Mientras crece la lucha sectaria, los
supuestos avances
son invento de Estados Unidos
Khanaqin, provincia de Diyala, Irak, 19 de marzo.
Cuatro años después de que tropas
estadounidenses y británicas invadieron
Irak, el país está empapado en
sangre y sus pobladores mueren de miedo.
A menudo los iraquíes muestran una
mirada de pánico suprimido a medias
cuando relatan la forma en que la muerte
violenta los ha golpeado una y otra vez
a ellos y sus familias.
"El año pasado tuve dos huidas", relató este fin de semana
Kassim Naji Salaman,
fornido chofer de camión de combustible,
afuera del poblado de Khanaqin, en el
centro del país. "Mi familia y yo
vivíamos en Bagdad, pero salimos
corriendo cuando mataron a mi tío y a mi
primo, y nos mudamos a una casa del
pueblo de Kanna, en Diyala."
Salaman esperaba que él y su familia, todos sunitas,
estarían más seguros en un distrito
sunita. Pero casi todo Irak es
peligroso. "Unos milicianos secuestraron
a mi hermano Natik, que manejaba
un camión, y lo obligaron a meterse en
la cajuela del auto que llevaban. Cuando
lo sacaron le dieron un tiro en la
cabeza y dejaron su cuerpo en el camino.
Tengo miedo de regresar a Kanaan, donde
mis familiares están refugiados, porque
los milicianos me matarían también."
Los iraquíes esperaban que su vida mejorara cuando
estadounidenses y británicos invadieron
el país con intención de derrocar a
Saddam Hussein, hace
exactamente cuatro años. Estaban
divididos en cuanto a si se trataba de
una liberación o de una ocupación, pero
casi ninguno luchó en 2003 por el viejo
régimen. Hasta la propia comunidad
sunita de Hussein reconocía el
daño que causó a su pueblo durante un
cuarto de siglo de guerra caliente y
fría. Redujo el nivel de vida de
iraquíes propietarios de vastas reservas
de petróleo, desde una norma comparable
a la de Grecia hasta una
semejante a la de Malí.
Pero tan pronto cayó Hussein, los iraquíes tuvieron la
certeza de que se trataba de una
ocupación y no de una liberación. El
ejército y los servicios de seguridad se
disolvieron. Irak dejó de existir
como Estado independiente. "Los
estadounidenses quieren clientes, no
aliados", lamentó un disidente iraquí
que cabildeó durante años en Londres y
Washington en pro de la invasión.
La guerra de guerrillas contra las fuerzas estadounidenses
surgió con extraordinaria velocidad y
fiereza en la comunidad sunita,
integrada por 5 millones de personas.
Hacia el verano de 2003, siempre que iba
yo al escenario de un ataque con bomba o
una emboscada a soldados invasores,
encontraba iraquíes bailando de júbilo
alrededor de los charcos de sangre en el
camino o sobre los vehículos Humvee
incinerados.
Para los iraquíes, de 2003 en adelante cada año ha sido peor
que el anterior. Tan sólo en noviembre y
diciembre del año pasado fueron
asesinados unos 5 mil civiles, a menudo
por tortura, según la ONU. Esta
cifra se puede comparar con los 3 mil
muertos en los 30 años del conflicto en
Irlanda del Norte. Muchos iraquíes han
votado con los pies; unos 2 millones han
huido -la mayoría hacia Siria y
Jordania- desde que el presidente
George W. Bush y el
primer ministro Tony Blair
enviaron tropas estadounidenses y
británicas a Irak, hoy hace
cuatro años.
Tan peligroso es viajar en cualquier lugar de Irak
fuera del Kurdistán, que los periodistas
tienen dificultades para reunir pruebas
de la carnicería que se desarrolla en la
nación sin exponerse a morir ellos
mismos. Durante mucho tiempo, Blair
y Bush han dado a entender que la
violencia se limita al centro de Irak.
Esta mentira debió quedar demostrada para siempre en el
informe Baker-Hamilton, escrito por
importantes legisladores republicanos y
demócratas, el cual examinó un día del
verano pasado en el que los militares
estadounidenses anunciaron que hubo 93
ataques y se descubrió que la cifra real
era de 1.100. En otras palabras, la
violencia se había subestimado por un
factor de 10.
Diyala es una de las provincias más violentas en Irak.
En otros tiempos era de las más ricas,
con huertos opimos que florecían en las
riberas del río Diyala, que se une al
Tigris en el sur de Bagdad. Pero su
geografía sectaria es letal: su
población es una mezcla de sunitas y
chiítas con una pequeña minoría kurda.
Durante al menos dos años se ha visto
convulsionada por una violencia cada vez
más intensa.
