Invasión de los supermercados* (I)

El modelo depredador

y su lógica del sometimiento

 

 

En los últimos años nuestros hábitos alimentarios y de consumo han sufrido una profunda transformación. La aparición de los supermercados, hipermercados, cadenas de descuento (lo que se ha convenido en llamar “distribución moderna”) ha contribuido a la mercantilización de qué, cómo y dónde compramos, supeditando la alimentación, la agricultura y el consumo a la lógica del capital y del mercado.

 

 

Frente a los impactos negativos que le son atribuidos, la distribución moderna diseña una estrategia de lavado de imagen con tintes verdes y solidarios. Es así como en los últimos años han proliferado en los estantes de sus establecimientos productos ecológicos y de comercio justo. Una estrategia que ha despertado las críticas de un sector del movimiento por un comercio justo y del consumo ecológico.

 

En el Estado español cadenas comerciales como Carrefour, Alcampo y Eroski son algunas de las grandes distribuidoras que más esfuerzos han dedicado a dotarse de una imagen “equitativa y responsable” a partir de  la comercialización de productos de comercio justo y ecológicos. Pero a pesar de la introducción de estos productos en sus góndolas, las prácticas comerciales de estas cadenas no han cambiado. El comercio justo y ecológico es utilizado como un instrumento de limpieza de imagen, tras el cual se esconden graves impactos en el medio ambiente, en la comunidad, en los derechos de los trabajadores, en el comercio local, etc (Vivas, 2007).

 

La mayoría de las grandes cadenas de distribución cuenta con fundaciones propias o se integran en otras impulsadas desde el sector empresarial, con el objetivo de promover  una imagen “socialmente responsable”. El gigante de la gran distribución, Wal-Mart, cuenta con la Wal-Mart Foundation, desde donde financia, prioritariamente, actividades en el ámbito local. Casualmente es en este ámbito donde su imagen está más deteriorada, debido a unas prácticas antisindicales y desleales en la fijación de los precios de los productos que acaban con el pequeño comercio y precarizan la mano de obra.

En el Reino Unido la gubernamental Comisión de Competencia investigó a cuatro de las principales comercializadoras y detectó 52 prácticas consideradas anticompetitivas en relación con sus proveedores.

 

En la misma línea podríamos citar el ejemplo de otras grandes cadenas como Carrefour con la Fundación Solidaria Carrefour-Norte, o Alcampo, que no cuenta con una fundación propia pero forma parte de la Fundación Empresa y Sociedad, a la que pertenecen otras multinacionales de brillante expediente “solidario” como BBVA, Nike, Novartis, Telefónica, Iberdrola, Inditex, La Caixa, El Corte Inglés, Sol Melià, Repsol YPF y Unión Fenosa, por citar sólo algunas.

 

Control gubernamental

 

Ante al impacto negativo de la distribución moderna en distintos ámbitos y el aumento de la presión ciudadana, especialmente significativa en el mundo anglosajón, algunos países de la Unión Europea han empezado a introducir leyes para legislar el sector: regulación de las relaciones entre el productor y el distribuidor, prohibición de la venta por debajo del precio de coste, acabar con la dependencia en las relaciones comerciales, etc.

 

En el Reino Unido, la Comisión de la Competencia llevó a cabo una investigación exhaustiva sobre las prácticas de los supermercados en la venta al detalle y la compra a sus proveedores que fue publicado en 2000. El Informe concluía con un listado de un total de 52 prácticas consideradas anticompetitivas entre éstos y sus proveedores, e instaba a que los cuatro principales supermercados del Reino Unido cumpliesen con un Código de Prácticas en sus relaciones con los proveedores (AAVV, 2007). Con la creciente concentración del mercado por parte de la distribución moderna, la Comisión de Competencia lanzó una segunda investigación en 2006 que concluirá en este 2008.

En la actualidad, las cinco cadenas más grandes controlan del 65 al 95 por ciento de las ventas que se realizan en los supermercados en América Latina

 

La neocolonización del Sur

 

Hemos visto los impactos negativos de la distribución moderna en muchos y diversos ámbitos, su estrategia para hacer frente a las críticas y los intentos, limitados, de control por parte de los Estados, pero con la saturación de los mercados en el Norte y una creciente clase media en el Sur, la distribución moderna mira hacia nuevas cuotas de mercado.

 

Países de América Latina, África y Asia, especialmente India y China, se han convertido en nuevos objetivos estratégicos. Se trata de mercados vírgenes donde la mayoría de la población se abastece en las ferias locales. En la India, por ejemplo, el 95 por ciento del mercado al detalle se encuentra en manos de pequeños negocios familiares, sin acceso a la tecnología digital, y estos suman un total de ventas de unos 250 mil millones de dólares (Poston, 2006). Los beneficios potenciales en estos continentes son enormes.

