En
1924 Thomas Mann publicó su novela
La montaña mágica, una
poderosa reflexión sobre la
burguesía europea, la enfermedad, la
sexualidad y las tendencias
destructivas de la “civilización”.
El sitio en el que se desarrollan
los acontecimientos es Davos, en ese
tiempo dominado por el
Waldsanatorium, especializado
en curar enfermos de tuberculosis.
Hoy esa pequeña ciudad alpina es la
sede del Foro Económico Mundial y la
ironía es inmediata: la economía
mundial está muy enferma, pero no es
seguro que vaya a encontrar su cura
en Davos.
A pesar de que los indicadores
económicos se deslizan cuesta abajo
más rápido que los experimentados
esquiadores en las pistas de Davos,
los participantes en el Foro
Económico Mundial buscarán remendar
las cosas y relanzar una ofensiva
ideológica. El tema de la reunión es
colosal: “Moldear el mundo para
después de la crisis”. Y el orden
del día incluye rubros como la
redefinición de las instituciones y
sistemas. No está mal. Después de
todo, los sistemas financieros y
bancarios de Estados Unidos y
de Gran Bretaña están al
borde de la nacionalización.
Davos siempre ha sido presentada
como la reunión más importante del
planeta, a la que asistían los
personajes más influyentes. Y cada
año tuvimos que soportar un alud de
propaganda mientras el mundo
avanzaba inexorable hacia la crisis
financiera, económica y ambiental.
Lo cierto es que los ricos y famosos
se durmieron en el timón del barco y
ahora quieren convencernos de que
pueden “moldear el mundo” para
después de la crisis.
En Davos siempre se dijo que la
globalización era la panacea, el
camino natural, no había
alternativas al neoliberalismo y
estábamos en la época del
pensamiento único. No importaban las
crisis (México o Brasil,
Tailandia o Rusia). Ni
las malas noticias en el frente
ambiental: emisiones de gases
invernadero, deforestación, erosión
de suelos, sobrexplotación de
acuíferos o extinción masiva de
especies. El mensaje que siempre
salía de Davos era una variante de
la visión del doctor Pangloss: sí,
las cosas no están perfectas, pero
estarían peor sin nuestra versión de
la globalización.
Ahora que la peor crisis del mundo
capitalista les explotó en la cara,
a los habituados de Davos se les ha
ocurrido una estupenda idea:
encontrar la horma de la economía
mundial que más le conviene al
capital. Después de todo, el
razonamiento es que el mundo seguirá
siendo de los poderosos y su tarea
en Davos consiste en definir los
contornos de los nuevos pactos
sociales que permitirán otro ciclo
largo de acumulación de capital.
Los organizadores del Foro informan
con orgullo que este año la mayor
parte de los participantes serán
políticos (incluyendo a Putin
y Hu Jintiao, lo que dice
algo sobre la redistribución de
poder). Los financieros están
demasiado ocupados salvando sus
bonificaciones de retiro y no podrán
asistir. Quizás no los van a echar
de menos. El objetivo en Davos es
delinear nuevos sistemas de
regulación capitalista, quizás con
tintes keynesianos y de social
democracia, para seguir impulsando
la ideología de la globalización. El
príncipe de Lampedusa estaría
orgulloso: que todo cambie para que
todo siga igual.
No importa que la crisis apenas esté
comenzando. En Davos se preparan la
ceremonia de su funeral. ¿Es esto
prematuro? Juzguen los lectores.
En Estados Unidos la política
monetaria no está funcionando. A
pesar de la tasa de interés cero y
la flexibilización cuantitativa (las
llamadas medidas no convencionales),
el crédito sigue sin fluir. Por otra
parte, la administración Obama
está negociando un paquete de 825
mil millones de dólares y los
republicanos le están regateando su
voto. Pero ni siquiera es seguro que
ese monto sea suficiente para
reanimar a la economía.
La Unión Europea y Japón
están en recesión. China ya
acusa una fuerte reducción en su
tasa de crecimiento. El Fondo
Monetario Internacional, otrora tan
optimista, considera que el mundo
entero tendrá un crecimiento cercano
a cero por ciento en 2009. Los
participantes en el Foro de Davos no
deben aventurarse en las pistas
solitarias, no sea que los sepulte
una avalancha de malas noticias
económicas.
En
La
montaña mágica, el joven
Hans Castorp toma el pequeño
tren de cremallera para subir a
Davos y visitar a su primo,
internado en el sanatorio
Berghof. Castorp
no está enfermo, pero su corta
visita se convierte en una estadía
de siete años, a lo largo de los
cuales conoce varios personajes. Uno
de ellos es el radical Naphta,
quien en un debate llega a exclamar:
¡lo que nuestra era necesita es el
terror! Si las crisis desembocan en
guerras, habría que tener presente
la exclamación de ese personaje.
Después de todo, esa profecía se
hizo realidad en Europa a
mediados del siglo XX. Ojalá el
futuro no sea tan negro para después
de esta crisis.
Los participantes en el foro de
Davos, ricos y famosos, no se van a
curar de nada. Mucho menos de la
soberbia. Pero pueden vivir con las
ilusiones de la montaña mágica.
Después de todo, tienen la mejor
crisis que su dinero les pudo
comprar.
Tomado de
La Jornada
México. 29 de enero
de 2009