¿Será posible humanizar

al Banco Mundial?

 

 “Renuncio. No quiero ser cómplice”. Así comenzó Pierre Galand, hace una década y media, la carta de renuncia dirigida a sus colegas co-presidentes del Banco Mundial. Galand integraba el Grupo de Trabajo de las Organizaciones no Gubernamentales del Banco Mundial y su Comité de Iniciativas.

 

“Tomo la decisión de renunciar –expresó–, después de haber tenido oportunidad de observar la conducta del Banco Mundial durante tres años. En principio tuve la esperanza de que colaborando con el Grupo de Trabajo de las Organizaciones No Gubernamentales del Banco podría contribuir a mejorar el destino de los pueblos menos afortunados de la Tierra. Pero comprobé, en cambio, que la pobreza aumenta, el hambre matan más que las guerras, y el número de los que carecen de atención médica, de jóvenes analfabetos y sin familia crece día a día alcanzando cifras sin precedentes. Los remedios propuestos por el Banco Mundial para el desarrollo son medicamentos envenenados que agravan los problemas”.

 

Galand confiesa que sintió el deber de decir ¡basta! Y afirma categóricamente en su carta: “Ustedes se apoderaron de los discursos de las Organizaciones No Gubernamentales sobre el desarrollo, sobre la pobreza y la participación popular y, al mismo tiempo, proponen una política de ajustes estructurales que deja indefensos a los países del Sur”.

 

Denuncia, además, que “las empresas multinacionales llegan al Sur porque ustedes y sus colegas del Fondo Monetario Internacional crearon las condiciones para producir con el menor costo social”. Y agrega: “La intervención conjunta del Banco Mundial y el Fondo Monetario representa una presión continua sobre las economías, para que sean cada vez más competitivas y produzcan cada vez más, objetivo que sólo se logra con la incesante presión que ustedes ejercen sobre los gobiernos para que economicen y reduzcan los beneficios sociales, considerados muy onerosos.”

 

“Desde vuestro punto de vista -señala- los únicos gobiernos buenos son los que aceptan prostituir sus economías a favor de los intereses de las multinacionales y de los omnipotentes grupos financieros internacionales”.

 

El Banco Mundial tiene el poder de intervenir en los asuntos internacionales y en los asuntos internos de las naciones. Fija las condiciones del desarrollo, pero no se considera responsable de sus consecuencias. Ha aprendido a elaborar excelentes análisis y es capaz de hablar de temas trascendentes, como la participación popular, la participación de la mujer, y hasta defiende los derechos humanos y ejerce presión para que se respeten.

 

Eso lleva a una pregunta, que formula Galand: “¿Por qué tan bellos discursos van acompañados de una práctica escandalosa? ¿Por qué en la práctica el Banco Mundial condiciona su apoyo a la aplicación de políticas de ajuste estructural criminales desde el punto de vista social?

 

El Banco Mundial está muy bien informado sobre la pobreza y la marginación de enormes sectores de la población del planeta. Por tanto, se trata de puro cinismo”.

 

Y agrega Galand que en su opinión el Banco Mundial actúa de mala fe, porque “más allá de las palabras es un instrumento al servicio de un modelo ortodoxo de crecimiento basado en la competencia y no en la cooperación. En el tiempo que corre –denuncia– el crecimiento y la competencia son medios para el enriquecimiento cada vez más rápido de una minoría, sin resultados para el desarrollo y la cooperación”.

 

Después de haber participado durante tres años y medio en un diálogo con él como miembro de su Grupo de Trabajo, Galand aseguró que “no existe ninguna posibilidad de humanizar al Banco Mundial.

 

 

 

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

11 de junio de 2009

 

 

 

 

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