presidente
Barack Obama ha dicho recientemente
que quienes hoy le reclaman que
intervenga en Honduras son los mismos
que gritan: ¡yankees go home!
Obama
incurre en una simplificación burda de
la exigencia que cada día con mayor
fuerza está planteando América Latina.
Como es obvio, sólo algún extraviado
podría estar reclamando una
“intervención” a la antigua, con marines
y bombarderos, una “invasión”.
También resulta bastante obvio que lo que se espera del
Presidente de Estados Unidos no
es “que apriete un botón” –cualquiera
que éste fuese– intercambiando
automáticamente un monigote de
Roberto Micheletti por una
estatuilla de Manuel Zelaya.
En Estados Unidos se difundieron esta semana,
documentos desclasificados de la CIA
donde se explica que durante los
contactos mantenidos en 1971 entre el
dictador brasileño Garrastazú
Medici y el entonces presidente
estadounidense Richard Nixon, se
monitoreó el proceso que culminaría en
el golpe de Estado contra Salvador
Allende en Chile, y se
confirmó la intervención de la
inteligencia militar brasileña en el
resultado fraguado de las elecciones en
Uruguay en ese año.
Se supo también que según el secretario de Estado, Henry
Kissinger, existía una “Doctrina
Nixon” para las relaciones con
América Latina, en la cual Brasil
debía jugar el papel de gendarme
regional, “ocupando todos los lugares
vacíos que deje Estados Unidos”.
Es probable que ahora exista otra “Doctrina” cuyo nombre, por
ahora, ignoramos. Nixon hace
mucho que políticamente es una piltrafa
histórica, y desde entonces Brasil
ha cambiado bastante. Es probable que en
esta nueva doctrina Colombia haya
sido designada para inquietar a
América Latina, para que varios se
sientan amenazados por la actitud
claramente desafiante de Álvaro Uribe,
el Garrastazú Medici de turno.
Lo que ocurre en Honduras se parece cada día más a un
globo sonda, a un ensayo en el terreno
para testear la capacidad de reacción y
de acción de América Latina y del
mundo ante una flagrante violación del
Estado de derecho. Cada hora que pasa
con Micheletti en el gobierno es
tiempo ganado para los golpistas, y no
sólo los hondureños.
¿Se ha optado ya en Estados Unidos por una nueva
“Doctrina” según la cual hay que
“detener el avance de la izquierda en
América Latina”? ¿Son las bases
militares gringas en Colombia y
el golpe de Estado en Honduras
dos capítulos de esa “Doctrina”? ¿Cuáles
serían los capítulos siguientes? ¿Cuál
sería la manera más eficaz de desviar el
desarrollo de las experiencias de
gobiernos populares que –con diferencias
y debilidades numerosas– intentan
consolidarse democráticamente en la
región? ¿El miedo a los renovados golpes
de Estado de la ultraderecha? ¿Una
guerra fratricida entre
latinoamericanos?
En Honduras el dictador Micheletti acaba de
declarar públicamente que el embajador
estadounidense Hugo Llorens
estaba informado sobre los planes para
dar el golpe de Estado. Llorens
es un cubano-americano a quien se le ha
relacionado con el tenebroso Otto
Reich, otro cubano que sirvió a
George Bush como subsecretario de
Estado y a quien se le imputa el fallido
golpe de Estado contra Hugo Chávez
en Venezuela. No son pocos los
que empiezan a hallar muchas similitudes
entre ambos escenarios golpistas.
Más allá de conspiraciones y especulaciones, la historia de
América Latina grita a voz en
cuelo que Estados Unidos
promovió, apoyó y defendió todas las
dictaduras derechistas de la región. Si
creemos en las declaraciones de Obama,
ésta de Honduras sería la primera
excepción.
Por eso el reclamo de América Latina hacia el gobierno
de Barack Obama no es por una
“invasión”, ni por una “intervención” en
Honduras; lo que se le demanda es
que intervenga en su propio país
detectando y desarticulando a las
fuerzas que han impulsado este globo
sonda; que intervenga, sí, las fortunas
ocultas en los bancos estadounidenses de
los personajes que financian y sostienen
la dictadura de Micheletti, que
rompa formalmente los lazos que unen a
la ultraderecha militar de su país con
el Ejército hondureño.
Son numerosas las medidas que el presidente Obama
podría ya haber instrumentado, más allá
de las declarativas y simbólicas
adoptadas hasta ahora. ¿Por qué no lo ha
hecho? ¿Será posible que recibamos
respuesta a esa interrogante cuando,
dentro de varias décadas, alguien
desclasifique documentos confidenciales
de la CIA?
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