Estados Unidos, el imperio de la mentira |
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La fecha del viernes 28 de
octubre podría marcar el inicio del fin de la era George W.
Bush. Lewis Libby, jefe del equipo del vicepresidente Dick
Cheney, fue acusado formalmente de obstrucción de la
justicia, perjurio y declaraciones falsas en la
investigación criminal sobre la filtración a los medios del
nombre de una agente secreta de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés). El escándalo
forma parte de la serie de engaños premeditados cometidos
por la Casa Blanca para justificar la guerra en Irak, y
revela que el gobierno del presidente Bush es capaz de
cualquier cosa, hasta sacrificar a su propia gente en aras
de su estrategia geopolítica.
En febrero de 2002, el embajador
Joseph Wilson fue enviado a Nigeria por la CIA para
confirmar una información en el sentido de que el régimen de
Saddam Hussein había intentado conseguir uranio en esa
nación africana para un supuesto programa de armas
nucleares. Wilson aseguró que esa pista era falsa. Sin
embargo, desde enero de 2003 el gobierno de Bush hizo caso
omiso del informe del embajador y sostuvo, en reiteradas
ocasiones, inclusive ante la Organización de las Naciones
Unidas, que contaba con pruebas sólidas de que Irak poseía
armas de destrucción masiva.
A principios de julio de ese
año, Wilson denunció públicamente que la información de
inteligencia presentada por Washington estaba 'torcida'. Fue
entonces que comenzó la venganza contra el embajador, cuyo
testimonio era un riesgo para la simulación orquestada por
la Casa Blanca.
Una semana después de esta
declaración, la prensa estadounidense reveló que la esposa
de Wilson, Valerie Plame, era una agente de la CIA, lo que
en Estados Unidos constituye un grave delito. La
investigación emprendida por el fiscal especial Patrick
Fitzgerald puso al descubierto que el origen de la
filtración de ese dato provino de las más encumbradas
esferas de la Casa Blanca: en concreto, de Libby,
considerado uno de los arquitectos de la guerra en Irak.
Además, otros altos funcionarios podrían estar involucrados
en esta venganza, como Karl Rove, subjefe del gabinete de
Bush, y hasta el propio Cheney, quienes tenían conocimiento
de la verdadera identidad de Plame antes de su divulgación
en los diarios.
Por lo pronto, la investigación
del fiscal especial ha puesto en evidencia la red de
mentiras fraguadas desde la sede del gobierno para 'apoyar
su argumento por la guerra y desacreditar a cualquiera que
se atreviera a retar al presidente (...) La Casa Blanca puso
la política enfrente de nuestra seguridad nacional y el
régimen de derecho', acusó el senador demócrata Harry Reid.
La intervención bélica en Irak
reposa sobre un montaje de mentiras y manipulaciones de la
opinión pública que podría derivar en un enjuiciamiento de
la gestión de Bush similar al escándalo del Watergate, que
terminó con la presidencia de Richard Nixon. Pero más allá
de las consecuencias de la investigación del fiscal
especial, estas mentiras han generado un conflicto que tiene
enormes costos. Para los estadounidenses estar inmersos en
una guerra de desgaste como la que se vive en Irak significa
pérdidas humanas y gran derrama económica, situación que
recuerda la intervención en Vietnam en los años 60 y 70.
Además, en términos de seguridad
nacional, Estados Unidos no está más seguro ahora que antes
de la intervención; por el contrario, actualmente hay más
grupos y organizaciones terroristas que han puesto en la
mira territorio e intereses estadounidenses. Para el mundo,
el conflicto ha incrementado la amenaza terrorista en Europa
y Asia, y ha desestabilizado la región de Medio Oriente, un
peligroso polvorín.
Es sin duda preocupante que la
primera potencia del planeta sea dirigida por un gobierno
que recurre a actos inmorales que violan sus propias leyes
para conseguir sus objetivos geopolíticos, sin importar las
vidas de sus ciudadanos, la seguridad de sus aliados y la
paz mundial.
La Jornada
31 de octubre de 2005
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