La
terminación de un gobierno, sin duda, debe ser traumática y llena de temores e
incertidumbre para el que lo ha dirigido. Más aún si no está consciente de los
graves errores y deudas sociales que deja. Muy pronto se dará cuenta de su paso
superficial y efímero y de su disfrute transitorio del poder.
Esto
mismo le debe estar pasando o le va a pasar a Felipe Calderón, porque
desde el comienzo de su administración fue seriamente criticado por la
ilegalidad y posible fraude cometidos para instalarlo o imponerlo como gerente
de intereses privados, y con sus hechos de gobierno confirmó la sospecha.
Los
grupos empresariales más conservadores y reaccionarios lo dejaron jugar al
importante, pese a todas sus limitaciones e incapacidades, improvisando guerras
con estrategias militares que le dictaban.
Sin
embargo, por la impunidad y la corrupción crecientes, terminó solo y repudiado
como pocos en la historia, incluso por las mismas personas a las que consideraba
sus amigos y a las que les servía incondicionalmente y sin medida.
Calderón llevó al máximo grado
la criminalización de toda protesta social y de todo dirigente que
no se sometió a los intereses de sus cómplices. Y eso explica la
infame persecución política y judicial de quienes nos opusimos a esa
conducta política y actuamos en consecuencia, con dignidad y
congruencia.
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Me
consta, de manera directa algunas e indirecta otras, las expresiones
despectivas, groseras y sarcásticas de empresarios mineros a los que les
entregó 25 por ciento del territorio nacional en concesiones, tales como
Germán Feliciano Larrea, de Grupo México; Alberto Bailleres
González, de Peñoles; Alonso Ancira Elizondo, de Grupo
Acerero del Norte, y Julio Villarreal Guajardo de Grupo Villacero.
De
resentido, acomplejado por su apariencia indígena, incompetente, mecha corta y
alcohólico no lo bajaban, en sus mejores años de principio del sexenio. Quién
sabe cómo se expresen ahora, al final de un gobierno que fracasó para resolver
los problemas y las necesidades de la nación, y que dejó insatisfechos hasta a
sus propios aliados.
Calderón
trabajó sumisamente para agradarlos hasta el último momento con un proyecto de
reforma laboral, elaborado por los propios miembros de su administración y los
abogados empresariales, con lo que llevó al precipicio a la clase trabajadora y
a sus familias.
No le
importaron tampoco las consecuencias que esa iniciativa de reforma generará para
México, en términos de mayor desempleo, explotación y ambición
desmedida, que se transformará en el tiempo en inestabilidad y riesgos para la
paz social del país.
De seguro
nunca creyó ni lo percibió por ignorancia, o porque su insensibilidad, la misma
que mostró para gobernar, no se lo permitieron, ni siquiera para ver más allá
del corto plazo.
Ni él ni
sus colaboradores observaron las profundas heridas que medidas similares han
dejado y tienen sumergidas en la crisis a muchas naciones de Europa, como
España, Portugal, Grecia, Italia o Irlanda,
todo por los intereses creados, “haiga sido como haiga sido”, según su
frase favorita cuando llegó al poder.
Pobre
Felipe Calderón,
solo, traicionado y abandonado a su suerte, o como dice el dicho popular
español, que Dios lo coja confesado.
Una
mirada, por fugaz que sea, da cuenta de la impunidad en que dejó crecer con su
complacencia los actos delictuosos de muchos de las personas que lo apoyaban,
tanto en el interior del gobierno como fuera de él.
La
deshonestidad rebasó todos los parámetros del pasado. Ahí, donde se investigue
al gobierno de Calderón, saltará la descomposición.
Impunidad y deslealtad fueron las dos características centrales de su gobierno y
de su política.
Un
desatino total, que la misma estrategia mediática aplicada por él, de miles de
millones de pesos cada año de su sexenio, no pudo superar, sino que lo hizo más
notorio. Estrategia mediática con la que atropelló las libertades de prensa y de
expresión, mediante los oscuros recursos del manejo del presupuesto con el
propósito de silenciar o acallar voces libres del periodismo, y premiar a las
más sumisas.
Su
irresponsable estrategia fue, al que se oponga o no se someta, hay que
eliminarlo, y por eso precisamente desató una persecución política y un
linchamiento público, producto de su frustración e impotencia contra los
sindicatos libres y democráticos del país y contra sus líderes.
El basurero de la historia es
el destino de esa política, que no debe continuar dañando al país.
Para ello, es necesario que en este momento de la historia de
México, las fuerzas y las mentes más sanas de la sociedad logren que
ni la impunidad ni la corrupción vuelvan a ser utilizadas para
dirigir a nuestro país. |
La
traición y la deslealtad fueron las otras dos constantes de su gobierno, y
dentro de ello destaca la debilidad personal de Calderón al haber creído
en aquellos personajes que en privado lo denostaban, y seguir creyendo en ellos
hasta el final de su sexenio.
Son
numerosas las evidencias de que esos grupos de interés son los que realmente
gobernaron a México, y no él, como presumió. De otra manera nadie se
explica la perversidad y la impunidad en los constantes atentados y agresiones
contra las organizaciones sociales, cometidos por esos aliados desleales.
Llevó al
máximo grado la criminalización de toda protesta social y de todo dirigente que
no se sometió a los intereses de sus cómplices. Y eso explica la infame
persecución política y judicial de quienes nos opusimos a esa conducta política
y actuamos en consecuencia, con dignidad y congruencia.
El
basurero de la historia es el destino de esa política, que no debe continuar
dañando al país. Para ello, es necesario que en este momento de la historia de
México, las fuerzas y las mentes más sanas de la sociedad logren que ni
la impunidad ni la corrupción vuelvan a ser utilizadas para dirigir a nuestro
país.
No es con
esa conducta como la nación va a avanzar, sino con una nueva estrategia que se
fundamente en un pacto social renovado, que al parecer ya se está incorporando
en la agenda, que incluya al pueblo de México, a empresarios
responsables, sindicatos, mujeres, jóvenes, políticos, partidos, estudiantes,
intelectuales, académicos y sectores sociales.
Es
necesario tener la confianza en que el gobierno de Enrique Peña Nieto
observe de la experiencia anterior que la hipocresía empresarial, exenta de
lealtades y sentido de responsabilidad social, puede llevar a cometer graves
errores en la conducción de la política del país.
Es
deseable y urgente que se atienda la voluntad mayoritaria del pueblo mexicano y
no sólo a unos cuantos.
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