“Libertad es siempre libertad
para el que piensa de otra manera”
Rosa Luxemburgo
De la experiencia histórica de las revoluciones surgen
algunas conclusiones en las que
coinciden muchos de quienes las
analizan. América Latina,
fecunda, por cierto, en
revoluciones, aporta enseñanzas.
Hoy, en un mundo al que las nuevas
tecnologías y los medios de
comunicación han hecho menos ancho,
aunque en general siga siendo ajeno,
importa analizar algunos conceptos
que surgen de la experiencia.
Ernesto Guevara,
en la carta de despedida a sus
hijos, dejó un mensaje para todas
las generaciones. Sean capaces –dijo–
de luchar contra la injusticia en
cualquier latitud que ocurra,
porque esa es la principal virtud de
un revolucionario.
En Uruguay, un pionero del socialismo, Emilio
Frugoni, sostuvo que se sentía
más cerca de un explotado de
cualquier nacionalidad, por lejano
que fuera el lugar en que se
encontrara, que de un explotador de
su misma nacionalidad.
De las experiencias históricas surge claramente, además, la
importancia de la libertad.
Rosa Luxemburgo
sostiene que “Sólo una vida llena de
fermentos, sin impedimentos, imagina
miles de formas nuevas, improvisa,
libera una fuerza creadora, corrige
espontáneamente sus pasos en falso.
Es por ello precisamente que la vida
pública de los Estados con libertad
limitada es tan deficiente, tan
pobre, esquemática y estéril, porque
excluyendo la democracia se niega a
sí misma la fuente viva de toda
riqueza espiritual y progreso.
(…) Un control público es absolutamente necesario. De otro
modo el intercambio de experiencias
se estanca en el círculo cerrado de
los funcionarios del gobierno. La
práctica socialista exige una
completa transformación espiritual
en las masas degradadas por siglos
de dominación burguesa. Instintos
sociales en lugar de instintos
egoístas, iniciativa de las masas en
lugar de inercia, idealismo capaz de
pasar por encima de cualquier
sufrimiento.
Nadie lo sabe mejor, lo describe con más eficacia, lo repite
con más obstinación que Lenin.
Sólo que él se engaña completamente
sobre los medios. Decretos, poderes
dictatoriales de los inspectores de
fábrica, penas Draconianas, reinado
del terror, son todos paliativos. El
único camino que conduce al
renacimiento es la escuela misma de
la vida pública, de la más ilimitada
y amplia democracia, de la opinión
pública. Es justamente el terror lo
que desmoraliza.
En lugar de los cuerpos representativos surgidos de
elecciones populares generales,
Lenin y Trostki han
instalado los soviets como la única
representación auténtica de las
masas trabajadoras. Pero con el
sofocamiento de la vida política en
todo el país, la vida misma de los
soviets no podrá escapar a una
parálisis cada vez más extendida.
Sin elecciones generales, libertad
de prensa y de reunión ilimitadas,
lucha libre de opinión y en toda
institución pública, la vida se
extingue, se torna aparente y lo
único que queda activo es la
burocracia.
La vida pública se adormece poco a poco, algunas docenas de
jefes del Partido, de inagotables
energías y animados por un idealismo
ilimitado, dirigen y gobiernan;
entre estos la guía efectiva está en
manos de una docena de inteligencias
superiores; y una elite de obreros
es convocada de tiempo en tiempo
para aplaudir los discursos de los
jefes, votar unánimemente
resoluciones prefabricadas: es, en
el fondo, el predominio de una
pandilla.
Una dictadura, es cierto, pero no del proletariado, sino la
dictadura de un puñado de políticos,
vale decir, la dictadura en sentido
burgués (…) Y en tal situación es
fatal que madure un proceso de
barbarie de la vida pública:
atentados, fusilamiento de rehenes,
etcétera.
(…) Todo régimen de Estado de Sitio prolongado conduce
ineluctablemente a la arbitrariedad,
y toda arbitrariedad ejerce sobre la
sociedad una acción depravante”.