La historia de los países de nuestra América está en
los documentos de la Agencia Central
de Inteligencia de Estados Unidos
(CIA).
Como dicha organización actúa en concepto de propietario,
cada poco tiempo publica documentos
desclasificados de los que surgen
claramente, por ejemplo, la
intervención imperialista en
Chile.
En dichos informes se describen los procesos de penetración y
hasta se nombra a los colaboradores
nacionales con la intervención
extranjera. Por lo general estos no
salen a desmentir o a enfrentar los
hechos que los condenan ante la
opinión pública por traición.
Con todas las letras, los documentos revelan a los
colaboracionistas. Sobre Uruguay,
por ejemplo, se informa de lo que
fue un intento de creación de una
central obrera, la Confederación
Sindical del Uruguay (CEU),
que en realidad fue “una
organización laboral controlada y
financiada por la estación en
Montevideo”.
Y se dan nombres. Se informa, así, que Guillermo Copello,
jefe de Investigaciones de la
Policía de la capital, fue “un
estrecho colaborador de enlace con
la estación de Montevideo”; que
Fernández Chávez, corresponsal
de la agencia de noticias italiana
ANSA fue un agente de
propaganda de la CIA en
Uruguay; que Juan José Gari,
de la Liga Federal de Acción
Ruralista y consejero del dirigente
político Benito Nardone
también fue agente de la estación;
que además fueron colaboradores de
la CIA Nicolás Storache,
ministro del Interior, Adolfo
Tejera, también ministro del
Interior, y Luis Vargas Garmendia,
director de inmigración de
Uruguay.
En Chile, la democracia cristiana facilitó al comienzo
el camino a los militares golpistas.
Después las relaciones se fueron
tornando más difíciles. Pero el
PDC no solo apoyó el golpe,
también participó en las maniobras
desestabilizadoras previas. Solo 15
dirigentes, encabezados por
Bernardo Leighton, se opusieron
al golpe en una declaración suscrita
a pocas horas del mismo.
Eduardo Frei Montalvo
asistió al Te Deum que solemnizó la
irrupción militar. Envió, además,
una carta a Mariano Rumor,
dirigente de la democracia cristiana
italiana justificando el golpe
desmintiendo informaciones sobre
represión y masacres y respaldando a
la Junta Militar.
Importantes figuras de la democracia cristiana y muy cercanos
simpatizantes, ocuparon cargos de
confianza en el gobierno de
Pinochet.
Hasta dirigentes sindicales de la democracia cristiana fueron
a Ginebra y participaron de una gira
internacional a favor de la Junta.
Un dato curioso: el gobierno militar anuncio que el Estadio
Nacional estaba siendo despejado de
prisioneros con el fin de disponer
de tiempo para los preparativos del
partido Chile-URSS, por la
Copa Mundial de fútbol.
En el Ejército se definían dos tendencias acerca de cómo
tratar a los prisioneros. Los
“duros” creían que los activistas
marxistas debían ser ejecutados, en
tanto los “blandos” entendían que
debían ser juzgados, sentenciados y
luego sometidos a un intento por
“reeducarlos”.
El comandante Washington Carrasco, que dirigía la
tercera división del ejército en
Concepción, si bien fue favorable al
golpe se rehusaba a ejecutar
extremistas. Una actitud similar
tuvo el comandante Lagos.
Debido a ello el comandante
Arellano advirtió a ambos que
debían tomar más en serio “la
campaña antisubersiva”.
La mayoría de los oficiales jóvenes del Ejército, la Armada y
la Fuerza Aérea, apoyaban la línea
dura.
El general Sergio Muño, presidente de la Corporación
de Fomento se identificó con la
línea “suave”. Dijo que no se
opondría a la ejecución de personas
como Carlos Altamirano, jefe
del Partido Socialista, que estaba
en la lista de las diez personas más
buscadas del derrocado gobierno de
la Unidad Popular, pero que se
opondría a que trabajadores o
dirigentes sindicales fueran
acusados y ejecutados sumariamente,
sin juicio justo.
Como ejemplo citó el caso de once trabajadores y un dirigente
sindical de la fábrica de explosivos
de Antofagasta. Dijo que esos
hombres fueron ejecutados porque se
les encontró un plano de la fábrica,
explosivos y documentos que los
vinculaban a grupos extremistas.
Dijo que había llevado el caso a la
reunión de Consejo de Ministros del
20 de octubre, como ejemplo de
represión innecesaria. Agregó que su
posición fue apoyada por el general
Bonilla, en tanto Pinochet
se expresó a favor de una dura
acción.
Cifras oficiales indican que al 31 de diciembre de 1973 había
en Chile un total de 3.637
detenidos. Aproximadamente otros
2.000 estaban bajo arresto
domiciliario mientras se
investigaban sus causas.
La Operación Cóndor
consistió en la coordinación de los
servicios de inteligencia del Cono
Sur, para desarrollar la represión
contra la izquierda.
Hasta fines de 1975 esa colaboración había existido de hecho.
Militares brasileños y uruguayos
viajaron a Chile después del
golpe para interrogar a compatriotas
suyos exiliados en ese país. La
Dirección de Inteligencia Nacional (DINA)
chilena coordino la acción contra
los opositores a la Junta en
cualquier lugar que estuvieran.
Para ello actuó en contacto con terroristas croatas,
fascistas italianos, cubanos
anticastristas, y hasta la Policía
secreta de Irán.
El atentado contra Bernardo Leighton y su esposa
en octubre de 1975 en Roma, por
ejemplo, fue cometido por fascistas
italianos y cubanos.
La “internacional de las espadas” actuó y sigue actuando
todavía; la solidaridad de las
derechas es tan sólida como la
defensa de los privilegios por parte
de quienes los detentan.