De la vida política
de Uruguay es posible valorar
enseñanzas –verdaderas lecciones– de
importantes figuras.
José Batlle y Ordóñez,
por ejemplo, (político uruguayo
1856-1929) definió con claridad cuál
debe ser la política de un Partido.
José Mora Guarnido,
en su excelente biografía de
Batlle, recuerda que éste
sostuvo: “Si estoy afiliado a una
colectividad política es porque no
creo que los intereses de esa
colectividad puedan ser opuestos a
los intereses nacionales, sino, al
contrario, porque creo que se
armonizan con ellos y se le
subordinan.
Un Partido no puede
ser otra cosa que una colectividad
política que se constituye y entra
en acción con el propósito de servir
al país mejor que las otras
colectividades existentes. Desde que
los intereses de un Partido estén
evidentemente en pugna con los
intereses del país, ese Partido debe
ser disuelto. Una política de
Partido no puede ser, pues, más que
una elevada política nacional, la
más elevada y patriótica que sea
posible.
Enunciada esa
política, su principio esencial
será: un Partido debe gobernar con
sus hombres, porque no puede
pensarse que un programa de gobierno
lo realicen otros que aquellos que
se dedicaron entusiastamente a su
elaboración y propaganda. Sólo en
épocas de excepción, cuando el
sistema electoral no bien
estabilizado haga difícil el
equilibrio de las luchas de los
partidos, podrá permitirse la
política de coparticipación a los
cargos de gobierno; pero bien
entendido esto como solución
transitoria. La política de
coparticipación en función de
acuerdo con el partido opositor ante
circunstancias momentáneas
insalvables y para garantizar la
legalidad dando a los opositores la
facultad de presencia y control en
el gobierno es legítima. La que en
cambio se realiza como instrumento
de captación de la voluntad y de la
tolerancia opositora es una inmoral
tapadera de complicidades”.
Batlle
aprobaba la política de
coparticipación seguida por el ex
presidente Cuestas en virtud
de lo acordado en la “Paz de
Septiembre” de 1898, y se declaraba
dispuesto a continuarla mientras
siguieran las mismas dificultades,
es decir, hasta que unas elecciones
generales, legalmente realizadas,
diesen al Partido Nacional
(opositor) la oportunidad de ganar,
con votos, lo que debía a las
negociaciones.
Batlle
repudiaba, en cambio, la política de
coparticipación de Herrera y Obes
y de Idiarte Borda, que
habían hecho de los puestos de
gobierno una base de inmorales
componendas en busca de la
tolerancia de la oposición para su
desacertada política gubernativa.
Durante años
Batlle mantuvo un duelo político
“a muerte” con el ex presidente
Máximo Santos (ocupó ese
cargo entre 1982 y 1986), que
termina en un atentado contra aquél
(septiembre de 1881). Santos
tenía a sus órdenes una verdadera
legión de asesinos que realizaban
atentados.
Una noche, esos matones
estaban apostados en la esquina de
la casa de Batlle con el propósito
de asaltarlo y matarlo. Pero en
lugar de José Batlle salió de la
casa su hermano, Luis, que
advirtió el peligro y retrocedió,
perseguido por los asesinos.
Al escuchar griterío
acudió don Lorenzo Batlle,
contra el cual uno de los hombres
efectuó un disparo. Pero no dio en
el blanco y todos huyeron. A la
mañana siguiente, un artículo del
diario “La Razón” firmado por
José Batlle expresaba: “La
garantía de nuestras vidas no está
más que en la resistencia personal.
Es necesario ir armado; es necesario
tener en cuenta toda suerte de
sorpresas, e ir prevenido siempre, y
en último caso, es necesario vender
cara la vida. Esta es la situación
de nuestro país”.
Refriéndose a las
violaciones que precedieron a la
elección, Batlle escribió:
“Sin el fraude, la violencia y el
atentado hubiera sido ten imposible
la presidencia de Santos como
la canonización del racionalista que
esto escribe. Los representantes que
ahora se eligen no serán los
representantes legítimos del pueblo,
serán los representantes del general
Máximo Santos”.
Al día siguiente de
la fraudulenta elección comentó: “La
usurpación más descarada de la
soberanía del pueblo que registran
los anales de la historia patria se
ha consumado ya. El poder oficial
basado en la soberanía deslumbrante
de las bayonetas ha desconocido por
completo la soberanía de la nación”.
Batlle
acusó a Santos de ladrón de
los dineros públicos. “Dicen
–escribió–
que tiene casas, quintas
y dinero. Nunca ha trabajado, no ha
recibido ninguna herencia. ¿De qué
misteriosas fuentes lo ha sacado
todo? El recuento de las arcas del
Estado será una revelación”.
En un lenguaje así,
categórico, Batlle realizó
toda su campaña opositora.