La revolución de las migraciones

y los sueños incumplidos

 

 

Las migraciones internacionales –según Le Monde Diplomatique- son uno de los fenómenos más importantes de nuestro tiempo. Se han globalizado rápidamente. Los 77 millones de migrantes registrados en 1965 pasaron a 120 millones en 1995 y a 200 millones pocos años después.

 

El tránsito de migrantes afecta hoy a todos los países del mundo. Esta revolución de las migraciones deriva de la acción de varios factores.

 

Las brechas de riqueza entre el norte y el sur sumadas a los desequilibrios demográficos, opone a los países ricos y envejecidos (Europa y Japón) a países pobres o emergentes que experimentan un gran dinamismo (asiáticos, africanos o latinoamericanos).

 

Otro factor de movilidad es la información. Las cadenas de televisión de los países ricos muestran modos de vida y de consumo que hacen soñar a los habitantes de los países pobres, como también lo hacen los bienes que los migrantes llevan a sus países en las vacaciones, o las transferencias de fondos que envían a sus familias, que en total fueron 337 mil millones de dólares en 2007, cifra que sigue aumentando y que supera ampliamente las de ayuda pública al desarrollo.

 

En los países de partida, ciertas agencias proponen actualmente circuitos de inmigración clandestina: papeles falsos y, en algunos casos, un trabajo no declarado una vez que se llega a buen puerto, y todo ello a cambio de grandes sumas de dinero.

 

Por tanto, la frontera es considerada como un recurso; más aún en la medida que se controla el paso de los residentes del sur, salvo para un puñado de migrantes adinerados o pertenecientes a una elite de científicos, intelectuales, deportistas, comerciantes, empresarios, etc.

 

La caída del sistema soviético motivó migraciones transfronterizas y migraciones étnicas. La decepción de las poblaciones que en muchos países soñaban con un futuro mejor luego de las independencias o las revoluciones, representa también un factor de movilidad para aquellos que quieren realizar un proyecto de vida.

 

Se producen también migraciones de idas y vueltas que se traducen en formas de co-presencia en los países de partida y de acogidas cuando el estatuto lo permite (visas de residencia o entradas múltiples, doble nacionalidad, etc.).

 

La multiplicación de las crisis políticas (como las de la ex-Yugoslavia, Medio Oriente, regiones kurdas, Grandes Lagos de África) así como el surgimiento de nuevos factores de exilio -limpiezas étnicas, enfrentamientos religiosos, recalentamiento climático- lanzan a las rutas a millones de refugiados cuyo estatuto no siempre es reconocido como tal.

 

Se suman a ello los desplazamientos turísticos: 900 millones en 2009, de los cuales 650 millones se producen en Europa y América del Norte, que son otra forma de migración, más selecta y con graves consecuencias para la economía y el medio ambiente.

 

Las respuestas a esta nueva situación parecen ser muy contradictorias. Las economías liberales valoran la movilidad de los seres humanos, a la que comparan con la circulación de capitales, mercaderías y expresiones culturales.

 

Se establece incluso una competencia para atraer a las elites. Los países con demografías en crisis reconocen esta movilidad como una riqueza, un factor de creatividad y de dinamismo económico y social. Pero también aseguran que ven en eso una oportunidad para los países de partida: el maná de los fondos que aportan más bienestar a las familias que quedaron en los países de origen.

 

Sin embargo, los gobernantes y la opinión pública de la mayor parte de los países de acogida suelen vivir la inmigración como una amenaza. Denuncian una “invasión silenciosa”, y despliegan políticas de control, disuasión y represión contra los indocumentados, nuevos parias de la humanidad que estarían desafiando el orden estatal.

 

El transnacionalismo de los flujos, de los intercambios comerciales, de las relaciones familiares y culturales, agudiza esta confusión. Los Estados de acogida temen entonces perder su identidad y ponen en debate sus modelos de integración (asimilacionistas o multiculturales) en provecho de una convivencia en la que los migrantes conservarían sus fidelidades múltiples.

 

Varias organizaciones promueven una mejor gestión de las migraciones: asociar a diversos colaboradores para acompañar la movilidad en lugar de simular impedirlas, provocando muertes en el marco de un total desprecio a los derechos humanos.

 

  

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

26 de julio de 2010

 

 

 

 

 

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