Es imposible que un periodista extranjero viaje a Diyala
desde Bagdad si no está "incrustado" en
las fuerzas estadounidenses. Yo sabía,
porque había hecho antes el trayecto,
que era posible llegar a Khanaqin, en el
rincón noreste de la provincia,
controlado por los kurdos, tomando un
camino que pasa por poblados kurdos a lo
largo del lado iraquí de la frontera con
Irán.
Comenzamos en Arbil, la capital kurda, y de allí seguimos
tres horas por las montañas hacia
Sulaimaniyah. La Unión Patriótica del
Kurdistán (UPK), partido del
presidente Jalal Talabani,
nos consiguió un guía que conocía el
camino para llevarnos a Khanaqin a la
mañana siguiente.
Salimos de las montañas a través del túnel de Derbendikan y
seguimos por la ribera derecha del
Diyala, empapada por lluvias
torrenciales, hasta llegar al poblado de
Kalar, al fondo del valle. Allí es
importante dar vuelta a la derecha por
un largo puente que cruza el río, porque
el siguiente poblado del camino, Jalawah,
está en disputa entre kurdos y árabes
sunitas. Luego el camino se dirige a la
frontera iraní hasta Khanaqin,
controlada por la UPK.
Lo que habría ocurrido si hubiéramos seguido hacia Jalawah
quedó claro cuando nos encontramos un
líder tribal de esa población, llamado
Ghassim Mohammed Shati.
Al preguntarle sobre el estado de la
seguridad en Jalawah, nos dijo: "El
centro de la ciudad es bastante seguro,
pero mi padre, mi hermano y mi tía
fueron asesinados a las afueras en marzo
de 2005".
Shati, que también era capitán de la policía, buscó la
ayuda del alcalde de Khanaqin,
Mohammed Amin Hassan
Hussein, quien al parecer no pudo
dársela. Resulta sorprendente que el
líder tribal no buscara sólo dar muerte
a los insurgentes que mataron a sus
parientes. "La única solución –dijo– es
dar empleo a los policías y oficiales
del ejército que fueron cesados y que
hoy apoyan a Al Qaeda. Si les dan empleo
dejarán de matar."
La
situación, peor que nunca
Todas las personas con las que hablé estuvieron de acuerdo en
que la situación en Diyala está peor que
nunca. El coronel Azad Issa
Abdulrahman, sombrío jefe de
policía de Khanaqin, indicó que la
capital provincial, Baquba, de 250 mil
habitantes, aunque dista sólo 50
kilómetros de Bagdad, y otra ciudad
grande llamada Miqdadiyah, estaban bajo
control de los insurgentes. "El gobierno
sólo controla unos cuantos de sus
propios edificios", reconoció. Los
insurgentes dicen estar fundando el
emirato islámico de Diyala.
A principios de este mes Estados Unidos, con
bombo y platillos, envió 700 soldados
del quinto batallón del 20 regimiento
del ejército a Diyala, a restaurar la
autoridad del gobierno. Se trenzó en
feroz batalla con insurgentes, en la
cual perdió dos vehículos blindados
Stryker. Pero, como tan a menudo ocurre
en Irak, a los ojos de los
locales la presencia o ausencia de
fuerzas estadounidenses no tiene mayor
importancia en lo relativo a quién tiene
el poder en la localidad como gusta de
creer el comando militar estadounidense.
Se supone que apoyan a los 20 mil
elementos de las fuerzas de seguridad
iraquíes, pero a principios de este año
se anunció que se iba a cesar a 1.500
policías locales por no oponerse a los
insurgentes. Un momento embarazoso
ocurrió cuando comandantes militares
estadounidenses e iraquíes afirmaron en
una videoconferencia de prensa conjunta
que tenían firme control de la situación
en Baquba, y entonces insurgentes
irrumpieron en la oficina del alcalde,
lo secuestraron y lo volaron en pedazos.
Difícil
saber quién está a cargo
En Diyala el poder está fragmentado. Como en el resto del
país, es difícil saber quién está a
cargo. A menudo son señores de la guerra
políticos o militares, cuyas lealtades
son múltiples. Por ejemplo, en Diyala se
encuentra la quinta división del
ejército iraquí, pero es chiíta en su
mayoría. Lo que más temía encontrar
Salaman, el chofer sunita de pipas,
era a los soldados chiítas que tripulan
los retenes del ejército, o a milicianos
del ejército del Mehdi chiíta vestidos
de soldados.
Los iraquíes como él enfrentan un número aterrador de
amenazas. Al señalar que él era el único
proveedor de sustento de 18 mujeres y
niños porque tantos de sus parientes
varones han sido asesinados, decía con
desesperación: "Ni siquiera puedo ir de
visita al pueblo donde viven porque
soldados, milicianos u otros hombres
enmascarados pueden matarme. Ya no sé ni
cómo mandarles dinero". El problema,
dijo, es que el ejército y la policía
están de un lado o de otro de la
división sectaria o étnica. No preveía
que las cosas mejoraran.