Como señalaba el informe de la FAO El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2004, América Latina y Asia han sido las regiones del planeta que han experimentado una mayor inversión por parte de las corporaciones alimentarias multinacionales. De 1988 a 1997, las ventas de alimentos a través de los supermercados se duplicaron tanto en América Latina como en Asia oriental y sur-oriental. En los países más grandes y ricos de América Latina, la cuota de ventas de los supermercados pasó de entre un 15 y un 20 por ciento en 1990 al 60 por ciento en 2000. En Asia el auge de los supermercados empezó más tarde, pero despegó de forma todavía más rápida. En tan solo dos años, de 1999 a 2001, la proporción de alimentos elaborados y envasados vendidos por los supermercados en las zonas urbanas de China aumentó en más del 50 por ciento.

Si todo el mundo consumiese como un estadounidense serían necesarios cinco planetas como la Tierra para satisfacer sus necesidades

En tan solo 20 años, de 1980 a 2001, las cinco cadenas de supermercados más grandes del mundo ampliaron el número de países en que operaban en al menos un 270 por ciento. En la actualidad, las cadenas más grandes controlan del 65 al 95 por ciento de las ventas que se realizan en los supermercados en América Latina (FAO, 2004).

El rápido aumento y la creciente concentración de los supermercados tienen profundas repercusiones en la seguridad alimentaria y en el bienestar nutricional de las personas situadas en ambos extremos de la cadena, desde los agricultores que deben adaptarse a los requisitos y normas impuestas por unos mercados en continua evolución, hasta los consumidores de las zonas urbanas que cada vez dependen más de los alimentos distribuidos por estas cadenas (FAO, 2004).

 

Pero algunos de estos países no se lo están poniendo fácil. Éste es el caso de la India con políticas tradicionalmente proteccionistas en materia de comercio al detalle, aunque recientemente el gobierno indio parece haber llevado a cabo una cierta apertura del mercado a los inversionistas extranjeros permitiendo que empresas de otros países y de una sola marca (Mc Donalds, Marks & Spencer, Ikea) posean el 51 por ciento de algunos negocios.

 

Sin embargo, las multinacionales de la distribución moderna se encuentran con una legislación adversa para establecerse en la región. Como afirmaba el ministro de Comercio e Industria indio, Kamal Nath: “Permitir la entrada a los grandes grupos internacionales multimarca como el estadounidense Wal-Mart, el británico Tesco y el francés Carrefour sería ir demasiado lejos (...) Necesitamos encontrar un modelo que no desplace a nuestros vendedores minoristas existentes” (Poston, 2006). De todos modos, estas cadenas optan por negociar con grandes conglomerados de la distribución minorista india para poder acceder a los mercados internos.

 

Algunas alternativas

 

Pero frente a este modelo comercial, ¿qué alternativas se plantean? En primer lugar, es necesario llevar a cabo un consumo responsable y consumir en función de lo que realmente necesitamos. La lógica del sistema capitalista se basa en la producción generalizada de mercancías, y para que estas mercancías sean vendidas desarrolla un modelo consumista que parte de la creación artificial de necesidades y la obsolescencia planificada de los productos. Consideramos que para ser felices debemos de consumir cada vez más. Pero si todo el mundo consumiese como un ciudadano estadounidense serían necesarios cinco planetas como la Tierra para satisfacer las necesidades de consumo de la población mundial (Tello, 2004). Se trata de un modelo totalmente insostenible.

Un consumo responsable sólo será posible en un contexto más amplio de transformación social, política y económica

 

En segundo lugar, podemos encontrar alternativas a la compra en grandes cadenas de distribución a través de los circuitos cortos y de proximidad: tiendas de barrio, mercados, colmados. Se trata de un modelo comercial enraizado en el territorio y la comunidad, que fortalece el tejido social barrial y aporta recursos económicos al mismo, si bien es importante no caer en idealizaciones simplificadas sobre el pequeño comercio como a veces se hace. Es necesario informarse de dónde provienen los productos y alimentos que allí se distribuyen, cómo se han fabricado, cuáles son las condiciones laborales de los empleados... e instar a los comerciantes a promover la producción local y del entorno y el empleo digno.

 

En tercer lugar, es fundamental la acción política. En el ámbito del consumo podemos participar en cooperativas de consumidores de productos ecológicos que funcionan, habitualmente, a nivel barrial y que a partir de un trabajo autogestionado establecen relaciones de compra directas con los productores ecológicos de su entorno, con el objetivo de llevar a cabo un consumo ecológico, solidario y de apoyo al campesinado local.

 

En cuarto lugar, es necesario que esta acción política trascienda el ámbito del consumo y que rompamos el mito de que nuestras acciones individuales, por sí mismas, generarán cambios estructurales. En este sentido, es fundamental una acción política colectiva dirigida a conseguir cambios reales en las instituciones políticas y económicas en dirección a un nuevo modelo de desarrollo y crecimiento sostenible social y ecológicamente. Un consumo responsable sólo será posible en un contexto más amplio de transformación social, política y económica, y para conseguirlo es fundamental la creación de espacios de resistencia, de transformación y de acción política colectiva.

 

 

Esther Vivas**

14 de enero de 2008

  

 

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Esther Vivas

 

 

*Artículo publicado originalmente en Viento Sur, nº 94 (http://www.vientosur.info). Esta es la segunda y última entrega de una versión editada y adaptada por la redacción del Sirel.

 

** Es coautora del libro Supermercados, no gracias (Icaria Editorial, 2007).

 

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