Gregor Zimmer,
en su libro “Educación para la
muerte”, describe la escena: es
invierno; la una de la tarde en
Berlín. A la salida de las clases,
el bullicio de niños y niñas cuyas
edades oscilan entre seis y 18 años
llena la calle de alegría.
A la misma hora salen los alumnos de una escuela alemana
destinada a la educación de niños
menores de diez años, hijos de nazis
y ya educados en esa filosofía
germánica.
Zumba una piedra en el aire y se oye un grito de dolor.
Peter M., de seis años, que
había emprendido el camino hacia su
casa cruza precipitadamente de
regreso a la escuela. Se oyen voces
penetrantes: ‘Judíos, judíos’, e
insultos antisemitas.
En la vereda, una escuadra de jovencitos nazis, que visten
sus más finos atavíos de Partido,
zapatos negros, gruesas medias
negras, pantalones cortos negros y
camisas pardas adornadas con
svásticas, toman posiciones como
para una batalla. De nuevo se oyen
gritos contra los extranjeros”.
Zimmer
le plantea al Rector que -se supone-
no debía aprobar esas
manifestaciones, seguidas de
apedreos, que la escuela era una
institución estadounidense, cuyos
integrantes se habían comportado
siempre como huéspedes respetuosos
en un país extraño, por cuya cultura
sentían especial aprecio.
-“Sí, pero tiene alumnos judíos”, replica el Rector.
“Nosotros enseñamos a los
estudiantes que los judíos son
nuestros mayores enemigos; ¿por qué
no los echa?”.
Zimmer
le indica que el repudio que se
plantea contra los extranjeros es
la actitud xenófoba típica del
fascismo. El Rector lo admite,
indicando que los maestros enseñaban
a los alumnos “que debían ser duros
y estar preparados para luchar y
morir por Hitler en cualquier
momento”.
Analizando los textos de los centros educacionales nazistas,
llegó a la conclusión que “la
escuela nazi constituía una fuerza
auxiliar del ejército”.
La misión de la escuela alemana del Tercer Reich formaba
parte del orden de vida nazi. Su
finalidad principal era preparar a
los alumnos para que supieran que el
Estado es más importante que el
individuo y que debían estar
dispuestos y desear sacrificarse por
la nación y por el Fuerher.
“Tengo que morir por Hitler”, manifestaban los niños
educados por los nazis. La ideología
nazi hasta había llegado a pervertir
instintos tan imperativos como el de
conservación. Y en esa línea la
enseñanza se transformó en educación
para la muerte.
El nazismo y el fascismo fueron definidos por Luce Fabbri,
pensadora anarquista, como “la
contrarrevolución preventiva”: ante
el avance de las fuerzas obreras y
de la izquierda, los defensores del
privilegio recurren a la violencia y
organizan escuadrones para el
crimen. Eso les permite llegar al
poder por el terror.
Pero los trabajadores y las organizaciones populares
obtendrán, con sacrificio, la
posibilidad de vencer.
Después de la Segunda Guerra Mundial se abren perspectivas de
esperanza para los pueblos y surge,
con evidencia, una lección que ayuda
a mantenerse alerta frente a las
corrientes racistas, antisemitas y
defensoras radicales del
capitalismo.
Pero la lucha contra el totalitarismo y le defensa de la
democracia costará inmensos
sacrificios.
Una vez más se confirma la observación de Jean Jaurés:
“La guerra está en las entrañas del
capitalismo como el rayo en la
tormenta”.