La situación en Oriente Medio está dejando incluso de ser
una cuestión de política para convertirse claramente en una
cuestión de humanismo.
Resulta ya insoportable el peso de
la impunidad que las fuerzas ocupantes están ejerciendo
contra los ciudadanos palestinos e iraquíes. La ley y la
justicia han dejado de existir en esa parte del mundo y todo
el legado humanístico se encuentra sometido a tal prueba que
probablemente pierda todo su sentido si se sigue
consintiendo esta violación sistemática y permanente de los
derechos humanos. La muerte de palestinos se ha convertido
en un recuento macabro que forma parte de las informaciones
como si se tratase de una sección fija que integra nuestra
cotidianeidad; y la propaganda pasa con visos de
credibilidad de manera que pareciese cierto que Israel se
vea forzado a llevar a cabo la destrucción de casas, la
limpieza étnica y el asesinato de civiles palestinos porque
existen unos túneles peligrosísimos en Gaza por los que
fluyen enormes contingentes de armas que suponen una inmensa
amenaza (¿como las de destrucción masiva de Irak?).
¿Quién se puede creer que el Ejército de
Israel, con toda su alta tecnología, está amenazado por unos
túneles que de manera primaria y precaria se supone excavan
los palestinos? ¿Quién se puede creer que Egipto, a cuyo
territorio se supone llegan, iba a consentir semejante
trasiego en un límite territorial tan pequeño cuya
vigilancia es una tarea sencilla? Pero, ¿por qué dejamos que
ofendan a nuestra inteligencia? ¿Por qué todos los que saben
que la coartada de los túneles es una tomadura de pelo
mantienen un silencio cómplice?
Entretanto, Ariel Sharon muestra a los
palestinos que goza de una impunidad consentida y que, por
tanto, puede destruirlos y aniquilarlos sin que nadie sea
capaz de detenerle. Y, de hecho, lo está haciendo. Primero
fue el muro de Cisjordania que sigue construyendo mientras
se ríe, y con razón, de todo el papel mojado que son las
declaraciones que se agolpan llenas de polvo en los
despachos de los organismos internacionales, y consigue
anexionarse ilegalmente territorio, apoderarse de las
fuentes de agua palestinas, colapsar sus medios de vida
económicos y hacer tan invivible la situación de su
población que, de hecho, se está llevando a cabo una
limpieza étnica silenciosa, sutil pero terriblemente
efectiva.
De Gaza se quiere retirar, pero a su
manera. Es decir, dejando completamente destruida a esa
pequeña franja de territorio convertida en el más
terrorífico bantustán de la historia de donde no podrá salir
más que un odio profundo e irrefrenable. Pero, a decir
verdad, si puede gozar de impunidad, ¿para qué negociar y
tener que renunciar a algo cuando se puede imponer el todo?
¿Quién quiere en esas condiciones interlocutores políticos?;
lo que hay que hacer es destruirlos, ya sea el shayj
Yassin o Arafat, o Marwan Barghuti condenado a cadena
perpetua en una prisión israelí.
En el país vecino, su gran aliado, EE.UU.,
practica modos similares, de manera que ¿cómo va a contener
a nadie? Practica la misma ocupación ilegal, no lleva la
cuenta de los muertos civiles iraquíes, y ha abierto campos
de internamiento, que llaman prisiones, donde, según la Cruz
Roja, entre el 70% y el 90% de los detenidos no tendrían que
estar retenidos en esos centros que -hoy ya ha sido
públicamente aceptado- son más de concentración que
cárceles. En realidad, el asunto de Abu Ghraib no es más que
la consecuencia del ejercicio continuado de la impunidad.
Primero, Guantánamo; luego, Afganistán (donde Amnistía
Internacional ha denunciado la existencia de campos de
internamiento donde se practican las mismas torturas)...
¿Por qué Irak iba a ser diferente?
De nuevo la propaganda está tratando de
presentar la situación como un caso aislado por parte de un
puñado de sádicos soldados norteamericanos, pero la verdad
es que forma parte de una concepción política que alcanza a
las más altas esferas y para las cuales el declarado enemigo
no es un ser humano. De ahí que la gran decisión haya sido
demoler Abu Ghraib, confundiendo el continente con el
contenido, lo material con algo mucho más pernicioso como es
la mentalidad, y, de paso, usurpar ese edificio a la memoria
histórica. A continuación, lo fundamental es conseguir la
inmunidad internacional para sus soldados y así seguir
ejerciendo la impunidad.
Y mientras toda esta demoledora realidad
nos asalta derrumbando los fundamentos del humanismo
universal, se habla, como si Irak no estuviese descendiendo
cada día más a los infiernos, del traspaso de la soberanía a
los iraquíes, de un Gobierno soberano iraquí que Lajdar
Brahimi, como ya hizo en Afganistán, está perfectamente
orquestando para los norteamericanos, de manera que, elegido
por ellos, pida a las fuerzas ocupantes que se queden y
renuncien a cualquier decisión sobre las mismas, y al
control de las propias fuerzas militares y policiales
iraquíes. Pero el escenario va a ser tan fracasado y nefasto
como el afgano, y el Gobierno "soberano" iraquí acabará como
Hamid Karzai, quien no es hoy más allá que el "alcalde de
Kabul", metido en una burbuja con su Constitución
presidencialista inspirada por los norteamericanos con
intermediación del insustituible Brahimi bajo el brazo,
mientras el país está dominado por la violencia, la
inseguridad y el narcotráfico, haciéndose inviable la
celebración de elecciones o cualquier proceso político
estable para gran sufrimiento de la población civil.
Sumar el seguro fracaso iraquí al afgano
está llevando a la ONU a perder toda credibilidad ante las
poblaciones de Oriente Medio. Su ambigua y claudicante
situación, en la que parece resignarse a desempeñar un papel
de instrumento político norteamericano para fingir que la
ocupación se acaba y ejerce un papel "relevante" en el
proceso político y de la reconstrucción de Irak, le va a
arrastrar a otro fiasco como el afgano y a ser identificada
con las fuerzas ocupantes -es decir, a la ilegitimidad- y a
ser objetivo de la resistencia.
Sin embargo, y para desgracia de todos,
esta pantomima del 30 de junio, al servicio de las
elecciones presidenciales del señor Bush, tiene más ocupado
al Consejo de Seguridad que el inmantenible ejercicio de la
impunidad que ciudadanos humillados y degradados están
padeciendo en esos territorios, y las consecuencias de ello
van a ser aún más desastrosas que las ya hasta ahora vistas
y sufridas. Porque todo esto lo que está transmitiendo a las
poblaciones árabes y musulmanas es que son los actuales
"apestados de la Tierra", que la ley, la justicia y los
derechos humanos no se aplican para ellos. ¿Y qué podemos
esperar cuando se alimentan de esta manera las raíces del
odio?