André Malraux |
En plena Guerra Civil de España (1936-39) se
distribuyeron entre los niños de
Madrid juguetes que habían sido
enviados de todas partes del mundo.
También desde Uruguay la
solidaridad fue muy importante. Y
desde el Comité de Niños en
Solidaridad con la República
Española, que yo mismo integré
en el núcleo de “La Villa del
Cerro”, los aportes fueron
importantes. Recuerdo que con mis
hermanos regalamos todos los libros
de cuentos de que disponíamos, y
desde una radio en la cual los
socialistas sintonizaban la voz de
Mario G. Bordón, locutor de
Radio Ariel, los vecinos, en rueda,
escuchaban las noticias de la
Guerra.
La distribución de donaciones que había hecho llegar la
solidaridad del mundo tuvo lugar en
la Plaza de Toros de Madrid, donde
los juguetes fueron amontonados en
pilas.
Durante una hora, cuenta el escritor André Malraux
(1901-1976) los niños pasaron entre
ellos en silencio. Parecía -relata
Malraux- como si toda la
generosidad del mundo se hubiera
volcado también allí.
De pronto se oyó el ruido de de una escuadrilla de Junkers
(aviones nazis) que comenzaron a
bombardear la ciudad. Las bombas
caían a unos 600 metros de la Plaza
de Toros, que es grande. Cuando los
niños que huían llegaron a las
puertas de la Plaza los junkers ya
habían desaparecido; entonces los
niños volvieron a buscar sus
juguetes.
Al finalizar el acto de la distribución sólo quedó en el
inmenso espacio vacío una pila
intacta. Malraux se acercó a
examinarla; era un conjunto de
aeroplanos de juguete. Permanecía
allí, en la plaza desierta, donde
cualquier chico se la hubiera podido
llevar. Pero ellos habían preferido
otras cosas, hasta muñecas, y se
habían mantenido lejos de esa pila
de aeroplanos de juguete, no por
temor sino por una especie de
misterioso horror.
Esa escena -escribe Malraux- no se borró de su
memoria. “Nosotros -señaló- y los
fascistas, estamos separados siempre
por esa pequeña pila de juguetes
abandonados”. Y agregó: “Yo sé bien
que la guerra es violencia. Sé
también que una bomba lanzada por
los gubernamentales (los
republicanos) podrá por accidente
errar su objetivo militar para caer
en una ciudad y herir a sus
pobladores. Pero llamo la atención
sobre el hecho siguiente: hemos
destruido el aeródromo de Sevilla
–indicó- pero no hemos bombardeado
Sevilla. Destruimos el aeródromo de
Salamanca. Yo mismo contribuí a
destruir el aeródromo de Oviedo, en
Avila, pero no lancé bombas sobre la
ciudad. En cambio, hace ya muchos
meses que los fascistas bombardean
Madrid”.
¿Por qué Malraux y tantos escritores e intelectuales
de prestigio lucharon junto a los
republicanos españoles?
El propio Malraux lo explica: “A fines de diciembre
uno de los aeroplanos de mi
cuadrilla cayó en le región de
Teruel, detrás de nuestras líneas.
La caída se produjo desde una gran
altura, a unos dos mil metros sobre
el nivel del mar y la nieve cubría
las montañas. En esa región hay muy
pocas aldeas; recién después de
varias horas llegaron los campesinos
y comenzaron a armar camillas para
los heridos y un ataúd para el que
había muerto. Cuando todo estuvo
listo comenzó el descenso. No había
caminos: sólo algunos senderos para
mulas. Las campesinas viejas, que en
esta región tienen a casi todos sus
hijos en las milicias, habían
decidido acompañar a los heridos.
Pero no eran solamente ellas. La
población entera vino tras nuestro,
formando una sola fila a lo largo
del estrecho sendero montañoso. En
cada una de las aldeas por las que
pasábamos, la población estaba
esperando y todas ellas, después de
haber pasado el cortejo de los
heridos, quedaban totalmente vacías.
Al llegar al primer pueblo grande
del valle, vimos que también allí la
gente esperaba delante de los bajos
muros de la ciudad española.
Contemplaron en silencio a los primeros heridos, los que
tenían heridas las piernas; estaban
acostumbrados a ese espectáculo.
Pero cuando pasaron los que tenían
heridas en el rostro hombres con
vendajes en los lugares donde habían
estado sus narices y cuyos sacos de
cuero estaban cubiertos con
manchones de sangre coagulada- las
mujeres y los niños comenzaron a
llorar. Levanté mi vista para
mirarlos: la fila de campesinos se
extendía ahora desde las alturas de
la montaña hasta su base, semejando
la imagen más grande de fraternidad
que he visto en mi vida. Las aldeas
abandonadas, todas esas poblaciones
enteras siguiendo a los hombres
heridos por defender la causa del
pueblo, descendiendo como una
población legendaria mientras los
sollozos se elevaban en medio del
gran silencio del camino, producían
un sonido semejante al rugir de un
gran río subterráneo.
Los aviadores fascistas que habían sido heridos ese mismo día
tuvieron una escolta militar.
Entonces no pude dejar de pensar que
estos hombres nuestros, que yacían
en camillas hechas por las manos de
los campesinos, habían deseado
arriesgar sus vidas en la esperanza
no de que los acompañara una escolta
militar, sino la vigorosa
fraternidad del pueblo mismo por
cuyos ideales lucharon”.