El 26 de marzo se
cumplieron 37 años del mitin que
inauguró en Uruguay la irrupción
del Frente Amplio, una nueva fuerza
política ajena a los lemas tradicionales
y que ahora alcanzó el gobierno.
En 1971 el mitin que
desbordó la explanada del Palacio
Municipal de Montevideo, finalizó
con el discurso del general Líber
Seregni, cuyas últimas palabras
fueron toda una definición y compromiso
con las raíces y el futuro: “¡Padre
Artigas: guíanos!”.
En ese momento el país
padecía una situación política difícil.
En 1964 se había producido un golpe de
Estado en Brasil, desencadenado
por el interés de Estados Unidos.
En cuanto los militares tomaron el
gobierno, la creatividad popular definió
la situación hasta en inscripciones
callejeras. Alguna decía, aludiendo a
la situación impulsada por el embajador
de Estados Unidos: “¡Basta de
intermediarios: Lincoln Gordon al
poder!”.
Desde la denominada
“Escuela de las Américas”, como
informaron después algunos de los
militares que desde allí impartían
enseñanza, se fue preparando a la mayor
parte de los coroneles y generales que
encabezarían los golpes en la región.
Las dictaduras se
sucedieron. En junio de 1973 se produjo
la irrupción de los militares en
Uruguay, le siguió, en septiembre, el
golpe de Pinochet en Chile.
Una “internacional de
las espadas” -la “Operación Cóndor”-
planificó la represión por encima de
fronteras. Los asesinatos en Buenos
Aires de los legisladores uruguayos
Zelmar Michelini, Héctor
Gutiérrez Ruiz, del general Juan
José Torres, ex presidente
de Bolivia y del general
Carlos Pratts, entre otras
figuras representativas de la lucha de
los pueblos de la región, fueron
producto de operativos de esa
organización criminal.
La política represiva
contra las fuerzas progresistas de
Uruguay comenzó a cumplirse en
primer lugar a partir de medidas de
seguridad, disposición constitucional
prevista para casos de agresión exterior
o grave conmoción interior imprevista,
que primero se aplicaron esporádicamente
y luego en forma permanente a partir del
13 de junio de 1968.
Muerto el general
Oscar Gestido, designado Presidente
en elecciones libres, le sucede el señor
Jorge Pacheco Areco
(“vicepresidente por descarte”, ya que
otros candidatos habían ido
desechándose). Pacheco, que
llegaba por azar al frente del gobierno,
“ungido por un síncope cardíaco”,
comenzó ilegalizando a todos los
partidos de izquierda que se expresaban
en torno al diario “Epoca”, que
efectivamente eran todos y la Federación
Anarquista Uruguaya (FAU), menos
el Partido Comunista, que tenía su
propio diario.
El país se fue deslizando
por caminos de arbitrariedad.
El 13 de abril de 1971,
consultado en una comisión del
Parlamento, el doctor Alberto Ramón
Real, decano de la Facultad de
Derecho, explicó: “Debo decir con toda
honestidad que hemos llegado a un punto
en que es posible preguntarse si el
Estado de Derecho en nuestro país es una
realidad o una ficción, una máscara más
barata de denominación que el empleo de
la cruda fuerza. Creo sinceramente esto
último”. Y luego detalló: “Este es un
régimen de facto surgido por deformación
del régimen constitucional vigente, y no
cabe duda que es así (...) El fenómeno
jurídico que se está viviendo no ofrece
la menor duda en cuanto a que es una
dictadura extra constitucional, además
de ser, en parte, un régimen que
funciona con arreglo a la Constitución
por ser legítimo en cuanto a su origen”.
Y recordó entonces que ya los clásicos,
desde santo Tomás de Aquino y de
más atrás, distinguían las dos maneras
en que se incurre en la tiranía, o sea,
por el modo de instituir el gobierno y
por la degeneración del gobierno
legítimo en arbitrario.
Cuando se planteó, por el
diputado doctor Enrique Beltrán,
el juicio político al gobierno de
Pacheco Areco, los fundamentos
fueron absolutamente claros. Se sostuvo,
entonces: “Aquí no se trata simplemente
de hacer interpretaciones jurídicas más
o menos cuestionables; no se trata de
una tesis a favor y de una tesis en
contra. Se trata de que se han
desvirtuado en su esencia, en su propio
cimiento, la separación de poderes, las
garantías individuales, las relaciones
del ser humano con el Estado, el
concepto de que los poderes son
limitados, de que no hay poderes
absolutos; en definitiva, todo lo que
constituye la estructura filosófica y
esencial del régimen constitucional y
del sistema de libertades y del Estado
de Derecho”.
Por represión a todo lo
que fueran reivindicaciones populares, y
abandonos sucesivos, el país vivía, ya,
en plena arbitrariedad.
La dictadura comenzó,
pues, mucho antes de la disolución del
Parlamento, el 27 de junio de 1973. Los
miles de presos, torturados, asesinados
y desaparecidos marcaron una de las
etapas más sombrías padecidas por
Uruguay. El recuerdo de todos ellos
estaba presente –como ejemplo y mandato-
en el espíritu de los miles de hombres y
mujeres que desbordaron la explanada
Municipal de Montevideo este
26 de marzo recordando y
celebrando aquél de 1971.
El Frente Amplio está
integrado por fuerzas distintas, con un
obvio denominador común. Su
consolidación y avance depende de lo que
sea su acción de gobierno, de su
capacidad de pugnar por transformaciones
profundas; de lo contrario, un retroceso
podría llevar a la disminución de una
mística que se templó en la lucha contra
la dictadura.
La realidad podrá ser,
como enseña la historia, el ideal menos
algo. Pero la historia del Frente y la
acción que le permitió superar etapas
donde a los militantes se les presentaba
solamente las posibilidades del
“encierro, el destierro o el entierro”
lo define como una fuerza política a
prueba de impacientes verbales.
La multitud que
nuevamente desbordó la explanada
Municipal (convocatoria que no ha
logrado ningún partido o sector
político) volvió a renovar la fe en la
acción. Otra vez quedó en evidencia una
voluntad generalizada del Frente
(escuela cívica, como sostenía Julio
Castro) movilizado, luchando
permanentemente por sus reivindicaciones
con el pueblo en la calle, como
convocaba Zelmar, héroe y mártir.