El gobierno iraquí, cuyos ministros en sus visitas a Londres
o Washington emiten declaraciones
optimistas sobre cómo mejora la
situación del país, tiene un peso
sorprendentemente débil fuera de la zona
verde. Con frecuencia sus intervenciones
sólo causan daño. Por ejemplo, la fuente
principal de empleo en Khanaqin era el
gran cruce de la frontera con Irán en
Monzariyah. El tráfico fronterizo
generaba mil empleos. Pero el gobierno
ha cerrado el cruce, y la carretera,
antes saturada de camiones, hoy está
vacía.
Otro indicio del menguante control gubernamental es que no se
han entregado raciones en Diyala durante
siete meses. Alrededor de 60 por ciento
de los iraquíes dependen de las raciones
subsidiadas por el gobierno, pero ya no
llegan porque quienes las entregan dicen
que es peligroso. Resulta comprensible,
porque a menudo los insurgentes
consideran colaboracionistas a los
choferes de los camiones que transportan
los víveres y los matan a tiros. En el
poblado de Kanaan, donde vivía
Salaman, cinco hombres fueron
quemados vivos por el crimen de
resguardar dos gasolineras.
Una dificultad al explicar lo que ocurre en Irak al
mundo exterior es que desde 2003 los
gobiernos estadounidense y británico han
producido una serie de hitos espurios:
la captura de Saddam Hussein
en diciembre de 2003, la supuesta
devolución de soberanía a Irak en
junio de 2004, las dos elecciones y la
nueva constitución de 2005 y, en fecha
más reciente, la "oleada" militar en
Bagdad. En todos los casos los
beneficios de estos sucesos fueron
inventados o exagerados.
Luego de que fundamentalistas sunitas volaron la mezquita
chiíta de domo dorado en Samarra, en el
centro de Irak, en febrero de
2006, el país se vio desgarrado en lucha
sectaria. Bagdad se dividió en una
docena de ciudades hostiles, sunitas y
chiítas, que se lanzaban obuses una a
otra. Los ministros del gobierno, si
eran controlados por comunidades
diferentes, se combatían entre sí. El
Ministerio del Interior, controlado por
chiítas, secuestró a 150 personas del
Ministerio de Educación Superior, bajo
control sunita, y dio muerte a muchas.
Por un breve instante en noviembre pasado, luego de las
elecciones de medio término en
Estados Unidos y el informe
Baker-Hamilton, parecía que Washington
empezaría negociaciones con sus muchos
enemigos dentro y alrededor de Irak.
Pero el presidente Bush se negó a
reconocer el fracaso. Ahora se envían
21.500 efectivos de refresco a Bagdad y
la provincia de Anbar, en el oeste.
Hasta ahora hay pocos indicios de que la "oleada" cambie en
realidad el curso de la guerra. Por el
momento las milicias chiítas se han
retirado, pero los bombazos continúan.
"Los chiítas han dejado de matar
sunitas, pero los sunitas no han dejado
de matar chiítas", me dijo un
funcionario del gobierno. "Si las cosas
siguen así y el liderazgo sunita no
denuncia, habrá una explosión de odio
sectario todavía peor que el anterior."
Diyala, cuyas alguna vez prósperas poblaciones productoras de
frutas ahora se vuelven fortalezas
sunitas o chiítas fuertemente armadas,
es símbolo del fracaso de la ocupación
que comenzó hace cuatro años. Desde un
primer momento fue evidente que sólo los
kurdos de Irak daban respaldo
total a la presencia estadounidense y
británica. Los sunitas siempre la
combatieron y los chiítas sólo la
toleraron mientras sirvió a sus
intereses. El mayor cambio político del
año pasado es que la mayoría de los
chiítas apoyan hoy los ataques armados a
las fuerzas comandadas por Estados
Unidos.
Hace cuatro años la invasión fracasó. Derrocó a Saddam
Hussein, pero no hizo más.
Desestabilizó Medio Oriente. Despedazó a
Irak. Tenía el propósito de
demostrar que Estados Unidos
era la única superpotencia mundial, que
podía hacer lo que quería. En realidad
demostró que era más débil de lo que el
mundo suponía. Mientras más se resista a
admitir el fracaso, más tiempo durará la
guerra.
Patrick Cockburn
La
Jornada *
21 de marzo de 2007
* Tomado
de The Independent, Patrick
Cockburn es autor de The occupation: war
and resistance in Iraq (La ocupación:
guerra y resistencia en Irak),
publicado por Verso. © The Independent -
Traducción: Jorge Anaya
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